Quizás deba recordar que ella es muy joven, apenas una niña, y hacer algunas concesiones.
Ella es todo interés, ansiedad, vivacidad, el mundo es para ella encanto, maravilla,
misterio, alegría; no puede hablar de la emoción cada vez que encuentra una nueva flor,
debe mimarla y acariciarla y olerla y hablarle y prodigarle elogios y nombres cariñosos. Y
se vuelve loca por los colores: rocas pardas, arena amarilla, musgo gris. Follaje verde,
cielo azul; el perlado del amanecer, las sombras púrpuras de las montañas, las islas doradas
flotando en mares carmesíes a la puesta del sol, la luna pálida que navega a través
de jirones de nubes, las estrellas como joyas que titilan en los yermos del espacio: nada
de eso tiene el menos valor práctico, hasta donde puedo ver, pero, como tienen color y
majestuosidad, es suficiente para que pierda la cabeza. Si alguna vez pidiese calmarse y
quedarse callada un par de minutos, sería un espectáculo sedante. En ese caso creo que
disfrutaría de mirarla; de veras creo que podría, porque me estoy dando cuenta de que es
una criatura notablemente bonita: ágil, esbelta, pulcra, bien acabada, ligera, graciosa; y
una vez, mientras estaba parada sobre un peñasco, pálida como el mármol, bañada en la
luz del sol, su cabeza joven echada hacia atrás y la mano haciendo sombre sobre los ojos,
observando el vuelo de un pájaro en el cielo, reconocí que era hermosa.
Lunes al mediodía.- Si hay algo en el planeta que a ella no le interese, entonces no lo
tengo en mi lista. Hay animales que me resultan indiferentes, pero ese no es el caso con
ella. No discrimina, se encariña con todos, cree que son todos valiosos, cada uno que
aparece es bienvenido.
Cuando el brontosaurio, poderoso, llegó cruzando el campo da los trancos, ello lo consideró
una adquisición; yo, una calamidad. Ese es un buen ejemplo de la falta de armonía
que prevalece en nuestra manera de ver las cosas. Ella quería domesticarlo; yo quería regalarle
el lugar y mudarnos. Ella creía que ese lo podía domesticar con buenos tratos y
que sería una buena mascota; yo dije que una mascota de veintiún pies de alto y ochenta
y cuatro pies de lago no sería apropiada para el lugar porque, aun con las mejores intenciones
y sin querer dañar a nadie, podría sentarse sobre al casa y aplastarla, ya que cualquiera
se daba cuenta, por el brillo de su mirada, de que era distraído.
Aún así, quería conservar a ese monstruo y no abandonaba la idea. Pensó en iniciar
una granja lechera con él, y quería que la ayudase a ordeñarlo; pero no acepté: era demasiado
arriesgado. No era del sexo adecuado y, además, no teníamos escalera. Luego quiso
montarlo para mirar el paisaje. Una cola de treinta o cuarenta pies yacía en el suelo,
como un árbol caído, y ella pensó que podíamos trepar por allí, pero estaba equivocada:
cuando llegó a la parte empinada estaba resbaloso y vino abajo, y se hubiese lastimado
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