O V I D I O G U Z M A NEstaba en el rancho de mi papá con mis carnales, tomándome unos botes.
—¿Que no tienen nada que hacer, cabrones?
—No, apá.
—Déjame disfrutar la vida.
—Ya búscate una mujer, Ovidio. No te hagas igual que Chente y Serafín.
—¿Y ustedes por qué mejor no se van con sus viejas?
—Está bien, ya me voy con mis plebes, yo.
—Yo también saldremos a cenar y después a ver si cena Pancho también.
Se fueron y mi apá me miró.
—¿De verdad no piensas casarte?
—No sé, apá. La verdad no sé si estoy listo para hacer todo como padre de familia.
—Claro que estás listo, mijo. Eres un Guzmán.
—Piénsalo, hijo. Porque cuando menos lo esperes puede pasar algo y al menos quiero conocer a un hijo tuyo, ratón.
—Sí, apá. Lo prometo que pronto.
Se fue en su caravana rumbo a la sierra y me quedé pensando: tengo que buscar una mujer bonita, con educación y, sobre todo, amable y humilde. Aunque será difícil; en Culiacán todas se mueven por dinero.
Terminé de arreglarme la camisa. Serafín me invitó al antro y acepté, pues no tengo planes y quiero distraerme.
La noche fue tranquila. Ya traía unas copas de más la neta, ya estaba tomado.
—¡18, alista las camionetas para irnos al rancho!
—¿Vamos afuera o qué, ratón? Tengo un chingo de hambre.
Sin ganas, lo acompañé. Salimos del antro y llegamos. Él pidió cena y escuchamos unas voces riéndose a lo lejos. Miramos y eran una muchacha güera y una pelinegra. Voltearon y nos vieron se dejaron de reír porque otra muchacha les susurró algo. Las amigas dejaron de verme, pero ella no. Le sonreí y me sonrió, mostrando los dientes.
—¿Qué te flechó la guerita o qué, ratón?
—Ella es la que quiero para que sea mi mujer, prieto.
—Tu papá sigue con el tema de los nietos.
—Sí, me dijo que me quedaría como tú y Vicente.
—Pues la guerita está muy guapa.
—Es mía, ni la mires —le hice una seña—. 18, investígame a esa morra que va allá, esa.
—Ya está, ratón.
—Oiga usted, ¿no conoce a la muchacha que estaba aquí al lado de ese señor?
—Sí, cómo no. Esa muchacha es un amor y tiene muy buen corazón.
Hace días me llegó la información sobre la muchacha. Es de buena familia y de buen estado económico, pero no lo demuestra.
—¿Puedo pasar?
—Adelante.
—Ratón, dice doña Griselda que si irás a la casa.
—Sí —me levanté de la silla—. Alista las camionetas.
—Como digas.
Al llegar a la casa de mi ama, entré y caminé hasta la cocina.
—¡Ya llegué, ama!
—Qué bueno, hijo. Aquí está Frida.
—No sabía, ama.
—Tío Ovidio —me abrazó.
—Frida, qué bueno que viniste a Sinaloa. Tenías mucho sin venir.
—La escuela, tío, no me deja.
—Bueno, vamos a comer, que se enfría.
Comimos y platicamos de sus viajes y de sus estudios. Estoy orgulloso, como lo estaría Edgar de ella. Admito que sí me gustaría ser papá; se siente bonito.
by: yssssspbby
