La espera

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Pasaron dos meses hasta que Laura recibió su primera llamada para una entrevista. Era de una pequeña empresa en crecimiento, que se enfocaba en el marketing digital. Estaban buscando a un fotógrafo que, aunque no tuviera mucha experiencia, tuviera el talento y las ganas de aprender. Alguien a quien pudieran pagar con un presupuesto ajustado, pero que estuviera dispuesto a crecer junto con ellos.

Como era de esperarse, Laura estaba emocionada, y con justa razón. Para alguien que anhelaba trabajar en su profesión, esta oportunidad se sentía casi como un milagro. Desde el momento en que recibió la llamada para su primera entrevista, su entusiasmo era palpable. No solo era una oportunidad de empleo, sino también una validación de todo el esfuerzo que había puesto en sus estudios y en perfeccionar su arte.


Pasó por tres entrevistas en total, cada una más desafiante que la anterior, y también fue sometida a varias pruebas de fotografía para demostrar su capacidad de trabajar con el equipo profesional que la empresa utilizaba. Laura, que siempre había sido meticulosa y apasionada en todo lo que hacía, se preparó con esmero. Revisó su portafolio, practicó con su cámara, y se mentalizó para dar lo mejor de sí.


Durante las pruebas, su talento brilló con naturalidad. Supo captar la esencia de cada escena con una precisión que sorprendió incluso a los entrevistadores. Además, su capacidad para adaptarse a diferentes estilos y demandas creativas la hizo destacar aún más. Pero lo que realmente la diferenciaba era su disciplina. Laura era de esas personas que no dejaban nada al azar; su dedicación y ética de trabajo la hacían sobresalir en cada tarea que emprendía.


El equipo de la empresa, que inicialmente buscaba a alguien no tan experimentado, se dio cuenta rápidamente de que Laura era mucho más que eso. Su pasión, combinada con su profesionalismo, la convertían en la candidata ideal para el puesto. Y aunque la decisión final aún no había sido tomada, todos sabíamos que Laura ya había dejado una impresión imborrable. No podía imaginar a alguien más perfecto para ese trabajo, y estaba segura de que ella también lo sabía.


En cambio, para mí la situación empezaba a volverse tediosa. Había enviado miles de currículums, ajustando y perfeccionando cada detalle, pero ninguna entrevista se concretaba. Cada día que pasaba sin noticias me llenaba de frustración. Me había esforzado tanto en mis estudios, había soñado con esta etapa de mi vida donde finalmente trabajaría en lo que amaba, pero la realidad se sentía como un callejón sin salida.


Mientras veía a Laura avanzar y emocionarse con sus entrevistas, no podía evitar sentirme un poco estancada. Las horas que pasaba frente a la computadora, buscando nuevas oportunidades y revisando listas interminables de trabajos, empezaban a pesarme. La emoción inicial de regresar a Guayaquil y comenzar una nueva etapa se estaba desvaneciendo, dejando espacio a la duda y la incertidumbre.


Cada vez que revisaba mi bandeja de entrada y solo encontraba correos de agradecimiento por aplicar sin ninguna invitación para una entrevista, la sensación de agotamiento crecía. Parecía que el mercado laboral no estaba listo para mí, y aunque intentaba mantenerme optimista, la falta de respuestas comenzaba a afectar mi ánimo. Sabía que necesitaba seguir adelante, pero en ese momento, todo empezaba a parecer una tarea interminable y sin recompensa.


Después de cinco largos meses de espera y frustración, finalmente recibí una llamada que me llenó de alivio: un colegio me ofrecía el puesto de maestra de pintura. La noticia fue un respiro en medio de la incertidumbre que había estado experimentando. Sentí un peso enorme levantarse de mis hombros; por fin, alguien me estaba dando una oportunidad.


La llamada llegó en un día particularmente gris, y en cuanto colgué, un torrente de emociones me invadió. La mezcla de entusiasmo y nerviosismo era abrumadora. Había pasado tanto tiempo esperando este momento, y ahora, al fin, tenía la chance de hacer realidad mi sueño de enseñar y compartir mi pasión por la pintura con los demás.


