El cunero de la catástrofe

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Marten puso los pies en el cunero de la catástrofe y, contrario a todo pronóstico, eso no resultó en su inmediata aniquilación. Había previsto que el cunero lo destrozaría, que juzgaría su transgresión como imperdonable y la fatal sentencia devendría al instante. Pero el lugar lo ignoró.

Liberó el aliento que había aprisionado sin percatarse y aflojó el agarre con que sostenía su rifle. Observó a través de ojos bien abiertos, sus pupilas contraídas, heridas por el reflejo del sol en las paredes descoloridas. El lugar no era como lo imaginó. Sin satélites ni aviones, sin cámara capaz de espiar a través de las ruinas que abrazaban el cunero, no habían sabido cómo luciría ese lugar. Según vio Marten, sólo era una ruina más, pero descolorida, igual que un antiguo esqueleto reseco.

Él y los suyos avanzaron hasta lo que algún día fue una plaza. El sol les dio de lleno. El cielo despejado, tan azul que ofendía, les echó en cara su pureza y se burló del caos que había ocurrido allí, del escombro y la fealdad.

Un ixa, bestial guardián del cunero de la catástrofe, yacía en la acera, destripado por las garras de uno de sus semejantes. Su asesino gruñó en la distancia; predijo, en la lengua de los ixa, la calamidad y la desolación.

Ante esa canción de muerte, Marten agradeció la presencia de su rifle y de sus compañeros, porque aunque los ixa no eran bestias vivas, se les podía lastimar.

Pasaron pisando sobre las vísceras desparramadas en la acera: cables y componentes electrónicos que algún día le dieran movimiento al ixa (eso, hasta que otro de ellos había decidido rajarle el vientre). Y es que había sido otro de ellos el responsable, porque, ¿qué otra cosa existía capaz de abrir tan profundo y letal surco en la armadura de esas bestias? Aquello no eran marcas de balas y no existía cuchillo que lograra tal hazaña. Esa desgarradura provenía de la zarpa de otro ixa.

—Creí que sólo enloquecían y se volvían unos contra otros si estaban muy lejos del cunero —reflexionó Marten.

La voz de Nita, desde la cima de un monumento en ruinas, respondió:

—Hago lo que puedo. No me programaron para gobernar y los Ixa son difíciles de controlar. Tienen su propia mente, como yo. —Reina en su trono de escombros, Nita se puso de pie. Tenía la piel cenicienta, del tono de los edificios arrasados por la catástrofe—. Los Antiguos enfermaron y me dejaron a cargo, pero este mundo está muriendo... Sálvalo —le imploró a Marten y le tendió, con su única mano restante, su corona de fibra óptica.

—No vine a salvar este lugar. Vine a destruir lo que sea que hubiera aquí.

—Casi todos aquí estamos muriendo. Seguimos los pasos de los Antiguos, nuestros padres.

—El mundo de afuera también está muriendo. Tus creadores lo lastimaron demasiado.

Nita apretó el borde de la corona en su mano y la deformó. Tantos años esperando que alguien viniera a salvarlos, a repararla, y no quedaba nada. Eran los despojos de sus padres y los despojos de los enemigos de sus padres. No bastaba con eso para reconstruir el mundo.

- FIN

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