prólogo

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-Dicen que el tiempo tiene el poder de sanar cualquier alma rota y que el viento se lleva todo lo malo. Pero, siendo sinceros, los "dichos" suelen quedarse en eso: palabras que suenan bonitas, pero que rara vez contienen toda la verdad. A veces, el tiempo no sana, solo adormece. Y el viento, aunque arrastra lo superficial, no puede tocar lo que llevamos dentro.

Mi amiga Emphan estaba sentada, como siempre, en la seta viscosa y azulada que había colocado en la esquina de mi taller. Fue idea suya traerla, según decía, para tener un lugar cómodo donde charlar conmigo cada vez que le viniera en gana. Mientras hablaba, entretenía sus manos con un cuchillo, tallando con precisión la empuñadura de una daga, un encargo que le habían hecho recientemente.

Por mi parte, asentía distraída mientras seguía inmersa en mi trabajo. Era una época especialmente ocupada del año; los pedidos no dejaban de llegar, y todos parecían necesitar algo antes del próximo equinoccio de otoño. El gran día de reflexión y celebración espiritual se acercaba, y para nuestro pueblo era mucho más que un simple rito estacional. Era el momento de buscar equilibrio, de cosechar aquello que se había sembrado a comienzos del año, tanto en lo material como en lo espiritual.

Nuestra conexión con la magia, siempre presente en nuestras creaciones y en nuestra forma de vivir, requería pureza interior. Ese día no era solo una celebración; era una oportunidad para renovar nuestra chispa, ese pequeño fuego interior que nos sostenía.

—Pásame la fucsita, Emph —le pedí sin apartar la mirada del banco de trabajo. Mis manos se movían con precisión mientras buscaba una de las muchas botellitas de cristal que colgaban de la estantería de madera sobre mí, cada una con un aroma o esencia particular.

Emph se levantó con su habitual pereza y se acercó extendiéndome la piedra.

—Es esta verde, ¿no? —preguntó, mostrando la gema.

No necesité mirar para saber que era la correcta; podía sentir su energía. Siempre había tenido esa habilidad, como un sexto sentido heredado de mis antepasados. Era algo tan natural para mí como respirar, esa percepción sutil que te dice que algo está ahí incluso cuando no puedes verlo.

—Sí, esa misma —respondí. Tomé la fucsita y, con delicadeza, la pulvericé. El fino polvo que resultó era perfecto para calmar el aura y aportar paz, un ingrediente esencial para las esencias que preparaba. Vertí el polvo en dos pequeñas botellitas de cristal y las aparté cuidadosamente. Luego, abrí un pequeño baúl de madera que crujió al contacto. Era un regalo de Emph, adornado con tallados intrincados que contaban historias. Dentro guardaba raíces, trozos de fresno, verbena y sauce, materiales que usaba para elaborar bolsas de protección.

Tras horas de trabajo, finalmente terminé todo lo pendiente para ese día. Con calma recogí mis creaciones y me acerqué a BupBup, mi sapo mágico, quien descansaba en su rincón favorito del taller.

—¿Me haría usted el favor de guardar esto? —le dije con una sonrisa mientras me agachaba para quedar a su altura.

Sus grandes ojos me observaron con esa intensidad casi hipnótica que siempre me hacía sonreír. Parpadeó dos veces, croó suavemente, y extendió su lengua con sorprendente delicadeza para tomar los materiales y guardarlos en su estómago, una práctica habitual entre los sapos gigantes mágicos. Lo acaricié con cariño, disfrutando de la suavidad viscosa de su piel de un naranja vibrante. Era, sin duda, el mejor compañero que podría tener.

Una brisa fresca entró por la ventana, anunciando que el atardecer había comenzado a teñir el cielo.

—Velytaw —la voz de Emph interrumpió mis pensamientos.

Me giré para mirarla, con curiosidad.

—Vamos a dar esa vuelta que me dijiste.

Suspiré y asentí mientras me ponía de pie.

—Por cierto, no estoy de acuerdo con lo que dijiste antes.

Emph ladeó la cabeza, intrigada.

—¿A qué te refieres, Vely?

—Sobre los dichos —respondí, estirándome tras tantas horas sentada—. Creo que existen porque tienen que venir de algún lugar. Si han perdurado tanto tiempo, debe ser por algo, ¿no? Tuvieron un origen, una verdad que los sostuvo.

Ella sonrió y negó con la cabeza, como si estuviera lista para comenzar una nueva discusión. Y así, salimos juntas del taller.

Velytaw, llamada del vacío Donde viven las historias. Descúbrelo ahora