El peor problema de un estudiante es entender que rumbo quisiera tomar en su vida, por más tonto que parezca, era un delirio mental casi imposible de parar. Tal vez, horas en las madrugadas sin descansar, charlas con tus padres sin contexto y sin solución; todo era una acumulación interesante. Listas largas, cortas y aun así nada llamaba la atención, aunque eso no fue problema alguno para aquel chico de tan solo 18 años que tras haber tenido la oportunidad de elegir modalidad en aquellos tiempos antes de la gran pandemia, pudo deducir que la Economía era su más grande pasión y que los números eran su pasatiempo favorito, teniendo 0 preocupaciones en elegir o pensar que carrera cursar tomando ese tiempo para dar consejos a sus compañeros, preguntar o simplemente curiosear que otras carreras existían. Quizás, eso llevó por dejar algunas dudas en su elección, por más bien que le fuera, por más avances que los profesores tuvieran con él, con la exigencia que ello producía, a último momento ello pareció perder el poder un 10% de lo que era antes, comenzando a experimentar sentimientos por absolutamente lo contrario, relacionando a los números y realmente lo abrumaba, tanto que decidió dejar de preguntar qué carrera iban a estudiar en su alrededor por miedo a confundirse más. Sus compañeros, por más tonto que parezca, buscaban hacerle entender que esa rama no era lo que realmente le sentaba bien y que su vocación estaba en otro lado, pero buscó hacer oídos sordos y responder con algo simple "es lo que me gusta".
La exigencia no era un plato fuerte para Giovani, sudaba en frío cada vez que se tenía que levantar de su asiento a la espera que su profesor, de dicha materia que debía ser su trabajo toda la vida, ingresara al aula como todos los martes y viernes de cada semana. La sonrisa del propio, altanero pero orgulloso, fino, elegante pero humilde a la vez. Desde que se enteró que su alumno iba a seguir sus pasos, supo que era el momento perfecto para darle ese empujoncito, Lo Celso lo tomó como si fuera una especie de reto a cumplir y si obtenía un resultado positivo entonces estaría listo para inscribirse en la facultad. No fue como lo esperaba, de tener rendimientos altos a considerarse ser un chico con notas aprobativas un tanto bajas, pasar de haberle hecho pasar aquel error que hacia que todo saliera distinto a lo propuesto en la consigna, pasar de ser cómplices a no obtener más que un seis por errarle a un estúpido resultado que no cambiaba nada. Su mente comenzó a divagar nuevamente, quizás esto no era para él, quizás su vida estaba en otro rubro, en otro camino, aún así se prometió no desistir por nada ni por nadie, demostrándole a su superior que por más que ello pasara no iba a influir en nada. Fue felicitada, fue un empate justo, pero con más dudas que certezas.
El último año, además de la elección de carreras, tenía ese condimento divertido. Buscaron limar asperezas con esa gente que durante los años anteriores se declararon guerra, buscaron darles el sentido positivo a todas las llamadas de atención que tuvieron por circunstancias mínimas. El bendito viaje a Bariloche, que Lo Celso dejó pasar desapercibido al igual que su grupito de amigos, lo cual agradecía internamente. Pero lo más ansiado, la fiesta de graduación, tema que volvía a los padres un tanto más alborotados que de costumbre, siendo el problema más grande y general del año. El salón, la comida, que sí traían DJ, que lo caro, que lo barato, que lejos que cerca, que transporte, que vestimenta, que esto, que lo otro. Los alumnos, en ese sentido, no pinchaba ni cortaban, pero si opinaban de vez en cuando, lo justo y lo necesario. El futuro Contador Público, como los demás de su clase, tenía una economía escasa, para algunas cosas alcanzaba, pero para otras no y a veces era frustrante ver lo en vano del sobreesfuerzo de sus padres para poder comprar las entradas que les permitiera asistir a la gala, a la noche de su único hijo. Aun así, pudieron lograrlo, siendo papá y mamá los acompañaste de ese mágico momento que tendría lugar el 19 de noviembre del 2022. No faltaba ni poco ni mucho, pero los nervios, las ansias, la adrenalina jugaban en contra.
Las pruebas de traje, el color, la poca elegancia que Giovani quería aparentar, las idas y vueltas en transportes públicos en busca de telas que sean aptas para semejante evento, los zapatos. Realmente la familia Lo Celso, estaban felices de poder ver feliz a su hijo, de poder ver como una etapa se terminaba y empezaba otra, una realmente importante. La vida adulta.