02. Búho

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Liz

Anoche dormí tarde. No es ninguna novedad, últimamente me cuesta quedarme dormida porque mi mente no deja de pensar excesivamente en ciertas situaciones, como los problemas que hay en mi casa, por ejemplo, pero anoche fue distinto, porque no dejaba de recordar a Max, el hermano del chico borracho.

Era demasiado... atractivo, sí. De hace tiempo que alguien no llamaba mi atención, o bueno, estaba evitando que aquellas cosas sucedieran porque si no terminaba odiándome a mí con sentirme poco bonita, o insuficiente como para gustarle a alguien, pero esta vez había sentido que era diferente. Digo, él me había pedido a mí. Tal vez también me había encontrado guapa, ¿no?

Suspiro dejando mi libreta a un lado. El estudiar para aprobar el examen de acceso a la universidad me está comiendo viva. Necesito poder pasarlo a la primera, y he estado estudiando demasiado para ello. Si bien debería tomar un descanso, no puedo. Es lo único que me está manteniendo distraída de la disputa que hay abajo entre mis padres.

Como si Dios se hubiera dado cuenta que sí necesito dejar de estudiar por un rato, el móvil suena y me desconecto de los cuadernillos de estudio. Me estiro para alcanzar el móvil y veo un número desconocido en la pequeña pantalla. Trago saliva con fuerza. Tal vez, y ojalá, sea Max.

—¿Quién es? —pregunto cuando acepto la llamada y llevo mi celular a mi oreja.

—Hola, salvavidas.

Contengo la respiración. Es él. Es Max, lo reconozco porque esa voz no ha dejado de resonar en mi cabeza desde que lo vi la noche en que encontré a su hermano en la cafetería de Agnes.

—Hola... Eres hermano del chico desmayado, ¿verdad? Max...

—Precisamente.

Muerdo mi uña, nerviosa. No sé qué más debo decir. Mi cabeza empieza a trabajar rápidamente en busca de algo más para decir. Me siento nerviosa, aunque sé que no debería ser así, pero no puedo evitarlo.

Suspiro, buscando relajarme, y vuelvo a hablar.

—¿Cómo está tu hermano?

—Bien. Dice que lo salvó un ángel.

Sonrío ante sus palabras.

—Gracias por haberlo ayudado —agrega.

—Es lo mínimo que pude haber hecho.

—Pero no cualquiera lo hace.

Me recuesto en la cama y miro el techo. No suelo hablar con chicos, no porque no quiera, sino porque me da vergüenza, y ahora mucha más mientras hablo con quien me ha hecho pensar que estaba en el cielo al verlo entrar a la cafetería. No sé si exista el amor a primera vista, pero sé que al verlo sentí mucha atracción. Demasiada.

—Bueno, ya tienes mi número —digo—. Si un día necesitas que te salve, me llamas. Soy como la opción que sigue si no contesta el 911.

—Serás mi primera opción. Eres la más fiable.

Suelto una risita divertida. Mis dedos juguetean con el collar que tengo alrededor de mi cuello. Siempre lo hago cuando me encuentro nerviosa.

—Nunca te había visto —habla él esta vez.

—Estoy de vacaciones con mi familia.

—¿Entre tantos lugares vienes aquí? No es como que haya muchas vistas bonitas.

—A excepción de ti.

Aprieto mis labios, pero ya es tarde. ¿Por qué me cuesta tanto contenerme a decir cosas estúpidas?

𝐄𝐧𝐜𝐮𝐞𝐧𝐭𝐫𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐌𝐞𝐝𝐢𝐚𝐧𝐨𝐜𝐡𝐞 - Five Hargreeves Donde viven las historias. Descúbrelo ahora