Por años deseó ponerle fin a su matrimonio con Rhea Royce, llegando al punto de tener que suplicarle a Viserys, su rey y hermano, que lo ayudara a conseguirlo, pero siempre se negaba. Con el tiempo tuvo que resignarse, Rhea le había dado una hija y...
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Sentía como las lágrimas le nublaban la vista, los ojos de los guardias y sirvientes se posaban en ella mientras corría por los pasillos del castillo, no quería que nadie la viera llorar. Cuando estuvo sola y a salvo en sus aposentos cerró la puerta y se recargó en ella mientras intentaba controlar su llanto, la sensación de un nudo en su garganta y la sensación de las lágrimas deslizándose por su rostro era algo que no quería volver a sentir.
Se dejó caer al suelo una vez que sintió como sus piernas comenzaba a sentirse débiles y se abrazó a sí misma mientras seguía llorando. No había pasado por algo así desde su niñez, para su propio descontento recordaba muy bien la última vez que lloró hasta el cansancio, ocurrió la primera vez que escuchó a su madre hablar sobre la nueva familia que Daemon había formado durante su exilio en Pentos, fue algo difícil de asimilar y aún más horrible de ver.
Sabía que su padre estaba siendo "castigado" por el rey, pero haría una excepción y le permitiría volver debido a ella, porqué finalmente tenía un dragón, su propia montura y se trataba de nada menos que la dragona que alguna vez estuvo vinculada a la reina Alysanne, a palabras del rey eso era algo que debía festejarse y ella tan inocente como lo sería una niña de no más de ocho días del nombre pidió ver a su padre. Pero entonces Daemon apareció y lo arruinó todo, cuando lo vio entrar cargando a una niña que no parecía tener más de cuatro días del nombre mientras detrás suyo aparecía la figura de una mujer que mostraba una expresión de incomodidad, notó que también cargaba a otra niña, fue un golpe duro descubrir que lo que escuchó de su madre era verdad.
Después de eso se juró a sí misma no volver a permitir que algo que él hiciera la afectase, pero falló, de lo contrario no estaría llorando con tanta desesperación y sentimiento. Intentó respirar profundamente para calmarse, no quería seguir llorando, limpió sus lágrimas y se puso de pie, volviendo a acostarse sobre su cama mientras abrazaba una de sus almohadas.
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La cabalgata que tomó por la mañana la ayudó a empezar bien el día. O al menos eso pensó antes de ver a la bestia roja de su esposo descansar junto a la plateada de su hija, ambos dragones no parecían muy interesados el uno en el otro.
Una vez que ingresó al castillo no notó nada extraño, todo parecía estar tranquilo y no veía a Daemon o a Dellaena por ningún lado. Mya apareció frente a ella con una expresión preocupada y eso fue suficiente para que ella supiera que algo había pasado.
— Mi lady.— La saludó con nerviosismo.
— Mya ¿Pasó algo? — La joven doncella parecía tener dudas para responderle.
— Es...— Titubeo un poco antes de continuar.— El príncipe Daemon y lady Dellaena parecen haber tenido una discusión.
— ¿Otra? — Rhea esperaba que ninguna de las mesas hubiese terminado destruida.— ¿Ahora qué rompieron? — Preguntó con resignación.