Era como si me partiera en dos, me llenaba su gorda y caliente verga centímetro a centímetro. Se abría paso dejando un rastro de dolor, yo jalaba las sábanas sintiendo sus manos por mi cuerpo hasta que se detuvo, por fin la había me
A mis 21 años nunca había pensado en la posibilidad de acostarme con un hombre mayor… al menos no hasta que volví a ver a Matías, un amigo de mi padre de toda la vida. Matías me conoció desde que nací pero hacía unos 4 años había regresado a España por causas familiares, volvió a México un verano, vendió todo lo que tenía en la ciudad y se mudó a Cancún.
En ese tiempo no cambié mucho: mis tetas pequeñas y redondas no crecieron demasiado pero sí aprendí a usarlas, mis nalgas sí aumentaron de tamaño, no necesitaba ejercitarme para mantenerlas firmes pero me gustaba hacerlo porque me encantaba como me veían en el gym. En esas vacaciones cambié mi cabello rojo por negro, me hacía lucir menos infantil, llevaba siempre los labios rojos para hacerlos más carnosos, ese look femme fatale me daba una seguridad especial.
Matías tampoco había cambiado mucho, a pesar de que ya andaba en los 40 y las canas habían empezado a salirle, en el vello de su pecho –que no era mucho- también se notaban algunas; seguía manteniendo su facha de tipo rudo. Cuerpo grande, alto, espalda ancha, unos brazos espectaculares para su edad.
Matías organizó una fiesta en su nueva casa e invitó a mis padres a pasar un par de semanas ahí, los exámenes finales me impidieron llegar a la fiesta así que llegué el domingo por la mañana. El servicio limpiaba el desastre, me recibieron, me advirtieron que todos estaban dormidos y me ofrecieron una de las habitaciones libres. Sólo dejé mis maletas pero la curiosidad me ganó y abrí una de las recámaras, estaban mis papás profundamente dormidos… pero estaba a punto de llevarme una sorpresa.
Al fondo había una puerta más grande que el resto, ¿por qué no abrirla? Pensé. Totalmente blanca, al centro en una enorme cama dormía Matías. Estaba tendido en la cama, cubierto hasta la cintura con una sábana blanca que no alcanzó a disimular su erección, de haber sido mi novio inmediatamente hubiera ido a chupársela… pero era un hombre de cuarenta y tantos. Ese hombre amigo de mi padre había echado a volar mi imaginación.
Sin hacer ruido salí del cuarto, desayuné fuera y compré un maravilloso vestido. No sabía por qué pero no quería que Matías me viera en jeans y playera blanca. Volví a su casa por la tarde en ese vestido nuevo: un strapless blanco que llegaba a la mitad de mis muslos, estaba sólo pegado en el pecho, el resto de la tela volaba con el viento; no llevaba bra únicamente una tanguita blanca. Con las sandalias altas que llevaba se paraba más mi culito y se formaban mejor mis piernas.
Estaban todos en el desayunador, mis papás y Matías.
-¿Y cómo amanecieron después de tremenda fiesta?- llegué preguntando.
-Mi amor, que bueno que llegaste- dijo mi mamá.
-¿Aún recuerdas a Sofía?- preguntó mi papá dirigiéndose a Matías.
-Pero claro, ¡Sofía! Diría que no has cambiado pero vaya que sí…- dijo Matías mientras me veía de arriba a abajo con disimulo.
-¿No vas a darme si quiera un abrazo? ¡Te recuerdo que era la consentida!- Le dije mientras extendía mis brazos.
Matías rodeó mi cuerpo y me dio un abrazo firme, atrayendo mi cuerpo al suyo le pegué desde mi cadera hasta mis tetas. Aún con tacones mi cabeza llegaba apenas a sus hombros, olía delicioso. Recordé su erección de la mañana y lo desee.
En un par de horas actualizamos a Matías sobre la familia, mi entrada a la universidad, mi hermano y sus juergas, el negocio de mis papás; y él también nos contó de su fascinante vida de soltero. Esa tarde la pasaría sola con Matías porque él les regaló todo un día en un spa, tomé eso como una señal y me decidí a atacar.
