Dos

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Aymeric se sentó en el sofá, mirando a Pablo jugar con los juguetes que Joshua había traído. Decidió que era hora de llamar a su madre, pero no estaba listo para soltar la bomba por teléfono.

—Hola, mamá.—Dijo, tratando de sonar casual.

—¡Aymeric! ¿Cómo estás, hijo?—Respondió su madre con alegría.

—Bien, bien. Oye, ¿Puedes venir a mi casa? Tú, papá y Marc. Necesito hablar con ustedes.

—¿Todo está bien?—Preguntó su madre, preocupada.

—Sí, sí, solo… Necesito hablar con ustedes en persona.

—Está bien, estaremos allí en una hora.

Aymeric colgó y suspiró. Sabía que esto no iba a ser fácil.

Una hora después, sus padres y su hermano Marc llegaron a su casa. Aymeric los recibió en la sala, nervioso.

—¿Qué pasa, Aymeric? —Preguntó su madre, notando su inquietud.

—Bueno, hay algo que necesito decirles...—Empezó Aymeric, rascándose la nuca.

—Este es Pablo. Es… Mi hijo.—Dijo dejando ver al niño que estaba detrás de él.

Hubo un momento de silencio absoluto. Su madre fue la primera en reaccionar, dándole un golpe en la cabeza.

—¡¿Cómo pudiste no decirnos esto antes?! —Exclamó, pero luego se acercó a Pablo y lo abrazó, llenándolo de besos.

—¡Hola, cariño! Soy tu abuela.

Su padre le dio unas palmadas en el hombro.

—Hablaremos más tarde, hijo. Ahora, vamos a ver si logramos separar a tu madre  de mi nieto.

Marc, su hermano, simplemente lo miró.

—Esto no es lo tuyo, Aymeric. Piensa bien lo que vas a hacer.

Las palabras de Marc crearon una nueva brecha en Aymeric. Sabía que su hermano tenía razón en cierto sentido, pero también sabía que no podía abandonar a Pablo.

A la mañana siguiente, Aymeric se despertó con el sonido de risas. Se levantó y encontró a Pablo en la cocina, tratando de hacer sándwiches.

—Buenos días, Pablo. ¿Qué haces?

—Haciendo sándwiches. No sabía si te gustaban con mermelada o con queso, así que hice ambos.—Dijo Pablo con una sonrisa.

Aymeric se sintió un poco avergonzado. Apenas sabía cocinar, y aquí estaba su hijo, haciéndole el desayuno.

—Gracias, Pablo. Eres un gran cocinero.—Dijo Aymeric, tratando de sonar alegre.

Después de desayunar, Aymeric se dio cuenta de que tenía que ir a entrenar. Sus padres habían salido de la ciudad y Marc no quería saber nada de la situación. Se sentía atrapado.

—Pablo, tengo que ir a entrenar, no sé si tú..

Pablo lo miró con una mirada de comprensión... A su corta edad, Pablo era más inteligente y comprensibo que un adulto.

—Está bien, Aymeric puedes ir. Soy un niño grande y ya estoy acostumbrado a quedarme solo.

Las palabras de Pablo golpearon a Aymeric como un martillo. Su hijo había tenido que madurar demasiado rápido. No podía dejarlo solo.

—No, no, toma tu bolso, iremos juntos.

Pablo sonrió y asintió. Aymeric lo llevó al campo de entrenamiento, sin importar lo que los demás pudieran decir. Sabía que esto era solo el comienzo de una nueva vida, una vida llena de desafíos, pero también de momentos especiales con su hijo.

GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora