PRELUDIO

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Desde el principio supo que era la pérdida lo que la iba a definir.

Pese a ello, Erika no quebrantó la deuda que había contraído con el pasado. A lo largo de su vida ocupó muchas estancias solitarias en las que el tiempo se resquebrajaba ante los impacientes ojos del dolor que la acechaban. Terminó con la mente maltrecha, repleta de insinuaciones sobre aquello a lo que entregar su corazón sin titubeos, pero cada conclusión extraída se tornaba sumisa ante la voluntad de la Divinidad Perdida.

En las profundidades de las mazmorras del Palacio Real de Acria el aire húmedo resultaba opresivo. Erika se encogía en la esquina más alejada de la celda, donde la luz de la lámpara de aceite no la podía tocar. Se abrazaba las rodillas y posaba la cabeza sobre ellas mientras lamentaba el no haber sido más egoísta. ¿Llegó a ser feliz en algún momento? Si contestara se rompería aún más.

—Nunca debí haberme enamorado de ti —murmuró al vacío.

—Nunca debí haberme enamorado de ti —murmuró al vacío

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La Divinidad PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora