La mordida

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Su curiosidad luchaba contra el mundo; se llenaba de pequeños detalles que de veces no entendía; conocía las dinámicas del juego, las formas en las que todo el mundo esperaba ver, sentía los labios gruesos en el cuello y la vibrante curiosidad le llenaba los poros; esos labios le buscaban la boca en el silencio de una habitación de hotel con dos camas, una vacía; quiso soltar una risa y se le atoró en los labios, se inclinó un poco para dejar que esos labios le encontraran la cara y sintió su suavidad sobre la boca juguetear un poco bajo las sábanas, aprovechó la inclinación, succionando los labios, mordiendo discretamente, puso su mano sobre la mandíbula para jalarle el rostro un poco y poder maniobrar, cubrir su boca abierta, cochar sus lenguas, lamer, morder, succionar suavecito el labio inferior. Sentirlo reaccionar con todo el cuerpo, las manos pequeñas buscando abrazarlo, las piernas abriéndose, el temblor discreto de su cuerpo; esos momentos donde tenía todo el control, dónde se evidenciaba lo perdidamente loco que estaba por él, que entendía que podía, si quería, dominarlo por completo.

Las manos corriéndole por la espalda, los discretos jadeos buscones, -un poco mas- pensó al escurrir su mano sobre los muslos, la casualidad se le imponía, se le metía entre las sábanas, entre los ojos, se le estaba metiendo en los cajones y en la maleta; lo sintió buscando cómo sacarle la playera, se dió cuenta tarde de que se había levantado para dejarlo; la casualidad la traía ya pegada a la piel, la casualidad se estiraba para morderle el cuello, para besar sus hombros, lo tomó de la espalda y lo jalo para sentarlo sobre sus piernas dobladas en el colchón, lo tomó de las nalgas y lo alzó para morderle los pezones, repasaba la lengua, los succionaba, los mordía.

Habían pasado un par de meses desde la primera vez que se había soltado y lo había dejado besarlo, un par de meses desde que sintió por primera vez la succión de sus labios sobre su pene; pero había logrado mantener el sexo fuera de la ecuación; lo besaba en lo privado, lo abrazaba, lo dejaba hincarse entre sus piernas; no se habían dicho una palabra al respecto pero sentía la cosa crecer, la quería dejar crecer; lo empujó sobre la cama de nuevo, se alejó un poco y le arrancó los shorts y la ropa interior pasando sus piernas por sobre sus hombros, las dos manos sobre sus muslos abriéndolos, lo miro, con esa mirada que le gritaba que él era el universo, lo sintió temblar bajo su tacto, el pene erecto y las nalgas palpitando, se le recostó encima para besarlo, la boca bien abierta, la lengua hasta la garganta, sintió como lo abrazaba por el cuello y no lo pensó, lo tomo de la cintura y se giro sobre su espalda, sentándolo frente a él, lo jaló de la cintura hasta que estaba con las piernas abiertas a los costados de su cadera y su pecho tocando el suyo, Gun quería decir algo, pero no podía, no le salía.

Mientras lo besaba se apresuró a bajarse el pantalón de la pijama, estiró la mano sobre la cama hasta el neceser de tela sobre el buró, saco un condón, lo abrió casi sin ver, entre besos, se lo puso lo más rápido que pudo y sobre él dejó caer un chorro abundante de una botellita de lubricante que había comprado casi desde el primer oral pero no sé había atrevido a usar; lo empujó para que se sentará, abrió las piernas un poco para tomar fuerza y le hizo una mueca mientras le acariciaba el vientre,

-móntame-

dijo y sintió la carne rodeándolo, lo vio arquear la espalda y sintió sus manos sobre las rodillas, lo escucho gemir agudo; su cadera se movió hacia arriba y de nuevo la carne rodeándolo, apretándole, se sintió entrar por completo, se levantó para besarle el pecho, rodeaba sus pezones con la lengua, los succionaba, los mordía, con una mano se sostenía en el colchón y con la otra pasaba de la espalda a las nalgas y las piernas, la sincronía de sus cuerpos chocando, el sudor escurriendo por la frente, el cabello humedecido; el calor se sentía más allá de sus cuerpos, como si la habitación vibrará con ellos. Lo tomo de las nalgas y con un movimiento rápido lo giró hasta dejar su espalda en el colchón, retumbó la cama, se hinco y lo tomó de las caderas hasta que sus torneadas y pequeñas piernas se le acomodaron sobre los hombros y siguió, una voz aguda entre gemidos lo llamaba exigiendo cosas,

-p'pii, más rápido-

lo miro sobre el colchón, las piernas y la cadera al aire, los pezones rojos e hinchados, sus dientes marcados en el pecho, la marca de su pene sobre el vientre plano; no tenía ninguna intención de detenerse; había sido un camino largo de coincidencias, de afectos, de abrazos, de constancia, de miradas profundas y de cotidianidad, era evidente, era obvio; quería hacerlo, tenía que hacerlo; pero se sentía un poco salvaje; jamás lo había hecho de esa forma y nunca se habría imaginado tener a otro hombre bajo su cuerpo; ni la imagen de ese pecho, ese vientre plano, esas piernas, las nalgas y el pene moviéndose al ritmo de los movimientos de su cadera, como danzando en solitario mientras su dueño gemía; sintió un mordida dura en su cuello, las manos acariciando la espalda, los dedos de los pies retorciéndose; era evidente, pensó de nuevo, pasaría tarde o temprano, se dijo mientras lo giraba sobre su espalda para dejarlo en cuatro y seguir con el mismo ritmo duro, caliente; le gustaba la imagen de hacerlo así de sucio, desquiciado, violento, no se resistió, sus piernas forzando la posición un poco, aprovechando el tamaño grande de su cuerpo para ejercer presión, el orgasmo le vino desde los tobillos; seguía gimiendo, con la respiración agitada, no se aguanto las ganas clavo sus dientes sobre su espalda mientras se venía aún adentro, cayo sobre él, le beso el cuello, le busco la boca, lo retiro, se limpio, y se tiro sobre su espalda esperando a que Gun lo abrazará; había durado una eternidad y se preguntaba si podría lograr una segunda ronda, pero vio su cuerpo, y se preocupo, rogó un poco que en la mañana nada de eso estuviera ahí.

No fue la mordida en la espalda, ni los pezones hinchados que brotaban un poco sobre la ropa, ni las piernas amoratadas, ni el ligero movimiento que hacia el sentarse lo que los delató, fue la mordida en el cuello, una marca apenas visible entre roja y morada; fue la primera vez que les llamaron la atención; su manager dando vueltas con el teléfono, la maquillista volviéndose locas; no querían saber qué había pasado pero no debía repetirse. El mundo es un lugar curioso, ambos vivían de la fantasía de estar juntos, de la fantasía de estar enamorados, de las fantasías de muchas que veían en ellos la expresión el amor valiente, del reconocible, del innegable, del que rompe todas las barreras; pero ese mundo no es el mundo, en este eso no pasa, en este ese amor se mira con recelo, con prejuicio incluso entre quienes viven de el.

Los regaños, las respuestas de manual, las miradas confusas, los que veían y hacían como que no, las eternas negativas, los mejores amigos, y los rastros que aparecían entre los que más obsesivamente buscaban; todo estaba ahí, revolcándose con la realidad; entendieron que la fantasía y la realidad podían confundirse lo suficiente como para decir sin decir nada.

RetazosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora