Estaba sentada en el pequeño escritorio de mi habitación, rodeada de libros y apuntes. A mis 24 años, siempre me había considerado una estudiante aplicada, en la constante búsqueda de conocimientos y nuevas experiencias. Mi cabello largo y castaño caía sobre mis hombros, y mis ojos verdes, aunque determinados, reflejaban una inquietud que no lograba disipar.
Vestía de manera femenina pero informal, con unos jeans ajustados de color azul oscuro que realzaban mi figura y una camiseta blanca de algodón, suave al tacto, con un diseño minimalista en el frente. Llevaba unas zapatillas deportivas blancas que complementaban mi estilo casual y me permitían moverme con comodidad. A menudo, añadía una chaqueta ligera de mezclilla que me daba un toque moderno y práctico para el clima cambiante de la temporada.
Mi habitación era un refugio de tranquilidad, pintada en un tono beige suave que proporcionaba una sensación de calma y acogida. Una enorme ventana dominaba una de las paredes, dejando entrar abundante luz natural durante el día. Junto a la ventana, había un pequeño balcón que daba vista a la calle principal. Me encantaba pasar tiempo en el balcón, observando el ir y venir de la gente y el tráfico, encontrando un extraño consuelo en el bullicio exterior.
A pesar de mi dedicación a los estudios, sentía que algo faltaba en mi vida. La rutina diaria, llena de obligaciones académicas, se había vuelto monótona. Echaba de menos la emoción de mis primeros años universitarios, cuando cada día parecía una aventura. Mi habitación, con sus paredes cubiertas de posters y estanterías llenas de libros, se sentía cada vez más pequeña y restrictiva.
En momentos de tensión, había adquirido el hábito de fumar. No me enorgullecía de ello, pero encontrarme en el balcón con un cigarrillo entre los dedos parecía ofrecerme una sensación temporal de alivio. Esa tarde, mientras exhalaba el humo y veía cómo se dispersaba en el aire, me di cuenta de que necesitaba un cambio.
Mantenía una relación con Matías, un joven recién graduado de 26 años. Matías era un chico encantador, con una sonrisa cálida y ojos marrones llenos de entusiasmo. Aunque nos queríamos mucho, nuestras conversaciones últimamente giraban en torno a su nuevo trabajo y mis estudios, y rara vez encontrábamos tiempo para nosotros mismos.
La víspera de mi cumpleaños, Matías me invitó a cenar. Había algo en su voz que me hizo sentir que la cena sería diferente. Me arreglé con esmero, usando mis jeans favoritos y una camiseta blanca manga 3/4 con un listón negro en cada manga era un toque sutil pero elegante a la vez. Llegamos a un restaurante acogedor y nos sentamos en una mesa junto a la ventana. La conversación empezó ligera, pero pronto Matías cambió de tono.
"Sofía, hay algo que necesito decirte," comenzó, evitando mi mirada. Sentí un nudo en el estómago mientras esperaba sus palabras. "He estado conociendo a alguien más," confesó finalmente.
El mundo pareció detenerse por un momento. Intenté mantener la compostura, pero las emociones me abrumaron. "¿Cómo es eso posible?" pregunté, tratando de entender.
"No fue planeado," respondió Matías, con sinceridad en sus ojos. "Simplemente ocurrió. No quería herirte, pero sentí que debía ser honesto."
La cena continuó en un incómodo silencio. Terminamos nuestros platos sin realmente saborear la comida. Cada mordisco parecía un esfuerzo, y las palabras que intercambiábamos eran pocas y vacías. Miraba a Matías, buscando en sus ojos alguna señal de arrepentimiento, pero solo veía una decisión ya tomada.
"¿Quién es ella?" pregunté finalmente, rompiendo el silencio.
"Es una compañera de trabajo," dijo él, suspirando. "Nos conocimos hace unos meses y... hemos estado pasando mucho tiempo juntos."
Me sentí traicionada, como si todo lo que habíamos construido juntos se desmoronara en un instante. Quería gritar, llorar, pedirle que me explicara por qué había sucedido esto, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta.
"¿Y ahora qué?" murmuré, apenas audiblemente.
"Creo que es mejor que terminemos," respondió Matías con voz suave pero firme. "No es justo para ninguno de los dos seguir así."
Asentí lentamente, sintiendo una mezcla de tristeza y alivio. Sabía que nuestras vidas habían tomado caminos diferentes y que aferrarnos a lo que teníamos solo prolongaría el dolor.
Matías me llevó de regreso a casa, ambos conscientes de que nuestra relación había cambiado para siempre. Nos despedimos con un abrazo, uno que se sintió más como una despedida definitiva que una simple separación temporal.
Esa noche, mientras me sentaba en mi balcón a fumar un cigarrillo, la sensación de vacío se hizo aún más palpable. Necesitaba hacer algo para romper con la monotonía y el dolor que sentía pero ninguna idea estaba clara, todo me daba vueltas... apagué mi cigarrillo y me fui a dormir.
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Monólogo de una escritora frustrada
HumorEntre su trabajo, el cuidar de su madre enferma, ayudar a su padre en el negocio, Ana lucha por mantenerse a flote en un mar de ideas que van y vienen; todo para cumplir su sueño de convertirse en una escritora. La pregunta es... Lo logrará???