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Darrell estacionó el coche en la misma entrada de una casa de campo de dos pisos, escondida en algún lugar remoto de una montaña alejada de la civilización. No era algo que me preocupara, la verdad, pues mi única intención era no separarme de Kyle.

Contemplé la casa al salir del vehículo, notando el roce de los dedos de Kyle en la cintura; no me soltaba y lo cierto era que yo tampoco quería que lo hiciera. Aún así me fijé en la gran labor que habían hecho los constructores al erigir una casa tan grande con tan solo troncos y madera procesada. Al menos, eso era lo que yo veía.

—Ocúpate de todo en mi ausencia —le ordenó a Darrell, sin soltarme, por supuesto—. No quiero que nadie me moleste. Cualquier problema podrá esperar a que termine el retiro y si no, que cunda el caos hasta mi regreso. ¿Ha quedado claro?

—Transparente —asintió—. Pero descuida, todo irá bien en tu ausencia.

Kyle posó el brazo sobre mis hombros y me instó a caminar hacia la entrada de la casa de campo.

—Más te vale, Darrell.

Sin esperar a que respondiera, el alfa cerró con un portazo.

Miré alrededor. El techo era más alto de lo que parecía desde fuera y la decoración; con sofás de estampados a cuadros verdes y rojos, cojines a juego y cuadros de bosques, era tal y como cualquier casa de las montañas en las películas. Olía a chimenea y a madera húmeda, pero el aroma a frutos silvestres que emanaba Kyle lo compensaba.

—Te enseñaré la casa —dijo, tomándome de la mano para entrelazar nuestros dedos.

Me mostró el salón del todo y después la cocina, que se me antojó tan acogedora como la de cualquier abuela que amaba a su familia. Después me condujo hacia arriba por una escalera también de madera en la que colgaban fotos de un niño y una niña solos o con sus padres y lobos que, presuponía, eran ellos en su forma licántropa. Tras eso, y sin molestarse en enseñarme las demás estancias del piso superior, me mostró la que era su habitación.

La habitación era un espacio amplio. La cama, de tamaño matrimonial, dominaba el centro de la habitación. Las sábanas de color gris estaban bien arregladas con las almohadas de un tono más oscuro ordenadas con exactitud y una manta blanca de pelo a los pies. Cerca de la cama, una mesita de noche de madera oscura sostenía un par de libros, lo que me hizo saber que a Kyle le gustaba leer. A un lado de la estancia, había un escritorio de madera con algunos papeles y un portátil que ocupaba un espacio funcional tan bien organizado como todo lo demás. El suelo de madera estaba parcialmente cubierto por una alfombra gris claro que se mostraba pulcra y casi nueva. Y en el otro extremo de la alcoba, conseguí ver desde mi posición lo que parecía ser un lavabo y parte de un espejo.

—¿Esta es tu habitación? —pregunté, perpleja por la pulcritud de su espacio personal.

—Solía serlo cuando era niño.

Me acerqué a la cama y pasé la mano por la manta blanca de pelito que cubría los pies.

—¿Qué pasó? —quise saber, distraída con el tacto suave de la manta—. Si esta fuera mi casa...

Escuché que se me acercó por la espalda, pero fueron sus manos sobre mis brazos y su aliento en mi oído lo que me hizo estremecer de placer.

—Tu nueva casa es mucho más grande y lujosa que esta, luna mía —murmuró en voz baja y excitante—. Y si algo de ella no te gusta, podrás cambiarlo.

No me di cuenta de que había esquivado mi pregunta porque el deseo hacia el hombre que tenía junto a mi espalda se encendió. El roce de sus manos sobre mí me aceleró el pulso. La calidez de su respiración en la base de mi cuello me erizó la piel. Y, sin embargo, mi mente sólo tenía cabida para la forma en la que me había llamado.

El Privilegio Del AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora