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Voy un tanto retrasada así que subo las escalinatas hasta la gran entrada a Hogwarts. Una puerta gigante está entreabierta para todos los estudiantes que requieran ingresar. Me cuelo entre algunos Hufflepuff por el pasillo e ingreso al Gran Comedor. Es mi cuarto año, pero nunca sería tan fría ni insensible como para no maravillarme por aquella organizada bienvenida del colegio.

El escudo de Hogwarts cuelga en el centro del techo y los estandartes de Gryffindor, Ravenclaw, Hufflepuff y Slytherin le siguen a su alrededor. Cientos de velas permanecen suspendidas en el aire y puedo percibir exquisitos olores a comida oculta en alguna parte. Localizo a mi grupo de amigas en la mesa que nos corresponde y empiezo a ir hasta allí. Sin embargo, una mano en el hombro me intercepta y lo impide.

—Parkinson —llama mi atención la profesora McGonagall—. Jovencita, ¿piensas acudir así al centro del Gran Comedor? —niega con una mueca de costado en sus labios y usa su varita. Con ella recorre mi cuerpo y siento como mi túnica es secada por el efecto de su hechizo.

Me volteo al mismo tiempo que a otros alumnos los acomoda también con su varita. La ropa seca y calentita se siente tan bien. Llego hasta mi grupo.

—Eh, Pansy. ¡Ya estás aquí! —se alegra Daphne.

Tomo asiento a su lado.

—Pues sí. Ya hice mi entrada triunfal —comento orgullosa.

—Creí por un momento que te había llevado el agua. Desapareciste en medio de la neblina... —murmura pícara.

Me quedo sin palabras frente a las dudas de Daphne. Ella es muy inteligente y sabe cuando intento ocultarle cosas.

—¿Qué pasa con la comida? He esperado todas las vacaciones para volver a probar esos manjares —por suerte, Millicent protesta, solo que estampa su grueso puño contra el tablón.

—Millicent, deberías moderarte un poco. Tengo un conjunto perfecto para ti y el Baile de Navidad, pero si sigues con los dulces, temo que no te quepa.

Millicent hace como si no la oyera y se cruza de brazos enfurruñada el resto del tiempo. No obstante, la alegría vuelve a ella cuando el director Albus Dumbledore recita sus cálidas palabras de bienvenida.

Ordenados en una larga fila los chiquillos de primer año se van sentando en el sillón donde reposa el sombre seleccionador con una mueca bastante curiosa en la rasgadura por la cual emite sonidos. Hufflepuff es la primera casa que sale de su boca y así se suceden más nombramientos hasta que por fin la ceremonia de iniciación termina. Unos cuantos chiquillos confianzudos se unen a Slytherin y son aprobados por los chicos sentados al otro extremo de la mesa.

El director Dumbledore dirige entonces unas nuevas palabras de felicitación para los nuevas incorporaciones a las cuatro casas, pero un trueno relampagueante se dibuja en el techo visible al mismo tiempo que la puerta de entrada es azotada.

Casi todos los estudiantes ahogamos un grito. Un hombre de aspecto desfigurado y horrible hace su aparición en medio del Gran Comedor. Camina con una pata de palo que golpea el suelo con determinación y mira hacia el frente: a Dumbledore, precisamente. Se acerca a él, pero a medida que lo hace no deja de examinarnos a todos los estudiantes con su ojo mágico camuflado en un trozo de vidrio. Él escanea como si buscara a alguien, aunque pronto retoma su camino.

El director lo presenta como el nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Por mi parte, lo lamento tanto por el profesor Snape. Me imagino cuanto quiere ese puesto, sé cuanto lo anhela.

Luego la noticia de la que tanto he escuchado se anuncia: el Torneo de los Tres Magos y la visita de dos academias de magia este año en el mismísimo Hogwarts.

—Así que espero una cálida bienvenida para esos estudiantes el 30 de octubre y también espero que ni se les ocurra engañarnos con inscripciones forzadas o intentos de transformación. Solo participarán los años más avanzados y los alumnos más diestros y capaces de enfrentarse a las pruebas. En fin, están advertidos. Sin más preámbulos, la mesa está servida. ¡A comer!

—¡Siiii! —festeja Millicent, y por una vez la también hambrienta Daphne no la regaña.

Pruebo una tarta de calabaza y disfruto de la humedad justa de la masa. Al cabo de un rato, pruebo un poco de todos los alimentos servidos en la mesa. Bebo un sorbo de cerveza de mantequilla y entonces una serie de recuerdos llegan a mí. Entre ellos, el recuerdo con Potter y me sonrojo hasta las orejas. Lo cierto es que en aquel momento de vulnerabilidad me debería haber sentido incómoda, pero su presencia me reconfortó demasiado.

—Te estoy hablando —percibo a Daphne decir—. Le falta un poco más de picante a su salsa... —comenta divertida hacia Millicent.

—¿Qué? ¿En qué momento lo han hecho? —me alarmo—. Es por eso que debía beber algo fresco a cada instante.

Daphne ríe.

—De todas maneras no fue mucho —se disculpa—. Igual parecías un tomate desde mucho antes de nuestra broma —sonríe sirviéndose otro plato—. ¿Qué pasa, Pansy? ¿Dónde está esa cabeza?

Observo a Millicent quien me sonríe a la vez que mastica un grueso bocado y entonces propone un brindis. Alzamos nuestras copas, pero por un instante fugaz hago contacto visual con Potter. Una sonrisa se dibuja en sus labios así que aparto la mirada.

—¡Salud! ¡Y por un buen año escolar en Hogwarts! —repetimos las tres al mismo tiempo.

Bebo el contenido sintiendo la fuerza de la mirada de Potter al frente nuestro. Casi puedo oír su voz y cómo habla de los pasados Mundiales de Quidditch con sus amigos.

¡Eso es! Recuerdo sus palabras. Tengo a mis amigos. Mis propios amigos. ¿Por qué habría de confraternizar con el enemigo? No me acercaré más a Potter. O lo que es más fácil, lo evitaré.

El juego de la serpiente y el leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora