Andrés tenía pocas cosas en casa, así que la mudanza resultó bastante rápida. Tanto él y Dan, como su madre y su suegro y cuñado, que habían ido a ayudar, lo agradecieron a un sinfín de deidades en las que tampoco creían mucho, pero es que era un cuarto sin ascensor.
—Mira —la madre de Andrés hizo un pequeño aspaviento en el aire—, y vamos a dar gracias que no se ha querido traer el piano, porque será mi hijo, pero lo habría matado.
Todos rieron ante la gracieta, aunque Dan hizo un pequeño mohín disimulado. Andrés lo vio y se giró hacia él.
—¿Cómo pretendes subir un piano de pared por aquí? —preguntó.
—¿Con cuidado? —Dan se encogió de hombros.
Andrés y su madre se rieron, pero su padre y su hermano resoplaron.
—Macho, Daniel, tú y tus poyadas romanticonas —dijo su hermano.
—¡Habla bien, subnormal, que está aquí la madre de Andrés! —su padre le metió una colleja.
José, el hermano de Dan, era un tipo que, desde que su hermano comenzara a salir con hombres parecía querer contrarrestar de alguna forma su mariconeo. Jamás le dijo nada demasiado horrible a la cara, e incluso con Javi llegó a trabar algo de amistad, pero no terminaba nunca de quitarse esa espina de encima. Andrés lo odiaba, pero Dan estaba tan acostumbrado... Por un momento pensó que su chico tenía algo de razón al quejarse de su conformismo.
—No te preocupes, Adolfo, que yo a mi hijo le digo cosas mucho peores —se giró hacia Andrés y le guiñó un ojo—. Pero ahora a quién insulto yo por las noches...
—Puedes llamarme por teléfono, mama, que tampoco hay que perder las buenas costumbres.
—Me voy yo a poner a llamar a las tantas de la noche —se giró hacia Adolfo—. ¿Ves como el mío también es subnormal?
Ambos progenitores asintieron con solemnidad. José se rió a mandíbula batiente, mientras que Andrés rodó los ojos y Dan miró a su padre y a su suegra como si fueran marcianos. Aunque la relación de Andrés con su madre le parecía maravillosa, todavía solía levantar la ceja ante aquellas conversaciones. La familia de Dan podía llegar a resultar un tanto rancia, pero era cierto que tendían más a ser abiertos de mente. No en vano, Dan jamás se había llevado algo peor que un encogimiento de hombros extrañado ante el hecho de que él saliese con hombres.
—Muy pronto os habéis ido a vivir juntos vosotros dos —dijo José, mirando a su hermano—. Pero, macho, si lo de Javi apenas ha terminado hace seis meses.
Dan fulminó a su hermano con la mirada.
—Hace más de un año que acabó —replicó Dan.
—Y yo soy más guapo —dijo Andrés, socarrón.
Aquello no auguraba nada bueno, bien lo sabía la madre de Andrés, que sabía de la antipatía de su hijo con su cuñado, así que se levantó del sofá y agarró a su hijo de la camiseta, obligándolo a levantarse.
—Anda, vuelve a enseñarme la cocina, a ver si vemos algo para beber —dijo.
Una nueva colleja cayó sobre la nuca de José, esta vez por parte de Dan, en cuanto su chico y su suegra desaparecieron por la puerta de la cocina.
—¿Cuál es tu problema? —dijo Dan, enfadado.
—Joer, Dani, que ese pavo era hetero hasta hace dos días.
—Yo también hasta que me di cuenta de que no —replicó Dan.
—¡Parad los dos! —exclamó Adolfo, tratando de no alzar la voz—. Tú —señaló a su hijo menor—, deja de intentar picar a Andrés, que uno no se mete en un fregao así porque quiera, y tú —señaló a Dan—, ¿quieres hacer el favor de no seguirle el rollo a este cafre?
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Mirlos
RomanceAndrés y Dan quedan para cenar juntos un viernes por la noche y, ya en la barra del bar, mientras disfrutan de sus copas y de la música en directo del restaurante, Andrés se da cuenta de lo que siente por su amigo. Después de un fin de semana apasas...