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Él es un cobarde, el dios de la guerra de Bai Zhan se acerca a la montaña donde descansa la serpiente de Qing Jing y retrocede. Ahora tiene la bolsa escondida en su manga, la firme determinación de devolver su contenido aunque ya no sea de ayuda.
La noche ha terminado y despuntado el alba sin tener noticias de él y sin embargo él es lo primero que Liu Qingge percibe en la lejanía.
¿Qué hace Shen Qingqiu despierto a esta hora caminando en los bordes de su Pico adentrándose al empedrado, el camino a las cuevas Lingxi? ¿Qué está planeando hacer? Liu Qingge no puede dejar que desaparezca ahora, que el tiempo termine de devorar esta incertidumbre, no saber qué piensa de él ahora que demostró ser un egoísta, un insensible, un mal hermano, un alfa incapaz.
Entonces habla.
-¡Shen Qingqiu!
Lo grita. Maldita sea, vuelve a sonar como un insulto. El erudito parece estremecerse ante el llamado pero no se vuelve ¿Por qué lo haría? Si lo hiciera entonces sería débil y él no quiere serlo. No parecerlo, así, que el otro no sepa lo que le ha provocado. Así, no le demostraría nada.
Xiu Ya (tiene sus propios planes) sale despedida de su vaina y Shen Qingqiu no puede contenerse. Ella se dispara y arremete contra Liu Qingge, la mente de Shen Qingqiu es un caos tratando de controlar la ira que siente. Liu Qingge se defiende inconscientemente, su propio cuerpo actúa como escudo ante la insolencia de su shixiong y pelea contra Xiu Ya. Sus ojos en vano no dejan de limpiar la zona buscando a Shen Qingqiu que se esconde para que el otro no pueda avergonzarlo más, hostigarlo por la revelación de su crimen.
¿Por qué todo le juega en contra? Shen Qingqiu no puede evitar llorar internamente mientras trata de camuflarse con su entorno. No importa lo que sienta, siempre estará equivocado al pensar que lo merece... Si al menos alguien (Liu Qingge) recibiera su afecto o lo apreciara, o al menos estuviera dispuesto.
–Estuve ayer –llora Qingge cuando lo encuentra, los ojos de Shen Qingqiu están húmedos también.
Claro que estuvo, claro que sabe lo que hizo. Él fue. Shen Qingqiu lo sabe, el Dios de la guerra Bai Zhan se estremece ante el reconocimiento.
–Te lo traje todo –saca la bolsa de su manga y lo palpa para que el omega no dude de lo que dice –Aquí, está todo. Te lo doy, yo te lo doy.
–¿Las lavaste? –la voz herida de Shen Qingqiu, quisiera creer que. Si la respuesta es afirmativa, ya no las quiere.
–No
Shen Qingqiu extiende las manos, ambas, acercándose al presente y recibe la bolsa sin mirar a Liu Qingge a la cara. Sus manos también tiemblan en reconocimiento de lo que esto significa.
–¿Las quieres?
¿Por qué lo pregunta? Él sabe que...
–Si
–¿Te gustan?
–¡Si!
Liu Qingge no puede moderarse. Se quita el lazo y la túnica exterior y lo arroja sobre la pila, luego la camisa, la faja, y no se detiene. Shen Qingqiu atrapa todo lo que puede en sus manos, las nuevas prendas llevan su calor, su aroma de hoy. Sigue sin mirarlo, sigue sin poder, pero lo quiere todo. Si pudiera humillar al alfa y botarlo en cuero aquí mismo para tener más, él... ¡Él lo haría!
Todo esto es suyo ahora pero Shen Qingqiu sigue sin mirar a Liu Qingge a los ojos.
Ni siquiera agradece, regresa sobre sus pasos dejando a Xiu Ya atrás, el bosque, las cuevas, los discípulos que se disculpan y se inclinan a su lado, toma el camino de regreso a su casa de bambú, atraviesa la puerta que dejó abierta al huir y se dirige a su nido.
Todo lo que tiene que hacer es armarlo otra vez.
Se tarda tanto disfrutando el proceso, juzgando cada centímetro de placer, que se hace de noche sin darse cuenta.
Cuando se vuelve sintiendo una segunda presencia allí, encuentra a Liu Qingge de pie con Xiu Ya en sus manos y lo que parecen ser todas las mudas de ropa de un mes para su nido.

El ladrón de nidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora