Epilogo.

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Volvió a la consciencia repentinamente y se abrieron sus ojos sin su consentimiento. Renee trató de volver al maravilloso mundo del que acababa de despertar pero fue imposible, así que se quejó entre dientes mientras se acomodaba bajo las mantas, tratando de relajarse al menos ahora que tendría el día libre. De un momento a otro trató de acurrucarse contra su esposo pero un movimiento le bastó para darse cuenta que estaba sola en el lecho matrimonial, lo cual le generó una extraña sensación de vacío entre una ola de decepción. Paz y soledad, algo no muy frecuente en su rutina desde que parió a tres engendros del infierno. Se giró para quedar sobre su espalda y miró el techo para dejar que los recuerdos la invadieran.

Habían pasado seis meses desde que sus hijos murieron.

Encontraron sus cuerpos en una casa abandonada dentro de un barrio deshabitado, aparentemente los tres se habían divertido entre ellos y acordado suicidarse juntos después de que asesinaran a tres escoltas y un policía, robando el vehículo en el que sería transportado el menor de los gemelos para celebrar su juicio. La Sra. Graves ya sabía que Andrew había intercambiado su lugar con Andy para asumir la culpa de su hermano antes, por ello estaba complacida de por fin deshacerse de él. Ella nunca tuvo una buena relación con el menor de los gemelos, lo veía como una molestia que podría generarle demasiados problemas. Pensó que podría encontrar un método para hacer que su decepción y su vergüenza también desaparecieran en el futuro, aunque enterarse de sus muertes en conjunto le dejó un extraño sentimiento. Debió estar feliz de que por fin desaparecieran esas piedras en su vida, pero extrañamente estaba tan conmocionada por la abrupta noticia que apenas pudo reconocer la sorpresa que le causó.

Ellos habían sido inseparables, bueno, en realidad ambos gemelos habían sido muy allegados a la menor. Hubiera intentado intervenir para cambiar eso y mejorar su imagen familiar pero la idea de hacerse cargo de su hija pequeña la detuvo, así que dejó que se apegaran entre sí todo lo que quisieran aun cuando llegó a sospechar que se estaba cocinando algo más en las mentes retorcidas de esos tres una vez empezaron a crecer. Nunca quiso desmenuzar su relación fraternal o ver más a fondo las implicaciones, tal vez por asco o quizás por miedo.

Y como si de una señal se tratara, decidió enterrar a sus hijos en un solo ataúd como última (y única) muestra de su inexistente amor maternal, también para ahorrase algunos dólares en el entierro, para qué negarlo. Desde entonces había continuado su vida con normalidad. Se levantó de la cama para prepararse un café, encontrándose a su esposo sentado frente a la mesa bebiéndose su propio café sin ganas mientras miraba el periódico. Renee lo observó mientras se acercaba a él con cuidado.

—Hoy hace un lindo día, creo que iré al cementerio.

— ¿Para qué? —cuestionó él. Renee se sorprendió de que su esposo la estuviera escuchando.

—Supongo que quiero asegurarme de que nuestros hijos estén cómodos donde están.

— ¿...Tenemos hijos?

—En teoría teníamos.

—Oh... —A Renee le fascinaba la expresión muerta de su marido, su falta de reacción ante las situaciones por las que una persona normal sentiría dolor o miedo. No, él sólo existía, sólo por ella.

— ¿Te gustaría acompañarme?

Por primera vez después de mucho tiempo –Renee lo catalogaría una eternidad aunque sólo fuesen unos segundos– el señor Graves levantó sus preciosos ojos fucsias hacia ella; ese color que la hija (de la que se sintió siempre tan avergonzada) heredó de él, lo único bueno que pudo poseer del que consideraba su hombre. Un hombre sumiso y sin voluntad. Roto.

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