Perdida y asustada, había vagado por horas y estaba segura de haber recorrido cada rincón de ese bosque oscuro, el cual se negaba a dejarle ir, sin importar cuánto buscase el sendero que le llevase de regreso. Tras mucho andar, con los pies descalzos y heridos por la grava, las ramas afiladas y las zonas hoscas del camino, había avistado un claro al frente, en medio del bosque. El único sitio del cual la luna parecía apiadarse.
Pero en cuanto atravesó las ramas que se entretejían formando un umbral como la salida de una madriguera, se encontró con tal escenario que creyó haberse dormido exhausta y haberse despertado en un sueño.
Se trataba de jardín extenso, iluminado por una noche tan radiante como el más brillante día de verano y en cuyo cielo abierto resplandecía la luna disfrazada de un sol blanco. Se percató de que las únicas flores que crecían allí eran crisantemos, y estos se abrían como estrellas para recibir la luz tal cual hicieran en una calurosa mañana, quizá engañados por la claridad.
Ella nunca había visto crisantemos como esos; jamás de ese color azul aciano, nunca con pétalos tan cristalinos.
Se limpió las lágrimas, embelesada por la visión que ofrecía el jardín. ¿Qué hacía allí, floreciendo tan profundo en el bosque en mitad del invierno? Estaba segura de haber pasado por ese lugar muchas veces; reconocía las torceduras del sendero y las piedras sobre la grama poco antes de llegar, pero era la primera vez que se encontraba con un paisaje como aquel. ¿De dónde había salido?
Una figura erguida al frente, la única silueta en sombras en medio de la claridad, la alarmó y le hizo retroceder dos pasos, asustada. Una rama se quebró bajo uno de sus talones ocasionando un crujido repentino y pudo ver el momento exacto en que la figura —más humana de lo que cabría esperar de su ya exaltada y frenética imaginación—, giró en su lugar, apenas lo suficiente como para mirarla. Y aún así su mirada no la aludió.
Jadeó, llena de terror. Pensó en correr; pero también pensó que, si lo hacía y aquella figura la seguía, su corazón no podría soportarlo.
La figura se movió entonces entre los arbustos, andando por el sendero que la grama dejaba despejado, como si se apartase en una solemne genuflexión al paso de quién la transitaba. Era alto, delgado, y pensó que se trataba de una mujer al comienzo; pues una ventisca fría sacudió sobre sus hombros una larga cabellera.
Aquello le dio cierta esperanza. Ninguna mujer le haría daño a una niña pequeña. A no ser... que se tratara de una bruja.
Pero no parecía que la figura viniera en su dirección. Se detenía cada tanto y se agachaba en pos de los arbustos. Niara se dio cuenta de que una suave tonada acariciaba sus oídos de forma muy leve. Era más audible conforme más se acercaba la silueta. Alguien tarareaba.
Y entonces, cuando estuvo al fin a una distancia en que pudo verla al rostro, se percató de que su única sospecha en cuanto a la identidad del otro huésped del claro había estado errada. No se trataba de una mujer, sino de un varón. Lo supo por sus hombros amplios, su cara angulosa y el espesor de sus largas cejas oscuras.
Niara esperó. Si no venía en su dirección, si no venía en su búsqueda, ¿por qué se acercaba?
La curiosidad la retuvo en su sitio, aún cuando ya no se sentía lo bastante amenazada como para huir y aún cuando estaba segura de que la figura no la seguiría; bien porque no parecía que esa fuera su intención, o bien porque, dada su forma de ignorarla, cabía incluso la posibilidad de que ni siquiera la hubiera notado.
Pero entonces, aquella sospecha también probó estar errada.
—No admito a huéspedes en mi jardín muy a menudo. Mas el lobo te seguía entre las sombras.
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Historias Cortas
Short StoryHistorias cortitas y one shots, terminados o no, que a veces escribo para para calentar, distraerme, o retos de escritura que hago con amigas. Solo para tener un lugar donde ponerlos ♥ Así nació Tuqburni! quien sabe, algún día tome de aquí algunas y...