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Termino de ducharme, enrollo mi cuerpo en una toalla y toma otra para mi cabello;
abro la puerta que me conduce al guardarropa y de las gavetas tomo mi ropa
interior de encaje negra, una licra corta del mismo color y la percha con mi
uniforme.
Seco mi cuerpo, deslizo mi ropa interior, me coloco la licra, tomó el uniforme que
consiste en una blanca camisa manga larga, una falda plisada gris de cuadros y
una corbata gris. Me visto, peino mi cabello y aplicó colonia.
Me admiro en el espejo de cuerpo completo satisfecha con mi apariencia sin una
gota de maquillaje y optó por seguir así. Tiendo las toallas en el perchero de la
pared y salgo a mi habitación. Me siento en la cama, me pongo las medias y por
último mis botines negros. Guardó mis útiles escolares, mi cargador y el teléfono;
tomo mi saco del perchero a un lado de la puerta y me encaminó escaleras abajo.
Cuando estoy en la primera planta mi estómago ruge de hambre, pero las voces
de mi tío y su familia provenientes de la cocina hacen que ignore aquel rugido y
continúa con mi recorrido hasta la salida al porche de la casa. Una vez afuera
subo a mi Mercedes, enciendo el motor y conduzco hasta la cafetería que me
queda de camino al instituto, parqueo afuera del local, compro un capuchino con
un cruasán. Tomó mi orden, ocupó una mesa y con toda la tranquilidad del mundo disfruto de mi pequeño desayuno puesto que aún faltan algunos minutos para
entrar a la escuela.
Al llegar me estacionó, tomo mis cosas y con la cabeza en alto salgo del carro. Es
difícil estar aquí después de pasar los últimos seis meses encerrada en mi
habitación resolviendo mis actividades académicas sin la necesidad de venir. Lo
que antes se sentí normal ahora se siente totalmente incómodo.
Las miradas se posan en mí y mi interior se remueve con fastidio; antes no me
importaba tener las miradas fijas en mí de cierta manera me gustaba ser el centro
de atención, pero ahora es diferente. No soporto que me miren con lástima,
compasión o pesar por lo que pasó. Si mi vida cambió o no es asunto mío no de
ellos y el simple hecho de que haya cambiado no les da el derecho de mirarme
como un si estuviese indefensa.
– Emma, lamento lo de tus... –la fulminó con la mirada.
– No lamentes nada, ninguno de ustedes lo haga –los observó detenidamente y
elevo el volumen de mi voz –. No necesito de su lástima o compasión, ahórrense y
ahórrenme la molestia y el fastidio de solo pensarlo.
Paso por su lado y continuo mi camino dejando un centenar de murmullos detrás
de mí. He cambiado, de eso no había duda alguna, pero después de la muerte de
mis padres. Es entendible el hecho de que me enoje el solo pensamiento de que
me tienen compasión o el simple hecho de que quieran tan siquiera cuidarme,
puedo hacerlo sola y darme ánimo sola, no necesito de nadie y no confió en nadie
a excepción de la rubia enfrente de mí.
– ¿Qué fue eso, Em? –pregunta con tono cansado.
– No necesito que me tengan pesar y lo sabes –sigo moviendo mis pies haciendo
que ella me siga a regañadientes.
– Solo quería hacerte saber que lamentaba lo de tus padres, no era la manera de
reaccionar, Em –su mano toma mi muñeca derecha y me detiene–. No es lástima,
es acompañamiento.
– A la única persona que permito que lo haga es a ti y lo sabes perfectamente, no
quiero ni necesito que los demás vengan a demostrarme su hipócrita compañía,
Isa –clavó mis ojos en los suyos-. A la primera oportunidad van a hablar a mis
espaldas de mí y de mi dolor, así que mejor alejados que cerca.
Me zafo de su agarre y continuó caminando por los pasillos hasta llegar a mi
casillero, lo abro, tomo lo que necesito, dejo lo que aún no voy a utilizar y lo cierro.
Acompañó a Isa al suyo para luego encaminarnos a nuestra aula correspondiente
mientras hablamos.

– ¿Qué vas a hacer en tu cumpleaños número dieciocho? –indaga curiosa, con
sus ojos verdes fijos en mí.
– Nada, primero necesito poner en orden varias cosas e investigar algunas otras –
objeto con desdén mientras tomo mi lugar en el pupitre de dos y ella hace lo
mismo a mi lado.
– ¿Sigues con la idea de huronear en los asuntos de tu tío? –cuestiona curiosa.
– Voy a llegar a la verdad de la muerte de mis padres y sobre todo sabré por fin
que manejo le está dando a las empresas, Patricio -argumento seria y firme a lo
que ella se limita asentir.
– ¿Puede ser peligroso? –sus ojos expresan preocupación.
– No lo sé, Isa –la miro seriamente–. Pero de esto no se puede enterar nadie, solo
lo sabemos las dos –mi voz es neutral.
– Entiendo, no diré nada –le dedicó una amplia sonrisa.
Entre tanto dolor, en medio de la oscuridad absoluta que me consumía ella jamás
me dejo, nunca soltó mi mano aun cuando yo deseaba hacerlo y echarme a morir.
Ella me dio el rayito de luz que necesitaba para huir de ese hueco al que fui
lanzada después de la partida de mis padres, sin su presencia todo sería tan
miserable y sombrío.
La miro de reojo y me alegra contar con su apoyo, saberla mi amiga... no mi amiga
no, mi hermana de otra madre que está aunque sea fría y indiferente. La quiero
tanto y daría tanto por ella.
– Gracias Isa –la abrazo y aun cuando la toma por sorpresa me lo devuelve.
Es lo único bueno que tengo en mi vida desde hace ya más de seis meses.
El profesor de matemáticas llega con una gran sonrisa en los labios, deposita su
maletín en la mesa y nos mira a todos con alegría en sus ojos. Centra su vista en
mí y sé lo que viene a continuación, Isa sujeta mi mano y me susurra un "tranquila,
solo agradece y ya está"
– Señorita Collins, es un gusto tenerla de vuelta con nosotros –esbozo una sonrisa
fingida y él prosigue-. Lamento lo de sus padres, sé que es difícil perder un ser
querido y más si son dos, pero ánimos.
Lo mismo de siempre, no tendrán otro diálogo para estos momentos o es que se
les fríe el cerebro de solo pensarlo.
Suspiro y fingiendo una sonrisa hablo–. Gracias por sus palabras profesor, no
sabe lo acertadas que son.

Promesa Oculta +19Donde viven las historias. Descúbrelo ahora