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narrador omnisciente
—¡Lou! ¡Que asco! —una mueca de disgusto apareció en el rostro de la castaña al ver como una de sus amigas vomitaba. Suspiró y giró a ver a Sofía, quien estaba tratando de recordar la contraseña de su celular.
—Creo que vas a tener que llamar al uber vos —dijo mirando su teléfono.
Nuevamente, suspiró, y sacó su celular del bolsillo de su pantalón.
—No me agarra ninguno, la puta madre —se quejó mirando a su alrededor—. ¿Cómo está lou?
—Mejor —susurró la rubia acariciando la espalda de su amiga.
Amy sabía que no podía conducir estando ebria, se supone que ella conduciría de vuelta pero terminó tomando de más gracias a las insistencias de sus mejores amigas.
Bufó y rebuscó en su cartera las llaves de su auto. Al final, eran las cuatro de la mañana, no había mucha gente en las calles a esta hora.
—¿Qué haces? —preguntó el morocho acercándose.
La chica giró su cabeza lentamente encontrándose con Ivan, sonrió recordando lo bien que la había pasado gracias a él.
—Voy a llevar a mis amigas a casa.
—¿Estás segura? —frunció el ceño—. No pareces estar muy... sobria.
—Estoy bien, Spreen —lo tranquilizó—. Además, soy inmune al alcohol.
Justo luego de decir eso, casi tropieza y cae al suelo.
—Sí, me dí cuenta —dijo el pelinegro ayudándola a recuperar el equilibrio—. Yo las llevo.
—No, de verdad, no hace falta.
—No te estaba preguntando —le quitó las llaves y abrió la puerta del copiloto indicándole que entrara.
Amy se encogió de hombros y así lo hizo. Miró por la ventana como Ivan ayudaba a sus amigas a subirse para luego, entrar al auto.
—¿Cuál es tu dirección? —preguntó mientras encendía el auto—. Mejor, decime donde viven tus amigas y luego te llevo a vos, olvidé que vivimos en el mismo edificio —Amy soltó una risa leve.
La castaña le extendió su teléfono con la ubicación de la casa de Sofía y Ivan comenzó a conducir hasta la misma, mientras hablaba con Amy de cualquier tema que se le ocurriera en el momento.
Aunque realmente ninguna de las cosas que hablaban tenía sentido debido al estado de la chica.
Una vez llevaron a Louisa y a Sofía a sus casas, ellos también regresaron a las suyas.
—Eu —con su mano, movió a la chica quien ya se encontrada sumergida en un profundo sueño—. Amy, ya llegamos, despertate.
Amy parpadeó perezosamente y luego de volver al mundo real, ámbos salieron del auto. Tuvo que abrazar al pelinegro para no caerse y continuaron caminando hasta llegar al ascensor.
