Capitulo || Dieciocho

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Misuk intentó disfrutar de sus últimos días de vacaciones.

Lo intentó de verdad.

Acudió diariamente a la Plaza, bailó la Conga y los Pajaritos en las fiestas, se montó en la Olla e incluso acudió a un par de meriendas campestres; se bañó en el río, jugó a las cartas con los abuelos, ganó al póquer a los más jóvenes y hasta se sentó en el círculo de abuelas y fingió sorprenderse cuando el cotilleo así lo requirió.
Pero no disfrutó.

En absoluto.

Con la temporada de Caquis terminada, no hizo falta que JiMin pasara a buscar a Jungkook por la casa del abuelo ni que ella lo siguiera en el auto hasta la cooperativa. Su cuñado tampoco se molestó en acudir a las meriendas ni a las fiestas, ni mucho menos a tomar una cerveza al quiosco.

Simplemente desapareció del mapa.

Todo o nada.

Misuk había elegido «nada», y él lo había llevado a sus más extremas consecuencias.

Lo echaba tremendamente de menos. A los dos… Le faltaba el ingenio, las réplicas y las burlas de su cuñado; su risa rápida y las miradas de refilón. Le faltaba su presencia.

A todas horas.

Cada segundo del día.

Echaba de menos los brazos del desconocido, la sensación de sentirse segura y protegida, sus caricias inocentes y no tan inocentes, la manera en que le susurraba al oído, el cosquilleo en el estómago; el deseo de verlo, tocarlo, sentirlo… Lo extrañaba tanto que le dolía pensar en él.

En ellos.

Misuk acabó por convencerse de que JiMin era como una gripe. La había atacado sin previo aviso y sin compasión haciéndola enfermar, aturdiéndola, llenándola de escalofríos y sudores.

Y cuando se alejó y ella empezó a curarse, la debilidad, la tristeza y la soledad llenaron el vacío que esta había dejado.

Por tanto, solo necesitaba descansar, tomarse las cosas con calma y volver a la rutina.

Solo eso.

Nada más.




*  *  *




El sábado se levantó perezosa, holgazaneó durante toda la mañana, dejó la ropa olvidada durante horas sobre la cama y, por fin, hizo su maleta.

Recogió el cuarto, más pendiente de si la puerta se abría y lo oía subir la escalera que de cerciorarse de no olvidar nada.

A las cinco de la tarde decidió que si esperaba un minuto más se le haría de noche en la carretera. Bajó la maleta dando traspiés, se despidió cariñosamente de su hijo y de su suegro y salió a la calle.

Miró con el rabillo del ojo a izquierda y a derecha. No vio a quien quería ver. Arrancó el auto y regresó a su vida en Seúl.

Si hubiese mirado hacia la terraza de una casa situada unos cuantos metros por encima de la de su suegro, habría visto a un hombre apesadumbrado, de mirada triste y furiosa a la vez, observándola atentamente; grabando en sus retinas cada uno de sus gestos. Un hombre que había pasado cada segundo de ese día asomado a aquella terraza, temiendo que hiciera lo que acababa de hacer en ese instante: marcharse sin mirar atrás.

—Ya se fué. Entra y tómate un poco de mi Soju, te vendrá bien —le aconsejó su tío.

MinGi observó cómo el auto de Misuk desaparecía tras una curva.

Ardientes Vacaciones || Park JiMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora