Adiós, mí amor.

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El reloj marcaba las once de la noche y el apartamento estaba en silencio, salvo por el sonido de la respiración agitada de Lucía. Había pasado las últimas horas discutiendo con Marcos, su pareja de cinco años. El descubrimiento de su infidelidad había caído sobre ella como una losa, aplastando todo lo que habían construido juntos.

—¿Cómo pudiste hacerlo, Marcos? —gritó Lucía, con los ojos llenos de lágrimas y la voz quebrada.

—Lucía, lo siento, fue un error. No significó nada —contestó Marcos, su voz desesperada, tratando de acercarse a ella.

Lucía dio un paso atrás, evitando el contacto. Las palabras de Marcos resonaban en su cabeza, pero no podían borrar la imagen de él con otra mujer. Todo lo que habían compartido, todas las promesas, se sentían vacías ahora.

—Un error —repitió ella, amargamente—. Cinco años, Marcos. ¡Cinco años y lo tiras todo por la borda por un "error"!

Marcos trató de tomar su mano, pero ella se apartó de nuevo, sus ojos llenos de dolor y determinación.

—No puedo quedarme aquí. No después de esto —dijo Lucía, su voz más firme ahora. Se dio la vuelta y se dirigió a la habitación, donde empezó a empacar sus pertenencias.

Marcos la siguió, suplicándole que reconsiderara.

—Por favor, no te vayas. Podemos solucionarlo, puedo cambiar, lo prometo.

Lucía lo ignoró, enfocándose en meter su ropa en una maleta. Cada prenda que guardaba parecía pesar una tonelada, cada movimiento la acercaba un poco más a la realidad de que su vida estaba a punto de cambiar drásticamente. Finalmente, cerró la maleta y se detuvo un momento para mirarlo a los ojos.

—No puedo perdonarte, Marcos. Necesito alejarme, empezar de nuevo. Adiós.

Tomando su maleta y su bolso, salió del apartamento sin mirar atrás. Mientras bajaba las escaleras, las lágrimas rodaban por sus mejillas, pero su resolución no flaqueaba. Necesitaba distancia, espacio para sanar.

El aire frío de la noche la recibió cuando salió del edificio. Caminó hasta su coche y guardó la maleta en el maletero. Se sentó al volante, encendió el motor y dejó escapar un suspiro tembloroso. Miró por última vez el edificio donde había compartido tantos recuerdos, y finalmente, puso el coche en marcha.

Conducía sin un destino claro, solo sabía que necesitaba alejarse. Pasaron varias horas antes de que se detuviera en un motel a las afueras de la ciudad. Registró una habitación y se dejó caer en la cama, exhausta tanto física como emocionalmente.

Las lágrimas continuaron fluyendo mientras repasaba en su mente los últimos cinco años. ¿Cómo había llegado a este punto? Recordó los momentos felices, los viajes, las risas y los sueños compartidos. Todo eso ahora parecía tan distante, como si perteneciera a otra vida.

Esa noche, Lucía durmió poco, pero cuando el sol comenzó a filtrarse por las cortinas de la habitación, una nueva determinación surgió en su interior. No podía cambiar lo que había pasado, pero sí podía decidir cómo seguir adelante.

Se levantó, se duchó y se miró en el espejo. Aunque sus ojos estaban hinchados y su rostro mostraba el dolor de la noche anterior, también vio una chispa de fuerza y resolución. Era el comienzo de una nueva vida, un nuevo camino. Y aunque todavía no sabía exactamente a dónde la llevaría, estaba lista para enfrentarlo.

Con una última mirada al espejo, Lucía tomó sus cosas y salió de la habitación. Se subió al coche y se dirigió a la carretera. Mientras conducía, sintió una mezcla de miedo y emoción. No sabía qué le deparaba el futuro, pero estaba lista para descubrirlo.

El primer paso había sido el más difícil, pero con cada kilómetro que dejaba atrás, sentía que podía respirar un poco más libremente. Y aunque el dolor todavía estaba ahí, también estaba la esperanza. Esperanza de que, algún día, podría volver a amar y ser amada de nuevo. Pero por ahora, su viaje solo acababa de comenzar.

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