capitulo 8:El eco del pasado

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**Capítulo 8: El Eco del Pasado**

El sonido del reloj marcando las tres de la madrugada resonaba en la habitación vacía. Cada tic-tac era un recordatorio de que el tiempo no esperaba, de que estaba sola en esta búsqueda desesperada por la verdad. Mi respiración era pesada, irregular, mientras el frío me envolvía como una manta helada. La foto seguía en mis manos, temblorosas, mientras mis ojos se clavaban en la figura borrosa de la niña.

“No puedo seguir ignorando esto”, me dije, tratando de reunir el valor para enfrentar lo que fuera que estaba oculto en los recovecos más oscuros de mi mente.

El miedo se mezclaba con una extraña determinación. No podía escapar de esta sensación de que algo estaba terriblemente mal. Las noches, antes tranquilas, se habían convertido en un escenario para sombras que acechaban mi subconsciente, susurrándome verdades que no quería oír.

Con manos temblorosas, me dirigí al armario, donde guardaba una caja antigua que había pertenecido a mi madre. Dentro de ella, había cartas, diarios y fotografías de mi infancia. Comencé a revisarlas con una sensación creciente de pánico. Los recuerdos que había enterrado hacía años comenzaron a aflorar, cada vez más claros, más nítidos.

Una carta en particular llamó mi atención. Era de mi madre, pero no era para mí. Estaba dirigida a alguien más, alguien cuyo nombre había sido tachado con fuerza, como si se quisiera borrar su existencia. Mi corazón se aceleró mientras abría el sobre con cuidado. Las palabras escritas en la carta eran duras, llenas de rabia y dolor, hablando de un evento que nunca debería haber sucedido.

“Lo sé... sé lo que hiciste. Nunca te lo perdonaré. Por lo que le hiciste a ella, por lo que le hiciste a mi niña...”

El aire se escapó de mis pulmones. Era como si el suelo se abriera bajo mis pies. La niña... la niña en la carta era yo. Y esa voz, la misma que resonaba en mi mente, era la de esa persona, esa sombra que había intentado olvidar.

Mi cuerpo se tensó cuando un golpe seco resonó desde el pasillo. Todo en mí gritaba que no debía moverme, que debía quedarme quieta y rezar para que no me encontrara, pero ya era tarde. Algo, o alguien, estaba en la casa.

El miedo se transformó en puro instinto de supervivencia. Sabía que debía actuar rápido. Apagué la luz y me escondí bajo la cama, apretando la carta contra mi pecho. Los pasos se acercaban, cada vez más lentos, como si quien fuera que estaba ahí estuviera saboreando mi terror.

El sonido de la puerta abriéndose lentamente me heló la sangre. Estaba tan cerca que podía oír su respiración pesada, su presencia opresiva llenando la habitación. Cerré los ojos con fuerza, conteniendo la respiración, mientras mi mente intentaba bloquear todo lo que estaba sucediendo.

“No mires, no pienses, no sientas”, me repetí una y otra vez, como un mantra desesperado. Pero sabía que no podía escapar. Esta vez, debía enfrentar la verdad, por más horrible que fuera.

Los pasos se detuvieron justo al lado de la cama, y por un momento, el tiempo pareció detenerse. Sabía que si abría los ojos, me encontraría cara a cara con la pesadilla que había estado evadiendo durante tanto tiempo.

Pero lo hice. Abrí los ojos. Y lo vi.

La oscuridad me envolvió, llevándose consigo cualquier atisbo de esperanza. Estaba atrapada, sin poder escapar del eco del pasado, un pasado que había estado esperando pacientemente en las sombras, listo para reclamarme.

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