ℭ𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔖𝔢𝔤𝔲𝔫𝔡𝔬

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CAPÍTULO SEGUNDO


Las experiencias de mi vida en Viena
Al morir mi madre fui a Viena por tercera vez y permanecí allí algunos años.
Quería ser arquitecto, y como las dificultades no se dan para capitular ante ellas, sino
para ser vencidas, mi propósito fue vencerlas, teniendo presente el ejemplo de mi padre que, de
humilde muchacho aldeano, lograra hacerse un día funcionario del Estado. Las circunstancias me
eran desde luego más propicias y lo que entonces me pareciera una rudeza del destino, lo considero
hoy una sabiduría de la Providencia. En brazos de la “diosa miseria” y amenazado más de una vez
de verme obligado a claudicar, creció mi voluntad para resistir hasta que triunfó esa voluntad. Debo
a aquellos tiempos mi dura resistencia y también toda mi fortaleza. Pero más que a todos eso, doy
todavía más valor al hecho de que aquellos años me sacaran de la vacuidad de una vida cómoda
para arrojarme al mundo de la miseria y de la pobreza, donde debí conocer a aquéllos por los cuales
lucharía después.


***

En aquella época abrí los ojos ante dos peligros que antes apenas si conocía de nombre, y
que nunca pude pensar que llegasen a tener tan espeluznante trascendencia para la vida del pueblo
alemán: el marxismo y el judaísmo.
Viena, la ciudad que para muchos simboliza la alegría y el medio-ambiente de gentes satisfechas,
tienen sensiblemente para mí solo, el sello del recuerdo vivo de la época más amarga de mi vida.
Hoy mismo Viena me evoca tristes pensamientos. Cinco años de miseria y de calamidad encierra
esa ciudad para mí, cinco largos años en cuyo transcurso trabajé primero como peón y luego como
pequeño pintor para ganarme el miserable sustento diario, tan verdaderamente miserable que nunca
alcanzaba a mitigar el hambre; el hambre, mi más fiel camarada que casi nunca me abandonaba,
compartiendo conmigo inexorable, todas las circunstancias de la vida. Si compraba un libro, exigía
ella su tributo; adquirir un billete para la Opera, significaba también días de privación. ¡Que
constante era la lucha con tan despiadada compañera! Y sin embargo en esa época aprendí más que
en todos los tiempos pasados. Mis libros me deleitaban. Leía mucho y concienzudamente en todas
mis horas de descanso. Así pude en pocos años cimentar los fundamentos de una preparación
intelectual de la cual hoy mismo me sirvo.


Pero hay algo más que todo esto: En aquellos tiempos me formé un concepto del mundo,
concepto que constituyó la base granítica de mi proceder de aquella época. A mis experiencias y
conocimientos adquiridos entonces, poco tuve que añadir después; nada fue necesario modificar.
Por el contrario, hoy estoy firmemente convencido de que en general todas las ideas constructivas
se manifiestan, en principio, ya en la juventud, si es que existen realmente.
Yo establezco diferencia entre la sabiduría de la vejez y la genialidad de la juventud; la
primera solo puede apreciarse por su carácter más minuciosa y previsor, como resultado de las
experiencias de una larga vida, en tanto que la segunda se caracteriza por una inagotable fecundidad
en pensamientos e ideas, las cuales por su cúmulo tumultuoso, no son susceptibles de elaboración
inmediata. Esas ideas y esos pensamientos permiten la concepción de futuros proyectos y dan los
materiales de construcción, de entre los cuales la sesuda vejez toma los elementos y los forja para
llevar a cabo la obra, siempre que la llamada sabiduría de la vejez no haya ahogado la genialidad de
la juventud.


*
**


Mi vida en el hogar paterno se diferenció poco o nada de la de los demás. Sin
preocupaciones podía esperar todo nuevo amanecer y no existían para mí los problemas sociales. El
ambiente que rodeó mi juventud era el de los círculos de la pequeña burguesía, es decir, un mundo
que muy poca conexión tenía con la clase netamente obrera, pues, aunque a primera vista resulte
paradójico, el abismo que separaba a estas dos categorías sociales, que de ningún modo gozan de
una situación económica desahogada, es a menudo más profundo de lo que uno pueda imaginarse.
El origen de esta –llamémosle belicosidad- radica en que el grupo social que no hace mucho saliera
del seno de la clase obrera, siente el temor de descender a su antiguo nivel de gente poco apreciada,
o que se le considere como perteneciente todavía a él. A esto hay que añadir que para muchos es
agrio el recuerdo de la miseria cultural de la clase proletaria y del trato grosero de esas gentes entre
sí, lo cual, por insignificante que sea su nueva posición social, llega a hacerles insoportable todo
contacto con gente de un nivel cultural ya superado por ellos.

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⏰ Última actualización: Aug 04 ⏰

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