Era una tarde lluviosa y Andrea Sachs estaba agotada. Había pasado todo el día trabajando en la oficina, tratando de cumplir con todas las exigencias de su jefa, Miranda Priestly. Eran casi las ocho de la noche y Andrea estaba más que lista para irse a casa, ponerse su pijama favorita y descansar. Pero justo cuando estaba a punto de recoger sus cosas, escuchó un trueno tan fuerte que hizo que las ventanas temblaran.
Andrea miró por la ventana y vio que una tormenta terrible había comenzado. La lluvia caía en grandes gotas y el cielo estaba cubierto de relámpagos que iluminaban todo por segundos. Se dio cuenta de que no podía irse a casa en medio de ese caos. Resignada, se sentó de nuevo en su escritorio, tratando de encontrar algo más que hacer para pasar el tiempo.
Mientras revisaba unos papeles, las luces en la oficina parpadearon y de repente todo quedó a oscuras. Andrea se quedó congelada en su lugar, sintiendo cómo su corazón empezaba a latir más rápido. No era solo la oscuridad lo que la ponía nerviosa, sino el hecho de estar atrapada en la oficina, y más importante, atrapada con Miranda.
Mientras Andrea intentaba calmarse, escuchó pasos acercándose. Giró la cabeza hacia la puerta y vio una pequeña luz moviéndose en la oscuridad. Era Miranda, con una linterna en la mano, que se acercaba a su escritorio. Andrea sintió una mezcla de alivio y ansiedad al ver a su jefa.
—Andrea, ven conmigo —dijo Miranda con esa voz suya tan autoritaria, pero que ahora sonaba un poco más suave.
Andrea no supo qué decir, así que simplemente asintió y la siguió hasta su oficina. Cuando entraron, se dio cuenta de que Miranda había encendido algunas velas por toda la habitación, lo que le daba un aire cálido y misterioso. Sobre la mesa había una botella de vino y dos copas. Andrea no pudo evitar sentirse un poco nerviosa al ver eso. ¿Por qué Miranda habría preparado algo así?
—Parece que estaremos aquí un rato —dijo Miranda, sirviendo vino en ambas copas—. La tormenta no va a parar pronto.
Andrea tomó la copa que le ofrecía, aunque no estaba segura de si debía beber. Se sentó en un sillón frente a Miranda y de repente no supo qué decir. El silencio entre ellas se hizo pesado, como si hubiera algo que ambas querían decir pero no se atrevían.
Miranda fue la primera en hablar.
—Has hecho un buen trabajo, Andrea —dijo de repente, mirándola a los ojos—. Estoy muy impresionada con lo que has logrado.
Andrea no sabía cómo reaccionar. Miranda nunca era de las que daban cumplidos así porque sí. Y la forma en que la miraba... Andrea sintió que algo dentro de ella se removía, algo que había estado tratando de ignorar desde hacía tiempo.
—Gracias, Miranda —respondió Andrea, con la voz un poco temblorosa—. Eso significa mucho para mí.
Miranda no apartó la mirada, y Andrea sintió como si la estuviera viendo de una manera diferente. Como si intentara decir algo más, algo que no tenía que ver con el trabajo.
—Hay algo que necesito decirte —dijo Miranda de repente, y Andrea pudo notar que su voz sonaba un poco diferente, casi como si estuviera nerviosa.
Andrea no sabía qué esperar. Su mente empezó a correr a mil por hora, pensando en todas las posibilidades. ¿Qué podía ser tan importante como para que Miranda, la siempre controlada Miranda, se sintiera nerviosa?
—He sido muy exigente contigo, lo sé —continuó Miranda—. Pero no es solo por tu trabajo. Es... es porque hay algo que he estado sintiendo. Algo que no debería sentir, pero que no puedo ignorar más.
Andrea sintió como si el mundo se detuviera. ¿Estaba Miranda diciendo lo que ella pensaba que estaba diciendo? ¿Podía ser que Miranda sintiera algo por ella, algo más allá de lo profesional? No podía ser posible, ¿verdad?
—Miranda, yo... —Andrea intentó decir algo, pero su mente estaba en blanco. No sabía cómo reaccionar.
Miranda la miró, y por primera vez, Andrea vio algo que nunca había visto en su jefa: vulnerabilidad. Miranda estaba siendo honesta con ella, mostrándole un lado que nadie más conocía.
—Si lo que estoy diciendo te incomoda, solo dímelo —dijo Miranda, casi en un susurro—. Podemos olvidar todo esto y seguir como siempre. Pero si tú también sientes algo...
Andrea sintió que su corazón iba a explotar. Había pasado tanto tiempo tratando de ocultar sus sentimientos, convencida de que nunca serían correspondidos, y ahora Miranda estaba ahí, diciéndole que tal vez sentía lo mismo. No podía creerlo.
—Miranda, yo... yo también he estado sintiendo algo. Pero no sabía cómo decírtelo —confesó Andrea, sintiendo que sus mejillas se sonrojaban—. No quería arriesgarme a perder todo lo que hemos logrado.
Miranda la miró con una intensidad que Andrea nunca había visto antes. Se inclinó hacia adelante y tomó la mano de Andrea. El simple contacto fue suficiente para que Andrea sintiera una descarga eléctrica recorriéndola. Todo lo que había reprimido, todo lo que había tratado de negar, estaba ahí, frente a ella.
—No vamos a perder nada, Andrea —dijo Miranda, acariciando suavemente su mano—. No si ambas queremos lo mismo.
Andrea sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. No de tristeza, sino de una felicidad que no había esperado. Sin pensarlo dos veces, se inclinó hacia adelante y besó a Miranda. Fue un beso suave, casi tímido al principio, pero pronto se volvió más profundo, lleno de todo lo que ambas habían estado guardando.
Cuando se separaron, Andrea vio una nueva luz en los ojos de Miranda. Algo había cambiado entre ellas, algo que ninguna de las dos quería perder.
—Esto lo cambia todo, Miranda —susurró Andrea.
—Sí, lo cambia —respondió Miranda, sonriendo por primera vez esa noche—. Pero estoy lista para lo que venga.