Leire y yo íbamos de regreso a casa a pie a un paso relativamente lento, cada uno con sus bicicletas. Sería más sencillo y rápido si estuviésemos encima de ellas, el problema era que, a casi nada de partir de la escuela, la cadena de la mía se rompió. Le dije a mi prima que no me esperara, que la alcanzaba, pero se negó. Quiso acompañarme. A decir verdad, era agradable caminar, aunque el hacerlo me indicó que la cadena rota en la bicicleta no era el único inconveniente: el asiento se había aflojado, estaba a nada de desprenderse; igual los pedales; los frenos pronto cederían y, en base a la opinión de Leire, necesitaba una capa de pintura, la que tenía se caía a pedazos, dejando ver el metal oxidado debajo. Ella dijo que tenía una bici-zombi.
Tenía en cuenta que la bicicleta no era la mejor ni la más actual, sin embargo, era una de las pocas cosas —por no decir la única— que me quedaban de mi padre. Le pertenecía a él y quería conservarla tal y como la había dejado. Era como querer mantener esa parte viva de lo que fue conmigo pues tenía esta creencia de que, si la pintaba o la cambiaba por una nueva, estaría desechándolo de mi vida, su recuerdo, lo que permanecía en mí. Ya me había pasado el tener que volver a reparar la cadena, era lo que más fallaba. Una bicicleta sin cadena era inútil, pero siempre encontraba la forma de repararla así fuese de manera temporal.
Conservar esa bicicleta conmigo era la cadena que la daba impulso a mi vida. Y esa cadena se desprendía, y se desprendía, y se desprendía, y yo lo arreglaba, y la arreglaba, y la arreglaba.
—¿En serio no te da curiosidad saber quién será tu Pareja de Pixel? —preguntó Leire con una voz de «sí, voy a llegar al fondo de esto» —, vamos, sé que al menos te llega un pinchazo de tentación en enviar un mensaje al correo que te tocó.
—No —dije, convencido en que seguía siendo la idea más patética que había escuchado —, ya te lo dije, no gano nada haciéndolo. Ni siquiera voy a participar. Me da la mismo perder tres puntos —me acomodé uno de los auriculares en la oreja, la otra la tenía libre para poder escuchar a mi prima.
—Pues yo sí sigo emocionada —expresó con una jovialidad enfermiza —, en mi cabeza ya creé toda una lista de posibles conversaciones con las que puedo profundizar en conocer a la persona que me haya tocado. Me pregunto si será chico o chica.
—¿Y si a esa persona tampoco le interesa la actividad? ¿Pensaste en eso? —la escudriñé —, créeme que no puedo ser el único amargado en esta mierda.
—Ay, no seas malo y no me des mala suerte —me dio un empujón —, estoy segura de que a mi pareja le encantará hablar conmigo. Me pregunto si estará pensando en qué enviarme para iniciar la plática o si está nerviosa o nervioso.
—¿Y si te emparejaron con alguien a quien detestas?
—Puede que no lo o la deteste si nos conocemos mejor —mostró el dedo pulgar —, optimismo ante todo Wy-Wy.
—Sí, sí. Tu optimismo me es una patología —puse los ojos en blanco.
—¡Anda!, ¡manda mensaje al correo que te dieron! —animó —, ¡no puede ser tan malo!
—Si me pagas veinte dólares con gusto lo haré.
—¡Trato! —se detuvo para sacar un billete de la cantidad mencionada para dármelo —, ¡aquí tienes!
—¡No!, ¡ni aunque me pagues voy a participar! —refunfuñé sin poder entender que creyera que hablaba en serio.
—¡Tú dijiste, tramposo!
—¡No creí que tendrías veinte dólares justo ahora!
—¡Wy-Wy!, ¡participa! —chilló.
—Es una pérdida de tiempo.

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The Use In The Fallout
Teen Fiction"Puedo creer en todas las historias de amor solo si eres tú quien las cuenta porque tú mismo no ves que tus palabras, que son de un rojo ardiente, contrastan con el frío azul de tu mirada". Dos chicos, dos universos, pero un problema: las consecuenc...