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Patroclo caminó con las manos juntas, como si estuviera rezando o como si estuviera demasiado nervioso, pero sólo él sabía que eran ambas. Había salido un poco tarde al encuentro y estaba nervioso de que Aquiles ya estuviera cansado de esperarlo, pero realmente no había calculado bien la lejanía de su hogar hasta la plaza.

El cabello rubio del chico fue lo primero que pudo distinguir. Miraba su teléfono con calma mientras acariciaba su propia mochila. Patroclo no pudo evitar admirar la figura de Aquiles, alto y delgado, con una nariz fina y de cabello tan largo y brillante; las bermudas color pistache que llevaba lo hacían atractivo a la vista y si no fuera porque al parecer tiene una mirada horriblemente pesada, y el rubio lo descubrió observándolo en silencio, jamás se hubiera detenido de admirarlo desde lejos.

Aquiles levantó una mano mientras le dedicaba una sonrisa y Patroclo se convenció de que esa dulce expresión la había admirado y amado antes, mucho antes de ese momento.

—Lo siento, no quería llegar tan tarde.

—Amigo, te pasaste por diez minutos, realmente no es nada. —Lo observó de pies a cabeza y Patroclo tembló por un momento—. Tienes un estilo algo curioso... ¿Es Medusa la de tu playera?

—Sí. ¿La conoces? Usualmente todos dicen que es... raro. Tengo muchas así, con dioses de estampado.

—Se te ven bien, te ves muy bien. —Respondió ladino.

Patroclo encogió su sonrisa, sorprendido y confundido por su forma tan tranquila de expresar ese tipo de cosas. Si él intentara decirle que cree que es muy atractivo con aquellas bermudas, seguramente se vería como un acosador.

—¿Por dónde está la cafetería? Realmente nunca he venido. —Se excusó rápidamente mientras pasaba por su lado—. Me siento muy raro por hacer esto.

—¿Hacer qué? ¿Salir por café?

—Salir solo a cualquier lado. Nunca lo hago, jamás salgo.

Aquiles estaba sorprendido, que no saliera a tal punto de no conocer aquella reconocida cafetería era extremo, quizá sus padres sí eran demasiado estrictos.

—¿Por qué no? ¿Tus padres no te dan permiso?

—¿Mis padres? —Patroclo lo miró con una ligera sonrisa—. Oh, no. Ellos no me dan permiso.

—¿Por qué?

Patroclo no pudo evitar aguantar una sonrisa llena de burla, pero estaba a punto de soltar el chiste con el que había sobrevivido muchísimos años en la escuela.

—Porque están muertos.

Sin embargo, para Aquiles no tenía ni una pizca de gracia. Ahogó un suspiro, estaba realmente impactado por la confesión y la ligereza con la que Patroclo podía decir ese tipo de cosas; en lugar de reírse junto a él, frunció el entrecejo con algo de incomodidad.

—¿Qué dices? —Apartó un mechón de cabello que le estorbaba la visión y trató de no tartamudear—. ¿M..Muertos? Amigo, no bromees así que no es en absoluto chistoso. 

—No estoy bromeando. Bueno, sí, pero no miento. A mi madre no la conocí, y mi padre murió cuando era un niño. Están muertos. 

Patroclo trató de no sonar indiferente a la pérdida de ambos, pero sería hipócrita decir que sentía algo de tristeza o que los extrañaba cuando realmente no lograba recordar a ninguno de los dos. Ni siquiera sabía cuáles eran sus nombres, menos lloraría por la ausencia de alguien que nunca le hizo falta, porque nunca estuvo ahí. 

—Lo lamento mucho, amigo. De todas las respuestas que me imaginé, nunca me esperaba ésta. 

—Está bien, no lo lamentes. Supongo que nadie espera que alguien te cuente que sus padres están muertos apenas la primera vez que se conocen. Lamento eso, no debí arruinarlo así. 

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⏰ Última actualización: Oct 27 ⏰

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