15: Oops... me atraparon

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—Estás loca —río histéricamente.

—No, la única loca eres tú —la maldita sonrisa de satisfacción que pinta su estúpido rostro me hace querer borrársela de la peor manera —. Sabía que eras una perra, Nadine, pero incluso sabiendo eso, quedé sorprendida.

—No tienes idea de lo que estás hablando, cierra la boca —me acerco a ella, dejando escasos centímetros. Es un poco más alta que yo —. Métete en tus putos asuntos.

—¿Qué opinarán todos cuando se enteren de que la pequeña y perfecta Nadine es una puta loca? —la diversión brilla en sus ojos. Ella sabe que me tiene —. ¿Qué dirá Demian?

—No dirá nada, porque tú te quedarás callada —deja salir una carcajada incrédula.

—Vete a la mierda.

—No, vete a la mierda tú —presiono mi dedo en su pecho. Ella da un manotazo alejándome, pero no me rindo. Esta vez doy un empujón y la aviento contra los casilleros. Su sonrisa se borra de golpe —. No tienes prueba.

—¿Segura? —La sonrisa de satisfacción vuelve a su rostro. Me da un empujón para salir, pero no logra moverme —. Muévete.

—¿Qué sabes?

—Todo.

—Haz lo que tengas que hacer, Raquel —me encojo de hombros, tratando de lucir despreocupada. Fallo en el intento; mis hombros están tensos —. Dime, ¿crees que te creerán algo? Por Dios, Raquel, todo este tiempo no te has cansado de repetir que soy una mustia y, ¿alguien te ha creído?

Hace una mueca de enojo.

—Pero esta vez no tendré nada que decir, Nadine. Los videos hablarán por sí solos.

Me echo hacia atrás como si hubiera recibido un puñetazo en el rostro.

—¿Con quién hablaste, perra?

—No eres muy querida por tus excompañeros en Corea, eh. No necesité decir mucho más que "Nadine es una perra" para que me contaran todo y me mandaran videos. ¿Cómo diablos le hiciste para librarte de la cárcel? Espera, espera, déjame adivinar —con el dedo índice golpea su barbilla pensativamente —. Tu padre.

No, no, no. Esto no está pasando.

Me siento un poco mareada y conforme pasa el tiempo, la maldita sensación se intensifica. Me repito una y otra vez que debo respirar, pero por alguna extraña razón el aire nunca llega a mis pulmones. Las paredes del pasillo parecen cerrarse a mi alrededor. Mi respiración se vuelve superficial, como si me estuviera asfixiando. Poco a poco, el pánico empieza a ganar terreno porque el oxígeno se niega a llenar mis pulmones. Un jadeo humillante abandona mis labios y tengo que inclinarme hacia el frente, doblando mi cintura y poniendo las palmas de las manos en las rodillas. Respira, respira, tienes que respirar.

Un par de manos agarran mis mejillas con ternura y levantan mi cabeza. Los ojos preocupados de Demian están fijos en los míos, parece que dice algo, pero no logro entender nada. Mi pecho sigue subiendo y bajando, luchando por inhalar. Se acerca más a mí y sigue hablando. Cierro los ojos un momento y me concentro en mi respiración. No sé cuánto tiempo estuve luchando, pero poco a poco el aire comienza a llegar a mis pulmones. Las manos de Demian jamás abandonaron mis mejillas. Él se dedica a dar caricias en ellas y a mirarme con preocupación. Ahora que mis pulmones parecían ya no sufrir, pude entender sus palabras.

—Respira, nena, lo estás haciendo muy bien.

Con el aliento ya recuperado, comienzo a ser consciente de mi alrededor. Un grupo de estudiantes se ha reunido. Algunos tienen la preocupación pintada en sus rostros, otros tantos me miran con curiosidad. Y luego está Raquel, recargada en los casilleros, con los brazos cruzados y una estúpida sonrisa de suficiencia que se ensancha al notar mi mirada. Mis mejillas se calientan de la vergüenza y el enojo. Ser el centro de atención en un momento vulnerable me hace sentir humillada.

NADINEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora