La magia del amor

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Por un instante, mi mundo se detuvo. Sus ojos azules, brillando con una intensidad que desafiaba la oscuridad de mi corazón, me miraban fijamente. Algo en ellos despertó un eco lejano, una memoria enterrada bajo capas de dolor y locura. Traté de recordar... ¿Dónde la había visto antes?

El orfanato. Un lugar lejano en el tiempo, pero imborrable en mi memoria. Éramos solo niños, ajenos al destino cruel que nos esperaba. Antes de ser el Rey Brujo, antes de que el viejo mago me adoptara y me arrastrara a su oscuro mundo de hechicería y desesperación, había sido un niño con esperanzas y sueños. Y ella... ella era mi luz.

Su cabello amarillo, brillante como el sol, enmarcaba su rostro dulce y risueño. Recuerdo cómo solía cantar, su voz llenando los corredores grises del orfanato con una calidez que me hacía olvidar, aunque fuera por un momento, el frío constante de la soledad. Nunca imaginé que volvería a verla, y mucho menos así, de pie frente a mí, convertida en la heroína destinada a derrotarme.

El dolor de las decisiones que me llevaron a este punto, a convertirme en lo que soy, me golpeó con fuerza. La magia oscura había corrompido mi alma, pero no había podido borrar del todo esos ojos, esa voz. En lo profundo de mi ser, siempre había guardado un rincón para ese recuerdo.

Ella me miró, no con odio, sino con una mezcla de tristeza y compasión que me desarmó. ¿Podría acaso redimirme? ¿Podría sentir amor, incluso después de todo lo que había hecho? La pregunta me quemaba por dentro, pero su presencia me daba una esperanza que creía perdida.

—¿Recuerdas? —susurró ella, su voz temblando ligeramente.

Asentí, incapaz de articular palabra. La memoria de su canto resonaba en mi mente, un bálsamo para mi torturada alma.

—Siempre supe que había algo especial en ti —continuó, dando un paso hacia mí—. Aún hay tiempo para cambiar, para recordar quién eras.

La magia del amor, pensé. Tal vez, solo tal vez, esa magia era más poderosa que cualquier hechizo oscuro. Mis dedos temblaron al extender la mano hacia ella, temiendo que todo esto fuera una ilusión.

—¿Cantarías para mí? —le pedí, mi voz rota por la emoción.

Ella sonrió, una sonrisa que iluminó las sombras de mi corazón. Y entonces, comenzó a cantar. Su voz, pura y hermosa, me envolvió, arrancando lágrimas de mis ojos. Cada nota, cada palabra, me recordaba al niño que una vez fui, al niño que aún podía ser.

Las lágrimas comenzaron a fluir libremente por mi rostro. No, no podría redimirme. Había hecho demasiado daño, había sumido a demasiados en la desesperación y el dolor. Nadie aceptaría mi redención, y yo mismo no creía merecerla. Con los ojos llenos de lágrimas, levanté mi báculo, sintiendo el peso de la tristeza y la desesperanza en cada movimiento.

Ella no se apartó, no retrocedió. Me miró con una tristeza infinita, pero también con una comprensión que me desgarró por dentro. No había odio en sus ojos, solo una aceptación de lo inevitable.

Con un último esfuerzo, lancé un hechizo, pero mi corazón no estaba en ello. La magia oscura brotó de mi báculo, pero no con la fuerza habitual. Era un acto desesperado, sin convicción.

Ella esquivó con gracia y se acercó, su espada brillando con una luz que casi parecía divina. En un movimiento rápido y preciso, me atravesó. El dolor fue intenso, pero liberador.

En lugar de sentir tristeza, sentí una paz inesperada. Sonreí una última vez, permitiendo que la calidez de su presencia llenara mi ser. Con mis últimas fuerzas, la abracé, sintiendo su calor y su luz.

—Gracias —murmuré, mi voz apenas un susurro.

Y en ese abrazo final, me permití creer, aunque fuera solo por un instante, en la redención y en la magia del amor.

La magia del amor [One shot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora