Regresa conmigo

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—Eres un mentirosoconfiesa el monegasco.

Carlos no se opone al tacto, le disgusta pero en lo más fondo de él acepta el abrazo desesperado, el placer de estar junto a quien ama, el placer enfermizo el cual sea ser correspondido con ese mismo deseo romántico que alguna vez hubo en esa relación.
Charles conoce al español, lo conoce mejor que nadie, y sabe que tiene en la palma de su mano a quien le jura fidelidad siempre; quizás sea un poco cruel que lo admita, que admita que tiene un perro fiel que sin importar que tan bajo caiga siempre estará para él.

Los largos dedos del rubio se clavan en las formidables extremidades del moreno, estas mismas manos tocando las suaves extensiones de piel que alguna vez fue deseada con amor y lujuria, no con la intención de dejar atrás una mentira.
—Charles...—suspira el español bajo el toque del mencionado, posando sus manos sobre la gran espalda del dueño de sus jadeos.
—Tú nunca me dejarás, ¿verdad?el monegasco suelta con un tono sombrío mientras sus manos paran sobre la cadera del contrario.

Estás últimas palabras resuenan por la gran habitación. La dignidad de Carlos parece haber desaparecido desde el primer instante en el que se rindió al tacto de quien se supone que de debe odiar, quien lo hizo llorar unas noches atrás por algo que nunca creyó merecer.
El moreno se niega a responder la pregunta, solo dejando al paso caricias desesperadas y besos húmedos perdidos en las extensas cavidades de piel de ambos hombres. Los jadeos lascivos estaban reinando el gran cuarto compartido, en el proceso mudándose a la amplia cama en la cual se derramaron lágrimas de dolor noches anteriores.

...

Un año atrás

Se escuchan como los cubiertos chocan con los platos de fina cerámica, este estruendo cubriendo toda la sala de estar.
Charles y Carlos finalizaban un delicioso desayuno que los preparaba para una larga jornada llena de diligencias y ocupaciones.

—¿Qué tal me quedaron?preguntaba el monegasco por su intento de pancakes.
El español enseña una suave sonrisa enseguida que se separa de las lujosas sillas para levantar la mesa.
—Nada malafirma—Pero los míos son mejoresrecalca con firmeza y competitividad.
Risas sutiles llenan la gran sala de estar en donde se encontraban.
Charles se limita a contemplar con quien se había casado, ese hombre quien lo conquistó y le entregó lo innombrable a sus manos.

Que lástima que ese día Charles iba a conocer ese mismo día a esa persona que desviaría su corazón.

...

—Buenos días—la voz del monegasco resuena en la gran habitación.

Leclerc era conocido en la gran Ferrari como el joven que logró llegar donde está con esfuerzo y familiares (como mucho de quienes trabajaban ahí).
Aunque ese día llegaría una variedad de sorpresas, una de ellas el nuevo director de la área de diseño que ya estaba hablando con uno de los jefes de lugar.

Frederic Vasseur yacía hablando con el nuevo trabajador de la gran empresa. Traía un estilo impresionante: un hombre moreno entre sus 30-35 años, de una estatura promedio, vistiendo de forma extravagante pero elegante, unos lentes de armazón grueso negro y unas bellas trenzas africanas al rededor de su cabellera oscura.
Para los ojos de quien sea es un hombre atractivo.
Cesaron las palabras entre el jefe y el nuevo personal al escuchar el saludo del monegasco.

—Justo a tiempo Charles—habla con alegría el CEO de las muchas áreas de la gran empresa.

El moreno desconocido mira al castaño con una suave sonrisa, extendiendo su mano cortésmente al contrario.

—Un placer, Lewis Hamilton.

Charles intercambia miradas con su jefe, para luego aceptar la mano del trenzado.

—Charles Leclerc, el placer es mío—recita con una suave sonrisa amigable.

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⏰ Última actualización: Sep 14 ⏰

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La inocencia del engañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora