El bonsái del hogar

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Japón - Isla Shikoku - Año 1260

[Tokonoma (床の間)]

"Un tokonoma (床の間) es un nicho rectangular que se encuentra en las habitaciones tradicionales japonesas. Es un elemento arquitectónico muy importante, ya que sirve como punto focal de la habitación y tiene un profundo significado cultural."

Bushi (武士): Cualquier combatiente.

Mononobe (物部): Cualquier joven guerrero.

Kokushi (国子): Jóvenes guerreros de familias nobles.

Shogunate (将軍): Guerreros que servían a un shogun.

Envuelta en brumas matutinas, Shikoku se extendía como una esmeralda en el mar interior de Seto. Sus montañas, colosos dormidos, vigilaban los valles y los arrozales que alfombraban la isla. Los castillos, cual nidos de águila, se aferraban a las cumbres, mientras que los pueblos, con sus casas de madera y techos de paja, se agazapaban en los huecos entre cordilleras, buscando cobijo entre los cerezos en flor. El viento susurraba antiguas leyendas entre los bambúes, y los ríos, cristalinos como espejos, reflejaban la serenidad de la naturaleza.

Las hojas crujían bajo las pezuñas delicadas de un ciervo sika. Sus ojos ámbar, grandes y redondos como canicas de ágata, escudriñaban la espesura del bosque. El sol, tímido, se filtraba a través del follaje, pintando de oro las hojas caídas y creando un mosaico de luces y sombras en el suelo húmedo.

El aire era denso, cargado con el aroma de la tierra húmeda, la madera podrida y las agujas de pino. Un ligero viento acariciaba su pelaje, erizando los pelos de su cuello. El ciervo alzó la cabeza, inhalando profundamente. El olfato era su sentido más agudo. Captó el lejano aroma de un arroyo, el agua fresca que lo llamaba.

Con un respingo, el ciervo se adentró en la espesura del bosque. Sus patas, musculosas y ágiles, impulsaban su cuerpo con una fuerza sorprendente. Saltó sobre un tronco caído, giró sobre sí mismo esquivando una rama baja, y se deslizó por una pendiente resbaladiza con la facilidad de una sombra. Cada movimiento era una danza fluida de poder y precisión, una coreografía salvaje que solo la naturaleza podía inspirar. Su pelaje, de un marrón rojizo intenso, se mimetizaba con la hojarasca, haciéndolo casi invisible entre los árboles. 

De repente, un ruido lo alertó. Giró la cabeza, sus orejas se erizaron. Un pájaro carpintero taladraba un árbol cercano, su insistente tamborileo resonando en el silencio del bosque. El ciervo observó al pájaro por un momento, luego continuó su camino.

Al llegar al arroyo, se detuvo a beber. Inclinó la cabeza y sorbió el agua fresca, dejando escapar un pequeño gemido de satisfacción. El reflejo de sus grandes ojos se perdió en la superficie del agua. Tras saciar su sed, levantó la cabeza y olfateó el aire nuevamente.

Un crujido seco lo hizo saltar. Algo se movía entre los arbustos. Su corazón latía con fuerza por sus sentidos en alerta. Lentamente, se acercó a la maleza. De repente, un conejo salió disparado, saltando entre las ramas. El ciervo lo persiguió por un instante, pero pronto perdió su rastro.

Satisfecho tras la breve persecución, el ciervo alzó la cabeza, moviendo de forma interminente sus dos orejas, y escudriñó el horizonte. Sus grandes ojos dorados se posaron en un espectáculo que lo dejó sin aliento. En lo profundo de un valle, adormecida entre colinas ondulantes, se extendía la aldea de Hana no Sato. Un fino velo de humo ascendía de los hogares, anunciando la vida que bullía en su interior. El cérvido observó la escena durante un largo rato, con sus sentidos inundados por la tranquilidad que emanaba del lugar.

Una semilla entre cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora