𝕻𝖗𝖔𝖑𝖔𝖌𝖔

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"ᴇʟ ꜱᴀʀᴄᴀꜱᴍᴏ ᴇꜱ ꜱᴏʟᴏ ᴜɴ ꜱᴇʀᴠɪᴄɪᴏ ᴍÁꜱ Qᴜᴇ ᴏꜰʀᴇᴢᴄᴏ" - ʟᴀʏʟᴀ ʟᴇꜱᴛʀᴀɴɢᴇ





























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El Señor Tenebroso había sido derrotado, y con su caída, el mundo mágico comenzó a sanar las profundas heridas dejadas por los pasados años de oscuridad y temor. La batalla final había dejado cicatrices en muchos, arrebatándoles a sus seres queridos y marcándoles de por vida. Pero también cambió a un nuevo capítulo para aquellos que habían sobrevivido.

Layla Lestrange, hija de los conocidos mortífagos Bellatrix y Rodolphus, vivía con la sombra del legado de sus padres. Después de haber sido encarcelados por la cruel tortura de los Longbottom, un acto que los marcó como algunos de los más temidos y despreciados seguidores de Voldemort, Layla quedó completamente sola obligándola a tener que vivir en un orfanato durante los próximos años.
La jóven apenas tenía recuerdos de ellos antes de que fueran capturados a finales del 82', cuando ella apenas tenía tres años. De vez en cuando pequeñas imagenes de ellos aparecían en su mente como un puzzle al que le faltaban piezas.

Layla había heredado el carácter que tenía su madre, que a menudo le hacía meterse en problemas con los niños del orfanato dirigido por la estricta Mrs. Fairland. La castaña creció en un entorno donde la magia era casi inexistente, ya que el orfanato estaba diseñado para ser un refugio para niños normales, sin mágia, "muggles" como los llamaba ella. Sin embargo, la joven Lestrange siempre supo que era diferente. Los fragmentos de recuerdos y los susurros de las historias sobre la guerra mágica resonaban en su cabeza, recordándola quién era ella en ese mundo tan aburrido.

Pasaba la mayoría del día en su dormitorio, leyendo y releyendo los pocos libros que tenía sobre la magia. Cada vez que veía uno nuevo en su escritorio se preguntaba como había llegado hasta allí. Contenían los hechizos más básicos, como el que hacía levitar a cualquier persona u objeto; o el que hacía aparecer un pequeño halo de luz, iluminando su alrededor.
Al principio fue complicado ponerlos en práctica, ya que Layla no tenía una varita. Pero luego se dió cuenta de que no la necesitaba, ya que la magia corría por sus venas.

Habían pasado concretamente cinco años desde que llegó a ese lugar. El orfanato se había convertido en su prisión y su refugio a la vez.
Estaba en su habitación, sentada en la cama mientras una taza flotaba a su lado. Alguien llamó a la puerta, haciendo que su taza cayera y aterrizara en su mano.

   - Pasa.

La puerta crujió mientras una cabeza se asomaba al interior del cuarto de la jóven.

   - Te he traído la cena - dijo con delicadeza una de las cuidadoras del orfanato.

La señorita Thompson era conocida por su amabilidad, cosa que a la jóven maga no le agradaba. Era alta y delgada como un palillo. Tenía el cabello rubio, como si cada pelo fuera un hilo dorado mágico, que lo adornaba siempre con una diadema a juego con su conjunto.

Layla la miró. La chica tenía esa expresión que la caracterizaba, sin ninguna emoción, cosa que hizo que la dulce mujer se estremeciera mientras apoyaba la bandeja en la cama.

   - Gracias - dijo la castaña, tomando el plato y mirándolo con una mueca de desdén - Siempre soñé con una cena gourmet en mi mazmorra privada.

Al contrario de su expresión hace unos minutos, ahora la joven mostraba una sonrisa burlona que delataba una clara ironía. Sus labios se curvaron en una mueca, revelando una actitud sarcástica hacia la situación.

   - Podrías haber cenado con los demás si no tuvieras esa actitud.

   - ¡Estabamos jugando al escondite!

   - ¿Durante doce horas? - preguntó Thompson sentándose, esperando una respuesta de la niña.

Layla íntentó ocultar su sonrisa sin éxito, soltando una risa divertida.

   - Esta bien, le encerré a propósito.

La cuidadora suspiró, intentando mantener su sonrisa habitual.

   - ¿Y como, si se puede saber? La llave la tenía Mrs. Fairland en su despacho, y lleva ahí todo el día.

   - Una maga nunca revela sus trucos.

La rubia ladeó la cabeza, sabiendo perfectamente que Layla no le iba a decir nada sobre como había encerrado al niño en el sótano. Se levantó y se dirigió a la salida. Se despidió y cerró la puerta, haciendo que está cruja como si se fuera a caer en cualquier momento.

Layla ignoró la comida que le había traído la señorita Thompson apartándola a un lado, y siguió ojeando sus libros.

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