1 🩷🎨 La Mujer De Aquel Velero🩷🎨

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Ámbar Burnell

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Ámbar Burnell.

Ha pasado un año desde aquel día y para mí sigue siendo lo mismo, el mismo vacío y la misma intensidad de dolor que no me abandona desde aquel trágico día.

La sensación de amargura llena mi paladar, logrando que sienta una fuerte opresión en mi pecho por el absurdo dolor causado por los gemidos de dolor que provienen de la habitación de Rocío.

Mis ojos empiezan a arder con la sensación picosa que anuncia mi llanto; relamo mis labios resecos cuando vuelvo a oír ese doloroso gemido, causando que me arda la garganta y, sin poder evitarlo, dejo caer la primera lágrima.

—¡Ámbar! —su grito gutural anuncia que nuevamente comenzamos. Me seco las lágrimas con los puños de mi suéter— ¡Ayúdame, Ámbar!

Sin contestar, me aproximo con lentitud hacia la habitación de mi hermana menor. Cuando estoy frente a su puerta, tomo un poco de aire para retenerlo en mis pulmones; sin más preámbulo, abro su puerta dejando salir todo el aire que acabo de tomar.

Me quedo quieta analizando la escena. Rocío está sentada sobre sus piernas en el piso y su mano derecha sostiene una pequeña cuchilla que tiene unas gotas de sangre. Su brazo izquierdo está marcado por pequeños cortes profundos, dejando que la sangre se deslice por su brazo, mientras las gotas caen lentamente sobre el tapete celeste.

—Rocío...—mi voz suena entrecortada y susurrante— No puedes seguir con esto.

Me le acerco con lentitud para no asustarla. No es la primera vez que lo hace, pero creo que esta vez han sido más de lo que acostumbra. Cuando estoy frente a ella, me dejo caer sobre mis rodillas; el impacto es doloroso, pero no me quejo; solo me dedico a limpiar con mi suéter sus heridas, intentando no asustarla.

Cuando ella se tranquiliza, retiro de su mano la pequeña cuchilla y la ayudo a pararse para realizarle la curación. Caminamos en absoluto silencio; ella parece ida, su rostro no muestra ningún tipo de emoción.

Karla no puede verla en este estado; si la ve, se enfadará y comenzarán a discutir. Aunque las tres estemos luchando contra la depresión, a Rocío le cuesta más y eso se refleja en las pequeñas cicatrices de su brazo y los pequeños puntos de piquetes de inyección que resaltan sobre su pálida piel.

Para Karla y para mí no es un secreto que ella ha estado utilizando sustancias; más no podemos hacer nada por el momento porque ya la habíamos internado en un hospital de desintoxicación, pero ella escapó y estuvo desaparecida durante nueve días.

—¿Por qué sigues cuidando de mí? —pregunta, rompiendo el silencio incómodo cuando llegamos a la cocina. La ayudo a sentarse en una de las tantas sillas vacías.

—¿Por qué? —suelto una carcajada carente de humor mientras me alejo en busca del botiquín—. Eres mi hermana, ¿por qué otra razón sería?

La pregunta me parece tan estúpida que no la menciono. En realidad, soy la que más sufre en esta casa, aunque no lo diga. Karla siempre dice que ella sufre más que ambas, pero está muy equivocada, porque ha tenido la gran suerte de no lidiar con Rocío en este tipo de situaciones. Recuerdo una vez que encontró a Rocío cortándose; lo único que hizo fue gritarle y eso la alteró tanto que casi se corta una vena.

30 Citas Para Enamorarnos #1.5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora