CAMBIOS 1/2

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-iVamos, dormilona! -Dijo mi padre
golpeando el marco de la puerta.

-Hm... -Dije quejándome.

-Vamos, Yoko, tenemos mucho que hacer.

-Ya voy. -Dije poniéndome la almohada
en la cara para tapar los rayos del sol que entraban.

-Vamos.. -Escuché como mi padre se
acercaba.- A la de una...

-¡Papá, por favor, dame un momento!

-A la de dos..

-¡Vale, vale, ya voy! -Me quité la almohada y se la tiré en la cara.

- Eres un padre horroroso.

-Sabes que no. -Le saqué la lengua
bromeando.- Vamos, hay mucho que
hacer.

-Voy... -Cuando vi que salió por la puerta cogí el móvil y miré mis notificaciones por última vez.

Marcus me había mandado una foto en el coche de camino al avión. "Suerte", le escribí. Este trasto se iba a quedar todo el verano en un cajón bajo llave.

Nada de distracciones.

Bueno, solo las justas.

Me levanté y fui directo al baño, como
de costumbre. Tuve suerte de que mis
padres comprendieran que necesitaba un baño para mí sola, pero mi racha se iba a terminar.

En el chalet sólo habían dos baños y tenía que luchar contra Marcus para entrar yo antes. Ahora también
tendría que luchar contra Faye...

Arrastré las maletas hacia la entrada con ayuda de mi padre y las cargamos en la furgoneta.

-¿Está todo? -Mi padre se estiró y crujió
su cuello.- ¡Agh, no hagas eso!

-Creo que está todo. -Miramos hacia la
puerta de casa. Mamá salía la última tras revisarlo todo.

-¡Ya está! ¡Podemos irnos!

-¿Seguro, mamá? -Se giró indecisa.

-Oh, venga... que tampoco nos vamos tan lejos. Si necesitamos algo bajamos a por ello y ya está. -Dijo papá quejándose.

-Eso, mamá. Si falta algo ya bajará papá
recogerlo. -Bromeé. Mi padre me dio un
golpecito en la cabeza y subí a la parte
de atrás de la furgo.- ¿Podéis poner mi
canción?

-¿No te cansas nunca? La has escuchado como un millón de veces...

-Vamos, papá, por favor... -Le supliqué.

-Vamos, cariño, pon su canción.
-Gracias, mamá. -Mi padre resopló y
buscó en su móvil mi canción favorita.-

¡Oh, sí! ¡Esto si que es vida!

Llegamos al chalet pasada una hora.
Realmente no estábamos lejos, pero
aquella casa era una locura. Pura magia.

Deseábamos con ansias que llegara el
verano para poder disfrutarla.

Tenía grandes ventanales con cortinas de color crema que daban a una terraza
impresionantemente grande.
Contaba con piscina privada, cuatro habitaciones con piscina privada, cuatro habitaciones enormes con camas de matrimonio, un salón abierto a la cocina con una barra y una isla, todo decorado de colores blancos y turquesas, fotografias de nosotros cuando éramos niños, marcas en el canto de las mesas por las cervezas que abrían nuestros padres...

Era la casa perfecta.

Llevábamos toda la vida pasando los
veranos aquí. Nuestros padres decidieron comprarla entre los cuatro para poder disfrutarla con nosotros.

Ambas madres se quedaron embarazadas a la vez y fue entonces cuando decidieron ser inseparables. Se enamoraron de este lugar en cuanto lo vieron y pactaron pasar aquí cada verano.

Nunca hemos hecho nada diferente ni lo necesito.

Empecé a trabajar con Marcus en el
parque acuático hace dos años. Lucas,
un chico al que conocimos veraneando
aquí, trabajaba allí junto a su padre. El
era el dueño de todo aquello. Cuando le
conocimos nunca imaginé todo lo que iba a hacer por nosotros. Era un trabajo que todos envidiaban.

Empecé a ver la cala a lo lejos, llena
de gente con sus tablas de surf bajo el
brazo. Sentí el olor a arena y agua, a los
granizados de fresa y limón, a la crema
solar, a los flotadores recién comprados...

En cuanto el coche paró y vi el camino
hacia la casa bajé y corrí hacia la puerta.

-¡Oye! Ayúdame con esto! -Gritó mi
padre. No le hice caso. Recorrí la estancia hasta llegar a los enormes ventanales y los abrí rápidamente.

La brisa del aire entró y retiró con un suave soplido las cortinas. Entonces lo vi, aquello que adoraba ver: el mar.

-Adoro este sitio. -Susurré. Mi madre puso su mano sobre mi hombro y sonrió.

-Vamosa ayudar a tu padre. Tim y los
demás no tardarán en venir.

Preparé el viejo altavoz que teníamos
en el desván y puse música al máximo
volumen. Empezamos a retirar todos los plásticos que estaban sobre los muebles, limpiamnos las ventanas, quitamos el polvo, pasé la aspiradora al ritmo de Michael Jackson, organicé mi armario y limpiamos el suelo.

Tras un par de horas de trabajo nos sentamos los tres rendidos en el sofá.

-Uf... Suspiré.- Ya está lista. -Apoyé mi
cabeza en el hombro de mi madre.

-Todavía hay que acabar de limpiar los
baños. -Murmuró mi padre.

-Está bien.. -Gruñí y me levanté.

Tras acabarlo todo al 100%, me metí en
el que era mi cuarto. Estaba diferente
porque nuestras madres habían colocado otra cama para que Faye durmiera en ella. Las paredes estaban pintadas de rosa pastel, mi cama se encontraba a mano derecha y la suya estaba ahora justo al lado de la ventana, enfrente de la puerta.

Tenía un gran armario
que ahora debía compartir con ella
y la luz inundaba toda la habitación.

Adoraba este sitio porque de noche podía escuchar el mar y podía ver el reflejo de la luna entrar por la ventana.

Miré las fotografías que habían sobre la cómoda, mi viejo osito de peluche que ya no necesitaba abrazar... Todo era perfecto.

-¡Yoko! ¡Ya están aquí! -Escuché el grito
de mi madre y salí corriendo para ver
a Marcus.- ¡Madre mía! ¡Qué mayor
estás, Faye! -Me paré en medio de
las escaleras y via a Faye entrar.

Tim, Susan y Marcus estaban cargados con las maletas. Faye me miró y sonrió.

Yo la saludé con un simple gesto con la mano.

Había cambiado mucho, sin duda. Se
había rapado la nuca y llevaba una coleta alta que dejaba ver ese corte de pelo, una trenza diminuta gque caía sobre su hombro y un vestido negro deportivo que dejaba ver que había crecido también de otras partes de su cuerpo. Que envidia, ¿por qué yo no las tenía así de bien colocadas?

-¿A que sí? Está guapísima. -Añadió
Susan. Faye sonrió forzadamente.

A nadie le gustaba que los padres dijeran que habías crecido mucho. Bajé lo que me faltaba de escaleras y me puse al lado de Marcus.

-¿Ves? Lo que te decía, tiene toda la pinta de haberse metido drogas duras en el cuerpo. -Le susurré.

-¡No seas mala!

TENIA QUE SER ELLA (ADAPTACIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora