Sin futuro

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El bote se mecía tranquilamente sobre el agua del lago. A su lado, Winston observaba los peces con interés, mientras que Zoe dormía sobre la chaqueta de Will. Eran los únicos dos perros de su manada que podían estar en el bote porque se comportaban adecuadamente. Habían aprendido a estar calmados para no asustar a los peces ni lanzarse al agua cada vez que tenían oportunidad. A diferencia de Jack, que se mareaba y vomitaba, Winston y Zoe eran compañeros ideales para pescar. 

Will disfrutaba de la paz que le brindaba ese momento. Había pescado cinco truchas, pero solo una terminaría siendo su cena; las otras cuatro las liberó de vuelta al lago. En la orilla, los otros perros esperaban pacientemente, jugando entre ellos o durmiendo bajo el cálido sol.

El lago no estaba muy lejos de su casa, así que el regreso fue rápido. Al llegar, Will congeló la trucha para más tarde y se dispuso a comer la comida que su vecina le había dado. Era un plato sencillo de arroz con carne, pero tenía un sabor casero. Aunque estaba bueno, no podía evitar compararlo con las comidas que solía degustar cuando vivía en Baltimore.

Sacudió la cabeza, tratando de alejar esos pensamientos. Baltimore y todo lo que significaba eran parte de un pasado del que intentaba escapar. No quería recordar.

Por la tarde, se dirigió al taller. El día estaba tranquilo y no había mucho trabajo, así que decidió aprovechar el tiempo desarmando un motor viejo en busca de piezas sobrantes.

El niño, empleado de su padre, hizo una mueca al verlo y continuó llevando cosas a la parte trasera del taller. Parecía que no le caía bien a Will, pero eso no le importaba; no estaba allí para agradarle a nadie. El niño, molesto por ser ignorado, hacía ruidos innecesarios con las herramientas y cajas, intentando atraer la atención de Will, quien permanecía impasible, enfocado en su trabajo.

Su padre no había ido al taller ese día, pero lo había invitado a reunirse en el bar por la noche. Cuando llegó la noche, cerró el taller, llevó al niño a su casa y luego se dirigió al bar del pueblo.

Normalmente, Will iba al bar durante el día o la tarde para comprar whiskey o cerveza. Había una gran selección y prefería eso al alcohol barato que vendían en la tienda local. Nunca había ido de noche, y sabía que el lugar estaría lleno de personas, algo que prefería evitar.

Cuando llegó, sus sospechas se confirmaron. El bar estaba lleno de gente, y el aire estaba cargado con el olor de alcohol y sudor. La música y las conversaciones creaban un murmullo constante que llenaba el espacio.

—¡Hola, Will! ¡Qué sorpresa verte por aquí! —lo saludó la chica que trabajaba allí. Era la misma que siempre lo despachaba cuando iba a comprar alcohol. Esta vez, llevaba una bandeja con cervezas, indicando que también hacía de camarera. 

Era bastante amable con él y no parecía importarle su nula habilidad social. Siempre intentaba entablar conversación, aunque generalmente terminaba hablando sola cuando Will daba respuestas cortas. Tenía una belleza sencilla, con curvas suaves que resaltaban con su ropa ajustada, cabello rubio atado en una coleta alta y pecas que salpicaban su rostro. Le había dado su número de teléfono unos días después de conocerse, mostrando un interés romántico por él.

Aunque era bonita y definitivamente podrían pasar un buen rato juntos, Will sabía que ella no era el tipo de persona que solo quisiera una noche divertida y sin ataduras. Si se acostaba con ella, probablemente esperaría una futura relación, y Will no quería ningún tipo de vínculo sentimental. 

Will respondió a su saludo con torpeza, sintiéndose incómodo bajo su atenta mirada.

—No te había visto aquí de noche. ¿Vienes a comprar una botella? Puedo atenderte en un minuto —dijo ella con una sonrisa cálida

Efecto mariposa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora