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Era una noche de viernes, y el aire en Liverpool estaba impregnado de una mezcla de emoción y tensión. El sonido de los cánticos de los aficionados resonaba en las calles, y yo, Olivia, estaba a punto de salir al escenario. Pero, antes de eso, tenía que hacer una parada en el vestuario del Liverpool, donde el corazón de mi vida, Trent Alexander-Arnold, se preparaba para su partido.
Cuando entré, el aroma del césped recién cortado y el sudor de la adrenalina llenaron mis sentidos. Lo vi allí, con su camiseta roja ajustada y el cabello desordenado. Su mirada se iluminó al verme, y en ese instante, el ruido del mundo se desvaneció.
—Olivia —dijo, acercándose con una sonrisa que podía iluminar cualquier estadio—. ¿Vas a cantarle a mis fans esta noche?
—Claro que sí —respondí, riendo mientras le daba un suave empujón—. Pero primero, necesito que me prometas que no te vas a dejar llevar por la emoción y que no te vas a lesionar.
—Prometido —dijo, levantando una ceja con esa confianza característica. —Y tú, prometo que te veré brillar en el escenario.
Nos miramos por un momento, y en sus ojos vi la mezcla de amor y apoyo que siempre me daba. Era como si, en ese breve instante, el ruido del mundo se detuviera y solo existiéramos nosotros.
—¿Sabes? A veces me pregunto cómo es que una chica como yo terminó con un futbolista tan famoso —dije, intentando restarle importancia a mi propia inseguridad.
—¿Una chica como tú? —replicó, con un tono juguetón—. Eres una estrella, Olivia. Te veo en el escenario y es como si el mundo se detuviera.
—Pero tú eres el que se enfrenta a miles de personas cada semana —contesté, sintiendo cómo el rubor me subía por las mejillas.
—Y siempre me siento más fuerte sabiendo que tú estás ahí. Tus canciones me inspiran.
Esa noche, mientras me preparaba para el concierto, la emoción en mi pecho crecía. La música era mi vida, pero tener a Trent apoyándome le daba un significado aún más profundo. En el escenario, mientras cantaba, podía ver su figura en el fondo, aplaudiendo con entusiasmo, y eso me llenaba de energía.
Después del concierto, lo encontré esperándome tras bambalinas. Su mirada estaba llena de orgullo, y no pude evitar sonreír.
—¡Lo hiciste increíble! —exclamó, abrazándome con fuerza.
—Gracias, amor. Pero no sería lo mismo sin ti ahí, dándome fuerzas.
—Siempre estaré a tu lado —prometió, y en su voz había una certeza que me calmaba.
Con el partido del día siguiente en mente, empezamos a hablar sobre nuestras rutinas.
—¿Te gustaría que te acompañara al entrenamiento mañana? —pregunté, con la esperanza de que aceptara.