V

93 19 0
                                    


♚𒉽──── ≪ Katherine ──── 𒉽♚

Aún no me siento del todo cómoda con este estilo de ropa. Estoy acostumbrada a los vestidos largos y sofisticados de Pamyart, aunque prescindir del corsé es un punto a favor. Mi vestimenta como Scorpio cubre más que los vestidos cotidianos, evitando cualquier contacto o reconocimiento. Así que, llevar encima simplemente telas que dejan al descubierto todo mi abdomen o espalda, es algo desconcertante.

Más aún si quiero esconder un arma.

Observo mi piel que ha tomado algo de color en mi corta estadía en este caluroso país, al menos este minúsculo bronceado aparenta que no soy un tipo de bestia nocturna que nunca ha estado demasiado tiempo bajo los rayos del sol. Me escabullí por todos los rincones posibles de los pueblos cercanos aprendiendo y memorizando cualquier dato que pueda ser de utilidad para el rol que voy a desempeñar y con ello coincidí algunas veces desde lo lejos con Ansel Blackwell.

Decir que sabe reconocer mi presencia es algo inesperado, no sé cómo pero consigue saber que estoy ahí sin necesidad de voltearse o buscarme por algún lado. Las habilidades en batalla que dijo Hayes en las que sobresalía, pues no eran mentiras. El estado de continua alerta te hace más perceptivo con tu alrededor y él ya sabía de mi existencia así que en parte podría ser ese el principal motivo. Pequeños actos como esos son los que me recuerdan que no es un idiota por completo y tengo una oportunidad de llevar a cabo este encargo sin obstáculos por parte de mi propio contratista.

De todas formas, sé que puede sentir cuando lo estoy siguiendo por las idioteces que hace. La primera vez corrió con un gato en brazos como loco armando un alboroto como si su vida se fuera a terminar para después dar una gran demostración de su buen acto benéfico. La segunda vez, estaba saliendo del palacio del príncipe heredero de la familia Serkia y vi claramente cómo fue él quien lo pateó para que se tropezara, luego le ofreció la mano con una gran sonrisa como si fuera el mejor ser humano del mundo ayudando a otro.

Y ni mencionar cuando empezó a regalar pesadas bolsas de oro a cualquier huérfano que vendiera periódicos o intentara ganarse la vida en la calle. Por la exuberante cantidad de dinero y la manera en que su expresión cambiaba cada vez que los miraba, como si realmente le importaran, solo me llevaron a una conclusión y es que me importan muy poco sus actos de buen benefactor. Usar a esos niños para actuar falsamente y seguir burlándose de mí fue lo último que necesité para acabar con esto.

No necesité de una cuarta, quinta o sexta demostración falsa más de su parte para tener en claro que no iba a sacar alguna información de su verdadero rostro en este viaje, así que invertí el tiempo en mejorar mi personaje. Y ahora soy su esposa, falsamente su esposa, porque es un contrato con otros objetivos a bordo. Por primera vez, en todo el viaje mantuvo la boca cerrada y pude apreciar su rostro serio hundido en sus propios pensamientos, planificando, armando su plan.

Un punto a su favor por verse menos idiota.

Lástima que no duró mucho cuando llegamos a descansar en uno de los hospedajes que el príncipe Serkia nos brindó para nuestro regreso, según me contó Ansel. No sé qué tan al tanto está de que la actuación de pareja empieza cuando los objetivos estén viendo y no desde que establecimos el contrato formal, pero la habitación era de una cama matrimonial.

—¿Y bien? —pregunta el hombre a mi costado con una mirada tonta.

—Y bien qué —contesto tajante. Sé por dónde va la cosa en ese mar de pensamientos que reflejan sus ojos.

—¿No vamos a consumar nuestra noche de bodas? —sonríe descaradamente.

—No. Por si lo has olvidado, es falso a menos que tengamos que actuar ante los demás y por lo que veo —finjo mirar los alrededores de la habitación—, no hay nadie espiando como para darles toda una escena de intimidad.

EL ASESINO DE LA CORONADonde viven las historias. Descúbrelo ahora