El pasado.

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El parque brillaba bajo el sol de una tarde de primavera. Las flores recién abiertas llenaban el aire con su aroma, y los niños corrían libres, jugando a atrapar burbujas o a deslizándose por los toboganes. Entre ellos, una niña de cabello castaño claro y ojos vivos caminaba con un pequeño lazo rojo en su cabeza, sujetando con fuerza la mano de su madre.

—Mamá, ya soy grande. Puedo ir sola al columpio —dijo Violeta, con esa determinación infantil que le hacía parecer mayor de lo que era.

Su madre sonrió, soltándole la mano.

—Está bien, pero quédate cerca.

Violeta asintió rápidamente y corrió hacia los columpios, sus zapatitos de charol golpeando el suelo arenoso con pequeños saltos. Se detuvo al ver que uno de los columpios ya estaba ocupado.

Ahí estaba una niña más pequeña que ella, con cabellos pelinegros desordenados y una expresión de concentración mientras intentaba balancearse sola. Sus piernas, demasiado cortas para llegar al suelo, se agitaban sin éxito.

—¿Quieres que te empuje? —preguntó Violeta, acercándose con curiosidad.

La niña levantó la vista, sorprendida, y sus ojos verdes brillaron con una mezcla de desconfianza y curiosidad.

—¿Quién eres tú? —preguntó en un español torpe, pero entendible, con un leve acento inglés.

—Soy Violeta. ¿Y tú?

—Chiara —respondió la pequeña, aún sujetándose fuerte al columpio—. No necesito ayuda.

—Pero no te mueves mucho —señaló Violeta, inclinando la cabeza y cruzándose de brazos.

Chiara frunció el ceño, determinada.

—Estoy aprendiendo.

Violeta se quedó mirando por un momento. Algo en la actitud de Chiara, en cómo se aferraba al columpio como si el mundo dependiera de ello, le hizo sonreír.

—Bueno, pero si te cansas, yo te puedo empujar. Soy muy buena empujando columpios.

Chiara miró a Violeta de reojo y, tras unos segundos de duda, asintió con un gesto pequeño.

—Vale.

Violeta se colocó detrás del columpio y, con cuidado, empezó a empujar. Al principio, despacio, pero luego, al ver que Chiara reía, aumentó la fuerza.

—¡Más alto! —pidió Chiara, riendo mientras el viento alborotaba aún más sus cabellos.

—¡Cuidado, que vas a volar! —respondió Violeta, empujándola con más fuerza.

Chiara soltó una carcajada que parecía iluminar el parque entero. Después de un rato, Violeta se detuvo, jadeando un poco.

—¿Quieres bajar? —preguntó, apoyando las manos en las rodillas.

Chiara asintió y se deslizó del columpio, aterrizando con un pequeño tropiezo.

—Gracias —dijo con una sonrisa tímida.

—¿Quieres jugar a otra cosa? —preguntó Violeta.

Chiara pareció pensar por un momento.

—¿Quieres ver un truco?

—¿Un truco?

Chiara asintió, se inclinó hacia el suelo y empezó a dibujar algo en la tierra con un palito que había encontrado. Era un dibujo extraño, lleno de líneas y espirales, como si estuviera creando un símbolo mágico.

—¿Qué es eso? —preguntó Violeta, inclinándose para mirar.

—Un hechizo —respondió Chiara, como si fuera lo más obvio del mundo.

condenada a odiarte-kiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora