Nieve Roja

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    Clavándose los pasos de Nil Abat, bajo un vasto terreno de nieve en una fría noche de invierno.
Caen los copos, niebla eterna y calles vacías.
Mientras todos se funden en el sueño, él camina.
Se encuentra en el cementerio, donde los muertos bailan y los vivos se lamentan.
Enfrente de sus ojos, grises como el humo del tabaco que sostiene, se encuentran unas flores marchitas, a las que el largo paso de los años  no les ha favorecido.  Detrás de ellas, hay una lápida descuidada y vieja, tanto como el óxido de la placa donde posa el nombre de una mujer: "Bianca Torres".
El hombre se agacha con cierta elegancia y mirada tierna, mientras se acomoda el cabello detrás de su oreja. Una mezcla de melancolía y nostalgia en su rostro, como si quisiera volver a verla, como si fuera la única mujer a la que una vez amó. 
El fuego consume el cigarro, es tiempo de marcharse.
El frío no deja atrás los estrechos callejones de Almadar, haciendo que el ceñido abrigo largo sea inútil y empieza a temblar. 
<<Tenía que haberme traído algo que me cubra más>>

    Almadar es un pueblo rodeado de los susurros del Bosque Espectral. El sonido de las ramas de los árboles es escalofriante y las criaturas que lo habitan por la noche acechan en busca de otros animales para roer. En la naturaleza no hay leyes, tan solo es... cruel.
Cuando la luna hace presencia, las noches son calmadas, tan solo se oye la armonía del Bosque Espectral, la risa de los guardabosques y el relinchar de los caballos de los guardianes que escudan al poblado que no tiene nada de especial, aparte de ser tétrico e intimidante en la oscuridad.
Esta noche es rara.
El silencio rapta el sonido del escenario, tan solo se logran escuchar los pasos de Nil.

    Ese mismo día se celebraban los Juegos de Invierno, una fiesta que cada año se celebra para honrar a los Dioses de los Elementos. Todos los habitantes de Aldamar participaban en varios enfrentamientos divididos por categorías. Nil intuye que el silencio se debe al cansancio de un día largo, así que decide no sobrepensar y dirigirse a su casa, a pocos metros de donde se encuentra, pero se le hace imposible.
El camino cada vez se hace más extenso, Nil sabe que algo va mal desde el primer momento <<será mi imaginación, todo el mundo duerme, no tiene por que pasarme nada, de seguro es un animal>> intenta justificar la sensación que tiene, el ser observado por... algo desde que salió del cementerio.
Cada vez está más cerca, el ritmo de su corazón se acelera y sin más, el camino se encoge de repente y echa a correr, como si de una presa de un león fuera.
Santo Dios del Fuego, como si fuera la primera vez que teme por su vida, como si nunca hubiera participado en una guerra donde perdió su vida, su único amor de verdad.
Esta vez todo era diferente, no como en las otras veces que estaba en peligro, sabe que esta vez es imposible escapar y sus pasos son lentos. El nivel de la nieve en el suelo le ralentiza y la niebla espesa que lo rodea carcome sus pocas posibilidades de resistir mucho más.

    Nil acepta su destino, allá donde vaya le acechará la muerte y no hay curandero en el pueblo capaz de sanar todas sus heridas físicas y de alma. Acepta que su hijo crecerá sin nadie, sufrirá y morirá sin saber que su padre fue un cobarde que murió asesinado y su madre una víctima más de los enfrentamientos entre dos personas egoístas, mientras el resto tan solo son víctimas, como ella.

    En el campo de coliflores de June, justo al fondo del callejón donde se encontraba su hogar, la salida es obstruida por una sombra irreconocible.
<<En Aldamar no hay extraños, nunca ha habido extraños>>
Esa sombra se acerca, fundiéndose en la oscuridad de la noche, casi invisible y tan imponente que todo lo arrasa, toda la tenue luz que podía haber, queda en desventaja a su paso. Por primera vez, Nil siente un terror en su estado más natural. Su pecho palpita como nunca lo ha hecho a pesar de haber estado sometido en una pesadilla como la guerra, la diferencia es que aquí acepta que no hay huida. Sus piernas no responden como antes, está atrapado en la nieve sin poder moverse mientras es consumido por esta.
Allá donde mira está en todas partes, en la entrada al callejón y en la salida, el extraño quiere asegurar que tenga una muerte lenta y dolorosa a pesar de que  es extremadamente rápido.
No, no es una sombra.
Un joven de rostro fino pero despiadado, sin emoción alguna. Sus ojos son un equilibrio perfecto entre lo bello y lo frío, sin vida, sin parecer haber sentido algo nunca. Solo un adolescente de labios carnosos y finos que dan la definición de lo que es preciosidad. Su cabello del color del oro es como un remanso que choca y combina con su nariz aguileña. Una cara perfecta, inspira calma más bien dicho, no tiene cicatrices ni marcas, piel suave y pálida, como los pétalos de una rosa blanca pero la energía de un demonio con sed de venganza y odio acumulado dentro de sí.
Viste con una ropa extraña, nunca antes vista, como si la piel de su abrigo proviniese de animales del Bosque Espectral. 

    El extraño cada vez se va acercando con prisa y sus pasos más profundos y veloces. De sus manos brotan unas garras, tan afiladas que hasta la bestia más peligrosa del Bosque les teme. De color carmesí para ocultar la sangre de las víctimas del pasado. ¿Cuántas personas habrán caído en su filo?

    Y sin dar tiempo para pestañear, el filo atraviesa la tela del abrigo de Nil, penetrando en su piel, directo a su estómago. Solo con una puñalada basta para manchar el paisaje, surge la nieve roja rodeando tan solo el cuerpo de Nil, el extraño... simplemente ha desaparecido, tan sigiloso como había venido.
No siente dolor, no siente nada y asume que será causado por la adrenalina de sus últimos momentos.
Como el fuego de una chimenea llegada la hora de dormir. Poco a poco consumiendo leña, apagándose la flama y llegando su descanso. Como campanas de medianoche anunciando la llegada del sueño. Una ráfaga de viento llevándose una pequeña e insignificante hormiga. No hay nadie. Está solo.
Tan solo la Luna es testigo, sabe su destino y no existe escape alguno de la muerte.
La herida es tan profunda que hace caer a Nil, no por su dolor, sino por la pérdida de sangre. De espaldas a su única luz.
Dejando pasar la esperanza, dejando pasar la vida.
Mientras va borrando la realidad. Se apagan sus sentidos.
El viento mueve su oscuro cabello levemente bajo un lago escarlata, con una mirada tan apagada como el día que murió por primera vez, la vez que perdió a  Bianca.
Aún recordando sus caricias como el ayer. Como si su hijo hubiera nacido al mismo tiempo de ese ayer.
Miles de recuerdos irrumpen en la mente de Nil, sin embargo, van desapareciendo lentamente, abriendo su paso a la calma eterna. Ya no volverá a sentir, pero le atormenta la idea de dejar a su niño solo. Él sabe más que nunca lo que es no tener a nadie, nunca tuvo a nadie, excepto a Bianca.

    Sus últimos suspiros, enfrente de sus recuerdos marchitos. Nadie sabía que iba a morir, solo el tiempo lo dictó y ese es su destino.


  



Entre las hojas del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora