La iglesia.

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Rivers's point of view:

Vi como las puertas gigantes de la iglesia, se empezaban a abrir enfrente de mi y mi tío entrando al interior de la iglesia mientras yo me quedó afuera, viendo a mi al rededor.

— ¿Acaso no piensas entrar, Samantha? — Se cruza de brazos, con su ceño fruncido.

— Sabes bien que no quería venir, tío. — Bostezo y camino a paso lento hasta entrar al lugar.

— ¿Y por qué no? ¿Porque es de mañana? — Suelta una pequeña carcajada ronca y hago una mueca.

— En parte, y otra es porque me aburren estas cosas. — Resopló. Él rueda los ojos.

— Por algo tus padres tomaron esto como un castigo por tu comportamiento, ¿no? — Vuelve a reír, esta vez bajo. — No. Busques. Problemas. Aquí. — Su tono suena notablemente serio como si tratara de amenazarme de alguna manera. Me encojo de hombros y le dedico una pequeña sonrisa, fingiendo inocencia y él se aleja por el pasillo de la iglesia. — Regresaré para ponerte algunas tareas. — Advierte en voz alta para que lo escuche.

Suspiro y en el transcurso del tiempo, recorro la iglesia con curiosidad, quejándome cada vez que mi tío ponía tareas para mi y quedándome la mayoría de tiempo dormida en los asientos.

— ¿Ya puedo descansar? — Susurro con cansancio, dejando la escoba en la esquina de la habitación.

— ¿Ya aprendiste la lección? — Él se podía notar la persona más tranquila del mundo fácilmente.

— Si. — Mentí.

— Entonces puedes descansar un rato. — Cuando termina de hablar, su teléfono empieza a sonar. — Ahora vuelvo. — Sale de la habitación, llevando el teléfono a su oído. Después de unos minutos regresa. — Samantha, tengo que salir a hacer unas cosas. Volveré en unas horas. No le digas a tus padres. — Lo último, lo dice en un suspiro. Le hago un gesto despreocupado.

— No te preocupes, Cayetano. Yo espero. — Le dedicó una sonrisa. Él se despide con un gesto y antes de que me dé cuenta, ya se ha ido.

Me levantó de mi asiento al escuchar las puertas de la iglesia cerrarse y recorro un poco de la misma en el transcurso del aburrimiento.

Termino mirando con atención el confesionario enfrente de mi. Me encojo de hombros sin más y entró en él, mirando el pequeño espacio y me siento en la silla que está ahí, cerrando mis ojos por un rato.

Después de unos minutos de silencio absoluto, se escuchan pasos delicados de unos tacones.

Definitivamente de una mujer.

Me enderezo en mi asiento al verme sin alternativa cuando escucho como se acerca al confesionario.

Escucho la puerta del confesionario abrirse y me froto los muslos con las palmas de mis manos, pensando en qué hacer.

— ¿Padre? ¿Está ahí? — Escuché su voz por primera vez, y su voz era la más suave y delicada que había escuchado en toda mi vida. — ¿Padre? — Doy un suspiro inaudible para que ella no escuche y me armo de valor para hablar.

No era una persona vergonzosa, pero ella vino para confesarse, y en lugar de estar ahí quien tenía que estar, estaba yo.

— No soy el padre... Él salió. — Susurro. — Volverá en un rato. ¿Quisieras esperarlo? — Ella se queda un momento en silencio.

— ¿Puedo hablar contigo? Quisiera confesarme con alguien, al menos... — Se queda en un total silencio después de hablar.

— Claro que sí. — Asiento aunque ella no pueda verme. — Dime, ¿que quieres confesar?

૦𝖓𝖊 𝘚һօ𝘵𝓼 - ᴿᴵᵛᴬᴿᴵDonde viven las historias. Descúbrelo ahora