Empecé a prepararme para la entrevista con una energía renovada. Cada detalle de mi portafolio, cada lección que había planeado en mi mente, cobraba vida con una nueva esperanza. Sentía que este trabajo no solo representaba una oportunidad profesional, sino también una validación de todo el esfuerzo y dedicación que había invertido en mi carrera.


Mientras me preparaba para la entrevista, no podía evitar imaginarme en el aula, rodeada de estudiantes ansiosos por aprender y descubrir el mundo del arte. La perspectiva de finalmente tener un espacio para expresarme y enseñar me llenaba de una emoción que había estado esperando durante mucho tiempo.


El día de la entrevista llegó y todo parecía ir de acuerdo a lo esperado. Desde el momento en que entré en la oficina del colegio, sentí una mezcla de nervios y esperanza. La conversación fluyó bien; discutimos los horarios, el sueldo, que para empezar estaba más que bien para mí. El ambiente en el colegio era cálido y profesional, y me sentí bien recibida. Tras firmar el contrato en ese mismo momento, me di cuenta de que todo estaba alineándose para que comenzara como la nueva maestra de pintura en el nuevo ciclo educativo, que empezaba en solo una semana.


Al llegar a casa, estaba ansiosa por compartir la noticia. La expresión de emoción en el rostro de mi mamá fue indescriptible. Se le iluminó el rostro con una sonrisa amplia cuando le conté sobre el trabajo. La alegría en sus ojos era contagiosa, y no pude evitar sonreír ante su reacción. Sin perder tiempo, mi mamá se puso a preparar una cena especial para celebrar, y, como era de esperar, puso una velita a sus santos en agradecimiento por haber escuchado sus oraciones. Ver cómo se llenaba de gratitud y felicidad fue el broche perfecto para un día que finalmente había traído la recompensa que tanto había esperado.


Sin embargo, no todos compartieron mi alegría. Mi papá, que había esperado que al regresar me hiciera cargo del pequeño negocio familiar para que él pudiera finalmente descansar, no recibió la noticia con la misma emoción. Su desilusión era palpable y sus palabras, aunque suaves, reflejaban su decepción.


En ese momento, su desaprobación era lo menos importante para mí. Lo que realmente importaba era que había conseguido un trabajo y que tenía la oportunidad de demostrar mi capacidad como maestra de pintura. A pesar de la preocupación por la reacción de mi papá, me enfoqué en mi nuevo rol y en dar lo mejor de mí en esta nueva etapa de mi vida. Tenía la convicción de que este era un paso crucial hacia la realización de mis sueños y estaba decidida a aprovecharlo al máximo, sin dejar que nada ni nadie me desviara de mi objetivo.


Le conté a Laura sobre mi nuevo trabajo y, para celebrar, decidimos salir a disfrutar un jueves por la tarde. Ella había terminado un proyecto importante en su trabajo y estaba ansiosa por relajarse un poco. Así que mi noticia se convirtió en la excusa perfecta para desconectar y celebrar juntas.


Nos dirigimos a un restaurante acogedor que habíamos descubierto hace tiempo, famoso por su comida deliciosa y su ambiente relajado. Pedimos una variedad de platos, desde papas fritas como entradas hasta un par de copas de vino, y nos dejamos llevar por la conversación y las risas. La tarde se llenó de anécdotas, planes futuros y promesas de apoyo mutuo, mientras brindábamos por los nuevos comienzos y por todo lo que habíamos logrado.


Fue un momento perfecto de celebración y camaradería, en el que nos dimos cuenta de cuánto habíamos crecido y de lo lejos que habíamos llegado desde nuestros días en Guayaquil. La alegría de tener un trabajo finalmente en nuestras respectivas áreas nos dio fuerzas renovadas para seguir adelante y enfrentar cualquier desafío que se presentara en el camino.


Monólogo de una escritora frustradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora