La luz en la oscuridad

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Raúl se despertó una vez más en la soledad de su pequeño apartamento. El sol apenas asomaba por las ventanas cubiertas de polvo, iluminando las huellas de una vida en descomposición. Las paredes descoloridas y el desorden general reflejaban el estado de su alma. Desde que Elisa lo había dejado, todo había perdido sentido.

Cada mañana, Raúl luchaba por encontrar una razón para levantarse. Su trabajo en una oficina anodina era una rutina vacía que apenas le distraía de la tristeza que lo consumía. Sus amigos, aquellos que no se habían cansado de sus rechazos, se habían ido alejando poco a poco. La soledad se había convertido en su compañera constante.

Los días pasaban sin distinción. El dolor de la pérdida se mezclaba con un sentimiento de culpa que no podía sacudirse. Había fallado a Elisa, había fallado a sí mismo. Sus errores, sus palabras hirientes en momentos de ira, su incapacidad para cambiar, todo había contribuido a la ruptura.

Un día particularmente oscuro, Raúl recibió una llamada de su jefe. Se había dado cuenta de los constantes errores y la falta de concentración. Le advirtió que si no mejoraba, perdería su trabajo. La desesperación se apoderó de él. No podía permitirse perder el único ancla que lo mantenía apenas a flote.

Esa noche, después de horas mirando al techo, Raúl decidió salir a caminar. Las calles desiertas de la ciudad parecían un reflejo de su propia vida. Sin rumbo fijo, sus pasos lo llevaron al parque donde solía pasear con Elisa. Se sentó en un banco, recordando los momentos felices, las risas compartidas, las promesas que nunca se cumplieron.

Mientras estaba allí, su teléfono vibró. Era un mensaje de Elisa. "¿Cómo estás?", preguntaba. Raúl dudó, sin saber si debía responder. Finalmente, sus dedos se movieron casi por sí solos. "No muy bien. Te extraño."

Elisa respondió casi de inmediato. "Yo también te extraño. ¿Podemos hablar?"

Raúl sintió una mezcla de alivio y ansiedad. No había hablado con ella desde su separación. "Sí, claro", escribió.

Esa noche, hablaron durante horas. Elisa le contó sobre su nueva vida, su trabajo, sus nuevas amistades. Raúl escuchaba en silencio, sintiendo una punzada de celos pero también alegría por ella. Cuando llegó su turno de hablar, se derrumbó. Le contó todo: su soledad, su culpa, su desesperación.

Elisa escuchó pacientemente. Al final, dijo: "Raúl, cometiste errores, pero eso no define quién eres. Todos merecemos una segunda oportunidad."

Las semanas siguientes, las conversaciones con Elisa se convirtieron en lo que Raúl esperaba con ansias. Su voz era un bálsamo para su alma herida. Sin embargo, la oscuridad aún lo perseguía. Los recuerdos dolorosos, las noches solitarias, todo seguía ahí, pesando sobre él.

Un viernes, Raúl llegó a casa después de un día particularmente malo en el trabajo. La advertencia de su jefe resonaba en su mente. Se sentó en su sofá, mirando fijamente a la botella de pastillas sobre la mesa. Pensó en su vida, en los errores, en el vacío que sentía. La idea de poner fin a su sufrimiento se volvió cada vez más tentadora.

Tomó la botella en sus manos, temblando. Justo en ese momento, su teléfono sonó. Era Elisa. Sin saber por qué, contestó.

"Raúl, ¿dónde estás?" La voz de Elisa sonaba preocupada.

"En casa," murmuró.

"Voy para allá," dijo ella, sin esperar respuesta.

Raúl dejó caer la botella y se hundió en el sofá, llorando. No pasó mucho tiempo antes de que escuchara la puerta abrirse. Elisa entró, con los ojos llenos de preocupación. Se acercó a él y lo abrazó, sosteniéndolo mientras él se derrumbaba.

"Estoy aquí," susurró. "No estás solo."

Durante horas, hablaron. Raúl le contó todo, incluso lo que había estado a punto de hacer. Elisa lo escuchó sin juzgarlo, simplemente estando allí para él. Esa noche, Raúl sintió que algo cambiaba dentro de él. La oscuridad no se había ido, pero por primera vez en mucho tiempo, vio una luz al final del túnel.

Con el apoyo de Elisa, Raúl comenzó a dar pequeños pasos para reconstruir su vida. Inicialmente, simplemente se concentró en su trabajo, intentando evitar cometer más errores y ganarse la confianza de su jefe nuevamente. Las charlas nocturnas con Elisa continuaron, brindándole consuelo y fortaleza.

El tiempo pasó, y aunque Raúl aún no se sentía listo para reconectarse con familiares o amigos, empezó a cuidar más de sí mismo. Adoptó hábitos más saludables, como caminar por el parque en las mañanas y cocinar sus propias comidas. Elisa lo animaba constantemente, celebrando sus pequeños logros.

La relación con Elisa no volvió a ser la misma, pero su amistad se fortaleció, y Raúl supo que siempre podría contar con ella. A medida que los días se convertían en semanas y luego en meses, Raúl comenzó a encontrar una nueva estabilidad. La soledad y el arrepentimiento seguían presentes, pero ya no lo definían. Con el tiempo, Raúl encontró la paz que tanto había buscado, sabiendo que, a pesar de todo, siempre hay esperanza.

//ROVA//

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