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Porque las rosas más bonitas no se encuentran en jardines.
Las rosas más bonitas están destinadas a morir en un jarrón.
Y él era el jarrón de mi rosa.

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-Sentimos molestarla tan tarde, pero necesitamos hablar con usted.

En el momento en que lo vi, llamando a mi puerta, algo dentro de mí se partió con tanta fuerza que me impidió moverme. El peso de lo que mi alma sabía, mucho antes de que él me lo dijera.

-¿Dónde está?

Sentí la primera lágrima caer, sin consentimiento. Las demás no tardaron en seguir a la primera.

-Señorita Vega, por favor, siéntese.

-¡No quiero sentarme! -grité, con el corazón palpitando en mi puño- ¡¿Dónde está?!

Alan, el policía que tiempo atrás había estado contestando a todas mis llamadas nocturnas, entró en casa.

-Vega... -susurró.

-No.

Él avanzó hasta estar a dos pasos de distancia.

-Salid, yo manejo la situación. Preparad la sala y traed a Halls.

Los demás policías acataron la orden, saliendo por la puerta sin hacer ruido.

Intenté enfocar su rostro, pero era difícil ver más allá de un borrón. Las lágrimas seguían, cayendo sin control.

-Siento tener que hacer esto, pero tienes que venir... -carraspeó-, tienes que venir a comprobar el cuerpo.

Pude sentir cuando mi cabeza asentía, cuando mi cuerpo empezó a caminar de forma automática hacia el coche parrulla, cuando Alan cerraba la puerta y nos conducía hacia la morgue.

Físicamente estaba allí, pero mi alma se encontraba en otra parte, sufriendo intensamente en otro plano, alejado de mi cuerpo.

Ni siquiera sé en qué momento avanzamos tan rápido, sólo sé que deseaba que el camino fuese eterno. Sólo quería evitar ese momento, aunque fuese inevitable.

-Tómate el tiempo que necesites... -susurró.

La morgue. Ese lugar frío, insípido y totalmente agrio; ese lugar que me había pasado toda la vida evitando.

Los pasillos iban iluminándose a medida que caminábamos, como si me estuviesen conduciendo a la silla eléctrica. Luego deseé que así fuera.

Su cuerpo estaba perfectamente cubierto, una sábana blanca se encargaba de repeler las miradas morbosas.

Quería que la tierra me tragara. Quería que me arrastrara hasta el mismo lugar al que había ido ella. Sólo sé, que la simple idea de vivir sin ella me retorcía las entrañas, inconcebible.

Aún no podía asimilarlo, supongo que nunca podría.

El primer golpe al corazón llegó como una descarga, no supe si estaba muriendo o despertando de una pesadilla. Cualquiera de las dos era mejor opción que ver lo que había debajo de esa sábana.

Su rostro, que siempre había sido un imán de miradas, ahora estaba desfigurado, irreconocible. Una imagen que me iba a perseguir hasta el resto de mi vida.

-Estamos analizando la sustancia hallada en el cuerpo, pero todo indica que se trata de ácido -añadió el forense-. Las pruebas concluyen que la causa de la muerte fue por derrame craneoencefálico. Se aprecian diversas fisuras en el cráneo y, si le sirve de consuelo, el ácido se aplicó postmortem.

Mis ojos se deslizaron con lentitud, memorizando la imagen que protagonizaría mis mayores pesadillas.

Sus ojos, que habían sido de un castaño llameante, ahora permanecían abiertos de forma macabra, sin brillo. La piel de sus mejillas se había fundido con sus labios carnosos y aún podía apreciarse el carmín en esa masa de piel desfigurada.

Su cuello, siempre esbelto, tenía pegada la cadena del abalorio que le regalé por su cumpleaños. Qué ironía, un llamador de ángeles, cuando ninguno se dignó a ser de ayuda.

Su vestido favorito, de seda negra, con partes quemadas, pegadas a su piel de tal manera que jamás volverían a separarse.

No sé en qué momento empecé a sollozar, pero sentía los pulmones cerrándose, impidiéndome respirar con normalidad.

-Ha sido él.

Mi voz estaba rota, distorsionada por el dolor, pero también por el odio. Ese odio profundo que llevaba cultivándose desde hacía años, a fuego lento, y que ahora había alcanzado su cúspide.

-Estamos llevando una investigación exhaustiva, de momento tenemos algunas sospechas, necesitamos el resultado de las pruebas y...

-Ha sido Frank. ¿Cuántas pruebas más necesitas? -quería vomitar-. Él se ha encargado de romperla de todas las maneras posibles. Él le robó su juventud, le ha arrebatado su belleza y también la vida. ¡¿Cuánto más va a tener que pasar para que sea culpable?! -no podía parar de llorar.

-Vega... sabes que no es tan sencillo. Todo conlleva un procedimiento, pero te aseguro que se hará justicia.

Si había algo dentro de mí que pudiera quebrarse más, creo que lo sentí clavándose en mis costillas.

-Justicia -reí, con el alma a los pies-. De qué le sirve ahora la justicia, si ya no puede tener un futuro.

Mi madre no volvería, nunca más.

Mi cordura tampoco.

Rosas para AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora