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Caminé por la casa, analizando las ventanas, que estaban bloqueadas, y la puerta de la terraza, que daba a una terraza que tenía una pared con agujeros por los que podía ver, los vecinos estaban mirando hacia acá.
Fui a la cocina, miré en la nevera... nada interesante, de verdad que es impresionante el poco gusto que tenía el dueño de la casa.
Rondé la casa, llegué a un dormitorio. Olía a muerto, supuse que sería a lo literal y que aquí era donde habían escondido el cuerpo.
Escuché un crujido que venía del salón y volví a la cocina.
Abrí un cajón y agarré un cuchillo.
Yo había venido solo a revisar la zona.
Pero por lo visto no fui la única.
Me escondí tras la puerta con la respiración agitada.
Escuché pasos y respiré hondo para calmarme.
—Vamos a hacer esto fácil, ¿de acuerdo?— escuché una voz femenina decir.
Me quedé en silencio.
—Vamos, Eli, sé que eres tú, los vecinos han descrito tú apariencia. Hagamos esto fácil, venga.— continúe escondida detrás de la puerta.
Agarré el cuchillo con fuerza cuando escuché los pasos acercarse a la cocina.
—Tienes dos opciones. La primera, es ceder y dejar de obedecerles, nosotros estamos para ayudarte. La segunda es que te dispare con el taser y te cargue hasta abajo con el resto de mis compañeros.— dijo ella.
Seguí sin aparecer de detrás de la puerta.
—Bueno, tú lo has decidido, supongo— dijo cerrando la puerta y descubriendome.
Le clavé el cuchillo antes de que pudiese siquiera pensar en tasearme.
Cayó al suelo.
—La puta madre que te parió, Eli, eres una asquerosa y una zorra.— me dijo antes de quedarse sin aliento.
—También es la tuya, ¿te acuerdas?— contesté.

Lavé el cuchillo y lo dejé en el cajón donde lo había encontrado.
Miré el cuerpo inerte de Inés en el suelo.
Me daba pena, sí, pero no me quedaba otra.
Intercambié su ropa por la mía y escondí su cadáver junto al del dueño de la casa bajo la cama.
Cubrí la cicatriz de mi cara como pude y hablé por el walkie-talkie.
—Aquí la oficial Inés, la casa está limpia, a parte del cadáver
—De acuerdo, enviamos refuerzos para recogerlo, ya puedes marcharte.— me contestaron
Bajé las escaleras y salí del portal, encontrandome con los compañeros de Inés.
—¿Estaba tu hermana, como tú decías?— me preguntó un hombre
—No, la casa estaba limpia.— contesté
—De acuerdo, ya podemos irnos— dijo otro hombre
Me metí en el coche patrulla de Inés y seguí a los otros coches hasta una bifurcación, en la que cogí el otro camino.
—¿A dónde coño vas, Inés?— preguntó una mujer por el walkie-talkie.
Yo me reí y lancé el walkie-talkie por la ventana del coche.
Pasé bajo un túnel y llegué a el peor barrio de la ciudad.
Aparqué frente a un local abandonado.
Cuando salí, las expresiones de los rostros de las personas de al rededor, que se habían quedado blancos al ver el coche patrulla, cambiaron a inquietantes sonrisas.
Entré en el local.
—No sé si seguirá vivo, eh.— me dijo un señor con un puro en la boca.
—Van a tener problemas si no lo está.— dije señalando al taser de Inés y guiñandole el ojo al señor, quien soltó una carcajada.
Entré al local.
—Ya era hora, Elisabeth.— me dijo el gigantesco hombre de adentro.
—El objetivo está seco y no hay sospechas.— dije dejando las armas del uniforme de Inés sobre el mostrador.
—Perfecto, tú hombre está ahí.
Entré a otra sala, mi marido estaba maniatado sentado en el suelo.
Miro hacia arriba.
—¿Inés?
—Casi.— contesté desatandolo
—Beth tiene una cicatriz
Me destapé la cicatriz.
—Ah, hola, cariño.
Puse los ojos en blanco y le ayudé a levantarse.
Salimos del local y ví como ya habían destrozado el coche de policía en el que había venido.
Solté una carcajada.
Saqué mi moto del garaje contiguo al local y nos subimos a ella.
Conduje lo más lejos posible, hasta mi casa, en otra comunidad autónoma.
—Y... ¿Qué ha pasado en mi ausencia?— preguntó mi marido
—He matado a Inés.
—¿A Inés... tu gemela?
—Sí.
—Bueno, nunca me cayó bien.

Un objetivo menos, pero la misión no ha terminado.

microrrelatos de la extrañezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora