ℒ𝒶𝓂𝒾𝓃ℯ 𝒴𝒶𝓂𝒶𝓁

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"𝐂𝐚𝐦𝐢𝐧𝐨 𝐚 𝐥𝐚 𝐆𝐥𝐨𝐫𝐢𝐚"

Barcelona, 2024

Lamine Yamal estaba sentado en una camilla de la clínica del club, con el eco de las palabras del médico aún resonando en su cabeza. "Tres meses de baja. La recuperación será lenta, pero tienes tiempo."

Tiempo. Esa palabra lo atormentaba. Para alguien acostumbrado a vivir a mil por hora en el césped, tres meses parecían una eternidad. Salió de la clínica con una muleta en una mano y la cabeza baja, intentando ignorar los flashes de los periodistas que esperaban afuera.

La ciudad, normalmente vibrante y llena de energía, ahora le parecía monótona. Barcelona no era la misma sin el fútbol, sin la adrenalina de los partidos. Pero esa tarde, mientras caminaba sin rumbo, algo diferente llamó su atención: una pequeña cafetería en una esquina tranquila.

El aroma a café recién hecho lo atrapó, y sin pensarlo demasiado, entró.

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—¿Qué te sirvo? —preguntó una voz dulce y despreocupada detrás del mostrador.

Lamine alzó la mirada y se encontró con una chica de cabello rubio, con un delantal negro y una sonrisa que parecía iluminar el pequeño local.

—Un cappuccino —respondió, intentando mantener la compostura mientras acomodaba su pierna lesionada.

La chica no tardó en notar el yeso y las muletas.

—Uf, eso se ve complicado. ¿Fútbol? —preguntó mientras preparaba el café.

Lamine asintió, algo sorprendido de que lo reconociera.

—¿Barça? —insistió ella, arqueando una ceja.

—Sí.

Ella le sonrió mientras le entregaba el vaso.

—Bueno, al menos tenés tiempo para disfrutar de un buen café. Que te mejores.

Lamine no pudo evitar sonreír ante su tono despreocupado, pero lo que más le llamó la atención fue que ella no parecía impresionada por quién era. Para Emma, él no era más que un cliente con una pierna rota.

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Las visitas de Lamine a la cafetería se hicieron habituales. Al principio, era solo una forma de escapar de la monotonía, pero con cada conversación con Emma, el lugar se volvió algo más.

—¿Y cómo va la recuperación? —preguntó ella un día mientras limpiaba una mesa cercana.

—Lenta. Es frustrante no poder jugar.

—Bueno, al menos te queda tiempo para pensar en otras cosas.

—¿Como qué?

Emma se encogió de hombros, divertida.

—No sé, leer un libro, aprender a cocinar, planear tu próximo gol.

Lamine rió, algo que no hacía desde su lesión.

—¿Vos sabés algo de fútbol?

—No mucho, pero si querés, puedo ayudarte a practicar estrategias... aunque soy más de mirar deportes que de jugarlos.

Lamine arqueó una ceja. Emma era diferente. No lo trataba como una estrella, sino como un chico más, y eso lo desconcertaba y lo intrigaba a partes iguales.

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Tres meses después, el gran día llegó. Lamine estaba de vuelta en la alineación titular, y la emoción de volver a pisar el césped era inigualable. Sin embargo, los nervios estaban presentes. ¿Y si no estaba listo? ¿Y si fallaba?

Antes de salir al campo, revisó su celular. Había un mensaje de Emma:

"Dale, Lamine. Solo disfrutalo. Recordá por qué empezaste."

Esas palabras quedaron grabadas en su mente. Cuando entró al campo y escuchó a la multitud corear su nombre, algo dentro de él se encendió.

El partido avanzó, y aunque al principio jugó con cautela, en el segundo tiempo recordó las palabras de Emma. Dejó de preocuparse por los errores y simplemente jugó.

En el minuto 89, con el marcador empatado, Lamine recibió el balón en el área. Con un movimiento ágil, dejó atrás a dos defensores y disparó con precisión.

El estadio estalló en aplausos cuando el balón golpeó la red. Sus compañeros lo rodearon mientras él levantaba los brazos hacia la multitud, buscando entre los rostros conocidos el de Emma.

No estaba en el estadio, pero sabía que ella lo estaba viendo, probablemente desde la cafetería, con esa sonrisa suya y una taza de café en la mano.

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Al día siguiente, Lamine fue a la cafetería. Emma estaba detrás del mostrador, como siempre, pero esta vez lo recibió con una sonrisa más amplia.

—Buen gol, crack —dijo, ofreciéndole un cappuccino.

—¿Viste el partido? —preguntó él, sorprendido.

—Obvio. Aunque debo decir que esperaba algo más espectacular.

Lamine rió, apoyando los codos en el mostrador.

—¿Algo más espectacular?

—No sé, tal vez una chilena o algo así.

—La próxima vez lo intento —respondió, divertido.

Emma lo miró, y por un instante, ambos se quedaron en silencio, disfrutando de la complicidad que habían construido.

Lamine sabía que el camino a la gloria no se trataba solo de goles y victorias. También se trataba de las personas que lo acompañaban en el trayecto, como Emma, quien, sin quererlo, le había recordado que el fútbol era más que un deporte: era su pasión.

Y mientras salía de la cafetería, con un cappuccino en la mano y una sonrisa en el rostro, supo que ese era solo el comienzo de una nueva historia.

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