La mañana del siete de septiembre, una semana después de mi cumpleaños, mi madre insistió que debía ir al ginecologo; había empezado mi vida sexual con el hombre que más había amado, el mismo que un mes después rompió conmigo dando de excusa que jamás se sintió seguro del rumbo que tomaba nuestra relación y que era mejor seguir siendo amigos. Claro que la pasé mal después de esa ruptura, para mi era dificíl conectar romanticamente con una persona pero por alguna tonta razón entre el montón de tontas razones, llegué a creer que Zeke sería el hombre con quién me casaría. Pasé el primer y segundo mes deprimida, no salía a ninguna parte ni hablaba con nadie a menos que fuese sobre aquel tema que todos mis amigos tacharon como "el tema prohibido" porque si alguno se atreviera a nombrar al innombrable, lo más seguro es que me pusiera a llorar. Para el tercer mes de aquel tortuoso año que una vez pensé sería el mejor de toda mi vida, mi madre consiguió a duras penas sacarme de casa para llevarme por un helado. De pequeña, el helado era lo único que me animaba después de un mal día. Le acepté porque la había visto muy preocupada por mi salud emocional; durante la salida me platicó de diferentes teorías sobre la depresión, los corazones rotos y los tratamientos infalibles para superar etapas solitarias en la vida. Pero yo apenas podía concentrarme en lo que decía, solo pensaba en el sabor de mi helado, habia drenado tanto mis sentimientos, que no sentía nada. En medio de la conversacion, con gesto desinteresado, mordí el cono de galleta de mi helado pero chillé de dolor al hacerlo.
"¿Que pasó?" Mamá me preguntó alarmada. No le respondí de inmediato, en su lugar, metí un dedo en mi boca y saqué un trozo pequeñito de lo que parecía ser un diente. Miré a mi mamá atónita. Y ella supo decir; "¿Te has roto el diente? ¿Con un helado?"
Aquel suceso fue motivo de risa para todo el que tuviese la oportunidad de cruzarse con mi madre en el camino, porque no había dejado de burlarse de eso. Pero yo no estaba de humor, el diente ni siquiera me dolía, pero cada que miraba mi reflejo en la pantalla de mi télefono y veía mi diente incompleto, mi autoestima iba en descenso y todo a mi alrededor parecía no tener remedio.
"No es tan grave, Hange", Nanaba trató de consolarme. "Una cita con el mejor odontologo de la ciudad y será como si nada le hubiera pasado a tu diente". Pero en el fondo, también le daba risa.
Al final de la semana logró convencerme de ir al odontologo, y para el día lunes, siete de septiembre, me encontraba en la sala de espera de un consultorio desolado pero bien limpio. Mi unica compañia ese dia fue una ancianita ciega que trataba a duras penas de luchar contra su condición y leerse una revista. Y la recepcionista, muy guapa, que atendía las llamadas de vez en vez, y entraba y salía de la habitación en la que se encontraba el doctor, o eso suponía yo. Cerca de la hora pico, la puerta se abrió y la recepcionista llamó a mi nombre, me pidió que pasara y que me sentara en la extraña camilla de cual nunca pude aprenderme el nombre, y paciente esperase que el doctor viniera. Fue inevitable para mi morderme las uñas, estaba nerviosa, nunca me gustaron las clínicas, medicamentos ni las agujas. Pero más nerviosa me ponía pensar en la idea de quedar desdientada por el resto de mi vida. Inhalé aire, buscando calmarme y para la tercera exhalación, el doctor entró a la habitación leyendo un expediente.
"Hange Zoe. Veinte años. Ruptura de esmalte ocasionada por un helado de fresa" se rió. Así como todos. Y me miró a los ojos. Fue cuando quedé paralizada. "Siempre me gustó el de fresa", el doctor Levi Ackerman era guapisimo.
La cita transcurrió entre preguntas de protocolo, una rápida revisión y en cuestión de hora y media dejó mi diente como si nada le hubiera pasado. Le agradecí. Me dejó su número por sí a las moscas y nos despedimos ese día. Al finalizar la cita, Nanaba me recogió fuera de su consultorio, apenas me subí al auto empezaron las preguntas.
"¿Y bien?", Nanaba sonrió de oreja a oreja. Yo le sonreí de vuelta, presumiendo mi diente reparado y ella aplaudió con emoción. "Pero, ¿Y el número?", mi sonrisa se desvaneció. Entonces me dí cuenta del porque estaba tan entusiasmada de ser ella quien consiguiera la cita y no mi madre; por eso me animó a usar un poco más de maquillaje y ropa un poco más reveladora. "Tanto trabajo, ¿Y ni siquiera le dejaste tu número?", ella quería que me siguiera viendo con el doctor Ackerman.
Sí tenía su número pero para mal fortunio de Nanaba, el Dr. Ackerman escribía para cosas precisas y conscisas, siempre dentro de la modalidad doctor-paciente. Aveces soltaba una especie de broma y decía que debíamos salir a tomar algún día, entonces Nanaba, una romantica empedernida, se emocionaba y traducía eso como un posible matrimonio con apartamento, auto, mascotas y dos hijos. Pero una vez acabó el tratamiento y dejé de asistir a las citas, dejó de escribirme. Yo tampoco lo tomé enserio, seguía aferrada a la posibilidad de volver con Zeke; permanecía despierta durante horas esperando una respuesta de él a mis mensajes que muchas veces llegaba semanas después o mantenía toda mi atención en abrir uno por uno los estados que subía disfrutando su vida de soltero. Así que no pasó nada entre el doctor y yo ese mes y tampoco el mes siguiente. Me enfoqué en mis estudios de la universidad y los días libres, salía con amigos. No me esperé que al quinto mes de haber terminado, después de muchos intentos por evitarme, Zeke me enviara un mensaje pidiendo vernos.
Zeke❤
Estaré solo en casa...
¿Quieres venir?
Recibido, 11:30PM.
Mi corazón se aceleró.Sí.
Enviado, 11:31PM.
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nueve meses; levihan [✔]
FanfictionSiempre le causó risa la manera tan bizarra en que lo había conocido. Ella no dejó caer sus libros y él la ayudó a recogerlos, como suceden en las grandes historias de amor. Tampoco tropezó con él en el metro y se dió cuenta que lo habia estado busc...