CHAPTER TWO
El pasillo estaba envuelto en un silencio tenso, interrumpido solo por el eco de los pasos de Cyzarine Koslova mientras se dirigía hacia el área de entrenamiento. Las paredes de acero reflejaban la fría luz de las lámparas, creando un ambiente implacable. En el centro, la plataforma de combate estaba lista para recibirla.
Cyzarine, con el uniforme blanco ajustado que acentuaba cada músculo en tensión y el cabello recogido en una coleta alta, se preparaba para otra sesión extenuante. Frente a ella, el director Koslov estaba oculto tras un panel de vidrio opaco, su figura una sombra que observaba con atención desde el otro lado. Los momentos en las que el hacía presencia eran de horror.
—Comencemos, niña. —ordenó la voz del instructor, grave y cortante.
Cyzarine comenzó su rutina, enfrentando a un holograma que replicaba un oponente avanzado. Sus movimientos eran rápidos y precisos, pero el instructor no parecía satisfecho. Cada vez que ella cometía un error, la voz del instructor se volvía más severa.
—Estás perdiendo concentración. Ajusta tu estrategia —dijo sin compasión.
Frunció el ceño, su cuerpo se movía con una agilidad casi sobrehumana, pero incluso las más mínimas imperfecciones no pasaban desapercibidas. El holograma, ahora más agresivo, se enfrentaba a ella con ataques más rápidos y coordinados.
—No estás manteniendo la distancia adecuada — Comentó el instructor, y un chorro de energía sintética impactó en su costado, lanzándola contra el suelo. El dolor intenso recorrió su cuerpo, pero se levantó rápidamente, sus ojos ardían.
—¡Vamos! ¿Esto es todo lo que puedes hacer? —la voz retumbó, implacable. Cada error parecía ser castigado con una precisión fría. El holograma, intensificado por las órdenes del instructor, continuó atacando con una ferocidad despiadada.
Cyzarine se levantó, el sudor mezclado con sangre de un pequeño corte en su ceja. Sus movimientos eran cada vez más rápidos, pero el holograma no se detuvo. En un momento, un golpe directo hizo que cayera de rodillas, jadeando por el impacto. El dolor punzante en su costado le recordó que estaba en una lucha constante contra sus propios límites.
—¿Por qué fallas? —la voz del instructor se volvió aún más dura. Desde el panel de vidrio, los ojos del Director parecían vacíos, sin piedad.
Respiró profundamente, su cuerpo temblando ligeramente, pero la determinación en sus ojos no se desvaneció. Se levantó, sacudiéndose el dolor, y ajustó su postura. La siguiente serie de movimientos fue impecable, una danza de perfección bajo la presión extrema.
— Mejor. —murmuró el instructor, pero el tono de la voz seguía cargado de frialdad. —Pero aún no es suficiente. La perfección no se logra con esfuerzo; se logra con la entrega absoluta.