Prologo

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Es curioso como nuestras vidas pueden dar un giro o simplemente seguir un curso constante durante mucho tiempo.
Somos seres tan complejos y a la vez tan efímeros que nunca sabremos cuándo será la última vez que diremos o haremos algo: la última vez que abrazamos, besamos, reímos e  incluso nos enojamos
La última vez que vemos a nuestros amigos una tarde, la última vez que compartimos en la escuela con nuestros compañeros, la última vez que jugamos a las muñecas con nuestras primas, el último juego de mesa en familia, la última navidad de regalos con los seres que amamos, el último paseo que damos con nuestra mascota y hasta la última página de un libro que tanto adoramos leer.
Son momentos que, al recordarlos, se vuelven dolorosos porque anhelamos tanto volver atrás en el tiempo aunque sabemos que es imposible.
Miramos a nuestro alrededor y se ha ido.
Por completo.
Y no volverá a suceder sin importar cuánto lo deseemos.

Todo ocurre solo una vez en la vida.

Nunca entendemos lo felices que somos y sobre todo no entendemos algo hasta que lo experimentamos en carne propia.

Recuerdo claramente las noches junto a mi hermana viendo películas de romance a los doce años. Solía reír y restarle importancia a las escenas donde la protagonista terminaba llorando, encerrada en su habitación, consolándose con helado por un corazón roto. No comprendía entonces cómo alguien podía sufrir tanto por amor; me decía a mí misma: "Si no es para ti, no lo es, y ya está. Así que basta de sufrir, mujer".
Pero en aquel entonces nunca me había enamorado, nunca había sentido el dolor de un corazón roto, hasta ahora.

—Siento que esto no es real.

—¿Qué parte?

—Todo. Estar aquí contigo, verte, tocarte, saber que me amas tanto como yo a ti. —No estaba segura de cómo mis palabras podrían afectarlo, pero en ese momento no me importaba el resultado; estaba dispuesta a entregarme a esto por completo. A este momento.

—Soy real. Somos reales, y mi amor por ti es muy real. —Me respondió con una sonrisa.

—¿Me abrazas? —De repente, sentí que lo único que necesitaba para sentirme viva era él: su aroma, sus caricias, su piel, sus manos, todo su ser. Me tomo de la cintura y acercó mi pecho al suyo, puse mis labios sobre su cuello y aspiré su aroma. Sentí el latir de su corazón en el mío.

¿Cómo era posible sentir algo tan intenso? Creo que estaba enloqueciendo.

Era tarde, estábamos recostados en su habitación, nuestras piernas entrelazadas, nuestras respiraciones en sincronía y nuestros latidos vibrando al unísono. Podía ver sus pupilas dilatadas, más grandes que nunca, y sentía mis mejillas tan sonrojadas que imaginé que mi cuerpo entero ardía. En ese momento, solo quería detener el tiempo y quedarme así para siempre, escuchando la brisa del viento a través de la ventana por toda la eternidad.

—¿Me prometes algo? —Pregunté.

—¿Qué es?

—¿Podemos estar así toda la vida? ¿Ser solo tú y yo?

—Toda la vida, Lunita.

Acune con mis manos su rostro, toque su lunar de la mejilla derecha y le di un beso profundo.

Ahora, mientras regresaba de la Facultad de Medicina con los auriculares puestos, escuchando la canción que alguna vez me dedicó, no pude evitar recordar sus palabras: "toda la vida".
Una lágrima se deslizó por mi mejilla, pero no importó; ya estaba lloviendo, igual que en mi corazón.

Sinfonía de recuerdos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora