Capítulo Único

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*sin editar, disculpen los errores.

Siendo un alfa dentro de la Fórmula 1, Oscar siempre supo que lo tenía fácil, al menos en comparación a los pocos omegas de la parrilla. Las reglas hacia los omegas eran muchísimo más estrictas, tanto en papel como en práctica que hacia los alfas, y una de las más evidentes era el tema de los supresores de aroma, para los alfas era opcional, si querían tomarlos o no, era su decisión, pero para los omegas era obligatorio, si no no tenían permitido correr. La FIA había dado una excusa barata sobre que el aroma del omega podría ser una "distracción" para los demás, como si fueran animales y no personas capaces de controlar sus instintos.

Era injusto, molesto, frustrante, pero así era como funcionaba el mundo, y no había mucho que pudieran hacer al respecto.

Checo suspiró, para luego tomarse sus supresores enfrente del encargado de la FIA. Debería estar acostumbrado a eso a este punto, pero lo seguía odiando, el medicamento regulado por la FIA era más fuerte que la dosis que Checo solía tomar personalmente, siempre le terminaba provocando dolor de cabeza. Una mano confortante le palmeó el hombro, Checo volteó a ver al dueño de esta, encontrándose frente a él a Oscar, mirándolo con una sonrisa empática.

Oscar era un alfa, con el talento, la habilidad y el potencial para convertirse en campeón del mundo algún día, y con la humanidad para ser querido por todos. Checo le regresó la sonrisa, antes de dirigirse a su garage para terminar de prepararse para la carrera, sin ser consciente de la mirada fija en su espalda, llena de añoranza por parte del joven australiano.

Oscar por su parte sentía la mano cosquillear, la sensación fantasma del cuerpo de Checo bajo sus dedos tenía a su corazón revoloteando, de la misma manera que había estado pasando desde incluso antes de llegar a la Fórmula 1. Todos los días, siempre que veía al mexicano, Oscar tenía que morderse la lengua para evitar confesar todo sobre su enamoramiento hacia el omega y detenerse de suplicarle por una oportunidad. Se decía a sí mismo que tenía que quitarse esa idea de la cabeza, que incluso si Checo sabía de sus sentimientos, no había manera en que de verdad tuviera la posibilidad de conquistar al mexicano.

Oscar retuvo un suspiro, para luego imitar lo que Checo había hecho y tomarse sus supresores y después dirigirse a su garage. Tenía que concentrarse en la carrera. Era lo que más importaba justo ahora.

[...]

Inhala, exhala, inhala, exhala...

Necesitaba calmarse. Cuarto lugar. ¡Cuarto lugar! ¡Cuando ya tenía un pie en podio, cuando ya podía saborear el sabor del champagne! Y lo peor de todo es que tuvo que perderlo contra el niño de papi que llevaba meses agarrándole coraje por nada y peleándose con el aire. Y ahora estaba sentenciado a ver, a lo lejos, como Sergio, Carlos y Max repartían abrazos y felicitaciones entre ellos, palmadas esparcidas, sonrisas amplias y Oscar tenía que fingir que no se estaba muriendo de celos con la escena.

Algo que el australiano descubrió después de empezar a gustar de Sergio, es de lo increíblemente celoso que es, al menos interiormente, nunca podía controlar ese sentimiento tan amargo que constantemente le dejaba un mal sabor en la boca y la horrible sensación de un vacío en el estómago, le molestaba tanto ver como otras personas se creían con la libertad de simplemente tocar a Checo, el omega constantemente tenía las manos de alguien encima, y parecía no notarlo, o peor, no importarle.

Oscar odiaba hablar con el mexicano y sentir sobre él el aroma de alguien más. Usualmente se trataba de Max, el alfa neerlandés tenía una esencia naturalmente fuerte y no era raro encontrarla sobre gran parte de los miembros del equipo, sumado al hecho de que no tomaba supresores porque "afectaban su carrera", por lo que ya era costumbre toparse con Checo bañado en el aroma a jazmines de Max, tan intenso sobre él como si fuera propio, de una manera que Oscar estaba seguro debía ser a propósito.

Ser Tuyo | 1181 OSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora