II.

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Micah se había equivocado de ventana. O al menos eso pensó cuando, después de haber dado un par de golpecitos contra el vidrio, nadie respondió. El cielo tormentoso cada vez se volvía más oscuro por los nubarrones. Una ventisca lo sacudió de pronto, dejando en él una sensación gélida y al mismo tiempo placentera. Empezó a llover y él mismo se vio completamente empapado, pero sin ganas de buscar algún refugio. La ropa que llevaba puesta se hizo mucho más pesada de lo normal debido al agua acumulada en ella y su cabello rojizo se pegó a su frente, mientras él alzaba la cabeza para recibir la bendición de su padre directamente.

Sonrió cerrando los ojos y se quedó un par de segundos de pie en la escalera de emergencias, simplemente disfrutando de la sensación.

—¿Debería preocuparme?

Escuchó una voz conocida y se vio obligado a abrir los ojos rápidamente. Miró a sus espaldas y ahí mismo, asomado en la ventana abierta estaba la persona que había ido a buscar.

—Percy —saludó Micah—. Pensé que había llegado a la casa incorrecta, no respondiste cuando toqué.

Percy sonrió, recargándose en el alféizar. Del interior de su habitación provenía un aroma dulce y la calidez producía en él una sensación relajante.

—Lo siento, estaba ayudando a mamá a hornear algunas galletas. ¿Quieres entrar?

Micah se miró de arriba a abajo y negó.

—Mojaré todo el lugar y no quiero que tu mamá se enfade. ¿Por qué no sales tú?

Percy soltó una risita antes de señalar el cielo.

—Porque está lloviendo —contestó—. Además, sabes que mamá nunca se molestaría.

Micah se encogió de hombros, cruzando los brazos sobre su pecho.

—¿Desde cuándo el hijo del dios del mar le teme a una llovizna?

Percy iba a responder, pero Micah hizo un ademán con sus dedos y entonces una ráfaga se estampó contra el rostro de su amigo. Percy se sobresaltó por la sorpresa, pero se relajó en cuanto escuchó la risa divertida de Micah.

—¡Hey! —se quejó.

—¿Qué vas a hacer, Jackson? —preguntó Micah divertido.

Percy sonrió de manera retadora y saltó fuera de la habitación, cayendo de pie sobre las escaleras de emergencia. Micah se alejó rápidamente, subiendo los últimos pisos, mientras que Percy lo seguía de cerca, lanzando pequeños disparos de agua que Micah evadía con ventiscas.

Cuando llegaron a la azotea, Micah se preparó para recibir pelea por parte de su amigo, pero no esperaba que el siguiente movimiento de Percy, sería arrojarse sobre él, derribándolos a ambos contra el suelo. Los dos rodaron un par de metros hasta que finalmente quedaron tendidos en el suelo, Micah sentado a horcajadas sobre el regazo del hijo de Poseidón. Las respiraciones de ambos eran agitadas, por lo que se quedaron quietos unos segundos, tratando de recuperarse.

Micah vio a los ojos a Percy y sonrió, luego se frotó el rostro con las manos y finalmente apartó el cabello de su frente. Percy, mientras tanto, lo observaba completamente concentrado. Cada movimiento, cada respiración, cada pestañeo... cada que Micah lamía sus labios rojizos y carnosos.

—Dioses, estás más rojo que mi cabello, Percy —se burló Micah, recargando sus manos en el abdomen del chico—. Me encanta la vista desde aquí, deberías invitarme más seguido.

—¿Huh?

—No parezcas tan sorprendido —continuó Micah—. Sabes que no me gusta el campamento, no cuando mis amigos no están.

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